www.diariocritico.com
'Las Princesas del Pacífico': entre el costumbrismo, la comedia negra, la retranca y la sociología popular

'Las Princesas del Pacífico': entre el costumbrismo, la comedia negra, la retranca y la sociología popular

martes 06 de octubre de 2015, 15:35h
Mil veces me he preguntado en qué obras de teatro, en qué libros, en qué programas de televisión fijarán su mirada los historiadores del futuro para conocer lo que pasaba en esta España del siglo XXI. Si alguno de ellos llega a leer estas líneas que, por favor, no deje de buscar en una tragicomedia titulada ‘Las Princesas del Pacífico’, levantada por la compañía sevillana La Estampida Teatro, que estos días se ha venido representando en Madrid, en LaZonaKubik, ese templo profano del sello de calidad del teatro off de la capital. Y, si le es posible también, de escudriñar entre los miles de vídeos que esta época ha acumulado en las redes, y que emplee unos 75 minutos de su tiempo en detenerse en ella. Encontrará -bien seguro estoy- muchas respuestas a las decenas de preguntas que se habrá formulado sobre el qué, cómo, cuándo y por qué de muchas cuestiones que suceden hoy en este país llamado España y que son objeto de estudio de sociólogos y antropólogos.
El texto de ‘Las Princesas del Pacífico’ es de Alicia Rodríguez, José Troncoso, y Sara Romero. Es estupendo, preciso, lleno de ironía fina y de intención, y lo ha sabido plasmar en el montaje hasta el fondo mismo de su significante y su significado, su subtexto y su contexto, José Troncoso, director del montaje que, además, ha dirigido con eficacia extrema a las dos actrices de la obra: Alicia Rodríguez (Agustina)y Belén Ponce de León (Lidia, sobrina de Agustina).

Ambas actrices sufren un prodigioso proceso de transformación física (el maquillaje previo no debe durar menos de 30 o 40 minutos) y están magníficas en sus papeles respectivos. Sus personajes forman un tándem tremendo, lleno de gracia, retranca y costumbrismo (¡Ozú..!, que diría la sobrina, respondiendo a su tía).

Las dos permanecen horas y horas sentadas ante el televisor, presenciando en primera fila las desgracias y los escándalos ajenos que parecen servir de bálsamo de los propios y de contrapunto a los que suceden en Dos Hermanas, el sevillano pueblo donde residen… Pero un día, la diosa Fortuna sobrevuela también el humilde domicilio de las dos mujeres, y hace posible realizar el sueño de todo españolito que se precie: hacer un crucero y, al menos durante unos días, vivir la ilusión de que uno es rico y que puede trasladarse de la salita de casa al “calamarote” (ese es el término con el que la tía designa al “camarote”) del trasatlántico…

Lidia, la sobrina, es huérfana de padres. Su padre falleció en un accidente de moto. Era viudo y se dio a la bebida al morir su mujer. Su madre era hermana de su tía. Estudio en las Carmelitas, pero no hizo ninguna carrera. Cose muy bien. Prefiere hacer los recados de su tía. Ataviada con un vestido verde con lunares blancos -plisado en la parte delantera y trasera y con un lazo del mismo color- y calcetines blancos y zapatos negros. Como solo tiene ese vestido, para cambiarse, le pone otro lazo de color crema.

La tía, Agustina Martínez del Barrio, lleva un vestido negro y blanco, de luto, por su marido que se murió la noche de bodas porque era “analgésico” (alérgico, quiere decir Agustina…) a las gambas, y toquilla de punto encima. Calcetines de color carne (ejecutivos) hasta la rodilla y zapatillas negras. Le hubiera gustado ser bailarina pero, como su madre, tenía que ganarse la vida y acabó cosiendo “para afuera”...

El mundo por montera

El ambiente y los personajes tienen mucho de almodovarianos, de esa España profunda que puede encontrarse en cualquier rincón andaluz, manchego, catalán, aragonés, extremeño o murciano, por situarlos en cualquiera de las regiones de la piel de toro. En un escenario prácticamente vacío, que ocupan solo dos maletas y que, en un momento dado, son sustituidas por dos tumbonas, tía y sobrina permanecen embobadas ante el televisor, comentando lo ordinario y lo extraordinario con la misma sorna que resignación. Las noticias y sus consecuencias: “Otro año más…O menos, según se mire…”, “Otro autobús del IMSERSO que se cae por un barranco… ¡80 viejos menos!”, “…Hombres, ¿pa qué?” -dice la tía a la sobrina-, “¡Pa ná!”, le responde ésta. Ambas mujeres han llegado a un cierto “equilibrio” en su convivencia (“Que me dice que yo vaya,… voy”, dice también Lidia).

Y así discurre su vida, día tras día, semana tras semana, año tras año... Sin sorpresas, sin aspavientos ni vaivenes. Así, hasta que la fortuna les sonríe en forma de crucero que cambiará la monotonía por la sorpresa, lo previsible por la aventura. Para empezar, la tía se queda atónita cuando descubre que el capitán del barco es Manuel Quintanilla, antiguo pescadero del pueblo, que ahora pasea ufano por cubierta enfundado en su chaqueta con sus “galeones”( por “galones”), o que a bordo se puede comer y beber a discreción en el “bufete”… O disfrutar tomando el sol: “¡Ojú! ¡Qué a gusto se está en la cubierta. Si no fuera por la incomodidad de estas butacas... Estaríamos muy a gusto. A pesar de todo, muy bien, muy bien!”.

Pero la comedia se vuelve tragedia en un salto imperceptible, sutil, delicado y leve, cuando la sobrina obtiene la aquiescencia de la tía para pasar unas horas en la discoteca del barco y, poco después, vuelve medio desnuda y con el pelo revuelto. Ha estado con el hombre alto, el que le había regalado un “batido de vainilla con canela y chiribitas de chocolate”. Está muy distinta. Ya no le hace caso a su tía.

No hay mal, ni bien, que cien años dure, y el crucero toca a su fin. Tía y sobrina vuelven a casa (¡impresionante esa escena de la vuelta, saludando a las vecinas con el mismo rosario de palabras estudiadas y aparentemente vacías!). La sorpresa es morrocotuda: su casa ha sido precintada, y ahora la suerte ha venido en forma de desahucio. No les queda más remedio que dar una patada a la puerta para restablecer la vida cotidiana. Otra vez la tele, los programas basura, los sucesos, las noticias curiosas… Como esa de que un hombre alto en un crucero, que ha desaparecido en extrañas circunstancias...

Deudas, acreedores, vecinas, dimes, diretes, ensueños, frustraciones, suerte, envidia, apariencias, supervivencia, miseria, sueños, penuria… y humor. La vida misma se encuentra en ‘Las Princesas del Pacífico’, una tragicomedia que no deberías perderte si, como sería de desear, vuelve otra vez a los escenarios madrileños, o de cualquier otra ciudad de España. El montaje lo merece porque es un extraordinario espejo en donde mirarse, en donde encontrar ese trocito de vida que hoy atraviesan miles y miles de conciudadanos en nuestro país.

‘Las Princesas del Pacífico’
Dirección: José Troncoso
Intérpretes: Alicia Rodríguez, Belén Ponce de León
Iluminación: Juanan Morales
Compañía: La Estampida Teatro
En LaZonaKubik (Madrid)

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios