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El verano, el río, la calma...

sábado 12 de septiembre de 2015, 20:45h

Hemos tenido un verano caluroso. Yo, que soy friolero por naturaleza, me he visto horas y horas en la piscina, con el agua calentita, sintiendo como la piel se va arrugando, como si envejeciera, y los ojos se ponen rojos y el sol traspasa la humedad para llegar hasta casi los huesos. Ahora este frescor de septiembre nos avisa de casi su muerte, pero este verano me ha recordado veranos pasados, aquellos en los que me veo en una siesta desnudo, tirado en las baldosas frías, esperando que el sol se aleje por las montañas para poder salir al frescor de la noche. Los adoquines calientes, la sombra sudorosa, la búsqueda de rincones en los que algo de la vieja humedad aloje la piel casi quemada recuerdo. Esa sombra, debajo de un árbol frondoso, en la que es posible leer un libro oyendo el alma vibrante de los grillos, viendo bandadas de pájaros que al atardecer salen de las ramas de los árboles para buscar charcas, o piscinas o albercas sobre las que poder pasar el pico en vuelo tan rasante que apenas deja una leve onda en las aguas azules.

Siento el verano y me sabe a camisas blancas quizá abrazadas por la mirada de la luna, quizá reflejando las luces amarillas de las farolas que dan mayor sensación de calor. Las luces de las verbenas, a lo lejos, envuelven la raya quebrada y oscura de las casas, iluminan las plumas muertas de los pájaros que una leve ventisca hace volar por encima de las atracciones. Canciones antiguas vibrando en el silencio de la noche. Besos y abrazos detrás de los carromatos, o en las últimas sombras de las esquinas, mientras una canción de amor que sobrevive las décadas hace de compañía fugaz. Ese beso con el olor de los eucaliptus, y como aquí no hay mar, ni lo va a haber nunca, escondidos en la ribera oscura del río. Por la noche las aguas acogen la luna en otro beso, el de la naturaleza y la belleza ofreciéndose sin exigencias.

Todavía quedan ríos, menos mal. Hace años, cuando esquilmaron agricultores avariciosos y políticos dejados los acuíferos, parecía que los ríos morirían y sus cuencas serían en el verano desfiladeros polvorientos. En algunos sitios los árboles comenzaron a secarse. Ponían su corteza gris como una fotografía adelantada de la muerte. El río es verde y la muerte es gris. Pero al final imperó la cordura y ha vuelto a ser hermoso ir en el verano a un río, el Bullaque por ejemplo, y sentir que sus aguas verdes, lentas, espesas, gozan el verano en paz, como los bañistas secretos, los pescadores pacientes y los paseantes silenciosos, que ofrecen a las aguas el silencio de su admiración. Lento verano ha sido éste, lleno de un viejo calor y una extraña serenidad, por desgracia preludio de un otoño agitado, que es el que se acerca.

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