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El gran jefe garganta pesada

domingo 27 de septiembre de 2015, 11:38h
Al fin hoy Mas se ha callado. Llevaba no sé si cuatro o cinco meses sin dejar de hablar. Hasta llegué a pensar que su voz era como el viento, o la tormenta, o el ruido del mar, algo que sucede sin descanso y solo se entretiene en subir o bajar la fuerza, el sonido o el ritmo.
Llegué a pensar que Mas vivía en mi casa, que era algo tan cotidiano como el ruido de la nevera, ese que cuando te vas durmiendo oyes al fondo del pasillo y se va alejando mientras vas entrando en la cueva del sueño. Pero hoy he encendido el televisor y no he escuchado a Mas, ni he visto su cara de lento cachondeo, ni su gestualidad de vendedor de peines, ni su matraca persistente, el poble catalá esto, el poble catalá lo otro, ni esa gestualidad de líder carismático que con las tablas de la independencia en la mano se dispone a cruzar el Nilo para alejarse de Egipto. Y la verdad es que como hoy no lo he escuchado y en mi casa había un silencio hermoso, pues llegue a pensar que Mas no había existido.
Pensé que era un personaje literario, o un resto de una película de esas que te ha agobiado y no se te va de adentro, o de una pesadilla que al hablar de redundancia había redundado en cada uno de los sueños. Pero todo fue una ilusión. El asunto es que andaba algo despisado. No sabía que había elecciones en Cataluña, y por eso no podía conocer que el sábado era el día de reflexión. Y en consecuencia, me parecía raro que esa lengua infinita se callara.
Pero hoy domingo, esta noche, seguro, comenzará el diapasón machacón persistente interminable horadante de Mas. El poble catalá, el poble catalá, yo, yo, yo, otra vez vendrá la matraca, y quien sabe si incluso aumentada en horas y fuerza, pues si no nos lo quita de encima ese moderado partido que se llama CUP, me temo que volveremos al férreo marcaje abrasivo de Mas. Y también me temo que nos esperan muchos días de ruido y furia, de peroratas eternas de este cansino, que llamarían en Tomelloso, que como el conejo aquel sigue y sigue tocando el tambor, o tocando los cataplines.
Recuerdo una imagen de hace unos días. Mas iba hablando, cosa rara, de la independencia de Cataluña, cosa más rara todavía, y unos atrevidos albañiles le comenzaron a cantar el que viva España. Entonces nuestro verborréico ser se lanzó hacia ellos con la lengua desenfundada. Los albañiles echaron a correr. El los persiguió gritando ¡el poble catalá!, ¡el poble catalá! ¡independencia!, y también les decía que en su Cataluña los ladrillos tendrían pegamento incorporado. Pero en fin, me da cierta envidia el poble catalá. Pues si se independizan se quedarán a Mas para ellos solos. Y yo, acostumbrado ya a su ruido, sentiré que falta en cada una de las horas del día, y de la noche.
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