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’Nuestras mujeres’, la última e interesante propuesta de Gabriel Olivares

’Nuestras mujeres’, la última e interesante propuesta de Gabriel Olivares

lunes 14 de septiembre de 2015, 10:02h

El teatro madrileño parece monopolizado por unos cuantos directores. Hace solo unos días apuntábamos al actor y director Fernando Soto como responsable de cuatro montajes que, simultáneamente, están en cartelera. Pues no es él quien ostenta el récord sino el albaceteño Gabriel Olivares, quien firma ni más ni menos que seis de los montajes que hoy se ofertan en los teatros de Madrid: Burundanga’, uno de los títulos más longevos -cinco años en cartel- que hoy pueden verse en España,‘El nombre’, ‘Más apellidos vascos2.0’, ‘Una boda feliz’, ‘Windermere Club’ y, la última,‘Nuestras mujeres’.

Aunque el nombre de Gabriel Olivares, la mayor parte del público, al menos, lo asocia a lo que ha venido en llamarse teatro comercial, dentro del cual puede encuadrarse el montaje que comentamos hoy (dicho de otro modo, ese tipo de teatro orientado a satisfacer los intereses del mayor número posible de espectadores -¡como si eso fuera tan fácil de averiguar, primero, y conseguir, después!-), el director manchego afincado en Madrid dedica también una parte de su tiempo y esfuerzo a levantar un proyecto de teatro experimental llamado Teatro Lab, que ha dado ya frutos tan interesantes como Our town’ del que ya dimos cumplida cuenta a finales de mayo pasado.

Nuestras mujeres’, un texto del tunecino Éric Assous, ganador de dos premios Molière al mejor autor francófono, es la última propuesta de Olivares, que se representa en el Teatro de La Latina desde principios de este mes y hasta finales del próximo, una apuesta del productor del espectáculo, Jesús Cimarro, que no duda del favor que el público madrileño dispensará también a este éxito que ya ha sido testado con los mejores resultados en la cartelera parisina.

Comedia con un toque de drama

Tres hombres, amigos desde hace más de 30 años, se reúnen a jugar una partida de pocker. Lo hacen en la casa de uno de ellos, Max. La reunión va a tener lugar en la cocina, (estupenda la escenografía de Anna Tussell), una cocina de diseño moderno. Muebles blancos con encimera gris oscura. Una mesa blanca y tres sillas y un taburete, todo blanco con el tapizado de los asientos en rojo. Sobre los muebles, en diversos momentos de la obra, se proyectan varios fogonazos de radiografías. Esas reuniones son algo habitual entre los amigos, pero esta vez van a hablar de sus mujeres respectivas. Ellos son Max encarnado por Antonio Garrido, radiólogo, divorciado que ha tenido muchas novias. Su actual pareja es Magali y su relación con ella está pendiente de un hilo (solo al final le dará un sí rotundo a volver a vivir con ella, pero después de pasar una experiencia particular con sus amigos). A Max le gustan los discos de vinilo (esos en los que solo están los cantantes muertos) y odia la televisión. Con todo y con ello, se marca un rap antológico. Su amigo Pablo le dice que es un tipo frío, que vive en una casa extremadamente ordenada, lo que delata que “no puede tener relaciones estables con nadie”, tal como piensan Pablo y su novia, Magali.

Gabino Diego es Pablo, un médico, reumatólogo, que está casado con Karen que se pasa la vida durmiendo para escapar de la mala situación que atraviesa con su marido. Su relación con ella apenas existe. En palabras de Pablo, es “como un encefalograma plano”. La pareja tiene dos hijos, Antoñito, que hace la selectividad y Natalie, 19 años, embarazada de 3 meses y medio, de un amigo; muy buena estudiante, pero a la que no le gusta estudiar medicina. Y que tiene como confidente al amigo de su padre, Simón.

Simón es Antonio Hortelano, dueño de varias peluquerías. Es el personaje que menos aparece en escena, Acude 50 minutos más tarde a la cita con los dos amigos. Cuando justifica su retraso lo hace con una razón que los deja absolutamente descolocados: confiesa que ha estrangulado a su esposa, Estela, porque cree que se la está pegando con otro, después de más de 20 años de feliz matrimonio.

Los diálogos entre los personajes se ven también, a veces, interrumpidos por apartes y con la luz (muy bueno también el trabajo de Carlos Alzueta) ligeramente atenuada en esos momentos. Los tres actores cumplen con su papel: Gabino Diego, comedido decidido o, dubitativo -su personaje cambia la óptica sobre los acontecimientos a medida que van evolucionando-; Antonio Hortelano, con un papel menor, está también impecable con él y, por último, Antonio Garrido, que sorprende y mucho con su desparpajo y su seguridad en la interpretación de ese Max inseguro e inmaduro, que cambia de opinión con la facilidad del adolescente.

La amistad, sus límites cuando entra en conflicto con la justicia, los secretos de alcoba, las dificultades de sus relaciones de pareja, con sus hijos y otras mil confidencias más brotan encadenadas en esa hora y media de tensión acumulada que se genera después de la confesión del amigo. Las situaciones límite hacen brotar en nosotros demonios y facultades que jamás habríamos pensado que nos acompañan. Eso mismo es lo que les sucede a los tres amigos; sus relaciones personales (aparentes y soterradas) salen a flote para conformar una comedia, no exenta de dramatismo, que hace pasar un buen rato a los espectadores que acuden a la representación. No despertarán carcajadas, pero sí una sonrisa casi permanente de principio a fin de la obra, salpicada de diálogos fluidos, inteligentes y ágiles, que captan la atención del público de principio a fin.

Pero el vodevil de Assousno está -ni mucho menos- circunscrito a lo banal, lo superfluo de las relaciones humanas, sino que da cabida también a una reflexión seria sobre la violencia de género, su influencia en las relaciones con los demás (amigos, familia…), y a los ribetes clínicos y judiciales que lleva consigo también este tipo de situaciones. Por supuesto que el dramaturgo tunecino no agota todas las posibles aristas del asunto, pero ese es precisamente el papel del teatro: el de plantear asuntos y suscitar dudas, reflexiones y debates en torno a él. Y eso, desde luego, Assous y Olivares han sabido hacerlo para todo tipo de espectadores, los más y los menos formados. Eso es lo que -como decíamos al principio- busca este tipo de teatro que muchos han bautizado como comercial pero -como el otro- es sencillamente bueno o malo, interesante o plúmbeo.

Despedimos la crítica con la misma música -una canción de Frank Sinatra-, el cantante preferido de Max, que termina el montaje de Olivares “Fly me to the moon”

Nuestras mujeres’, de Éric Assous

Dirigida por Gabriel Olivares

Interpretada por Antonio Garrido, Gabino Diego y Antonio Hortelano

Teatro de La Latina (Madrid)

Hasta el 1 de noviembre

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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