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Adelantar muchas horas el reloj

sábado 24 de octubre de 2015, 11:37h

Asisto, como colofón de una semana política particularmente intensa –que ya es decir en un país agitado como España—, a la entrega de los premios Princesa de Asturias. Este año, en el mismo avión que nos traslada a Oviedo a periodistas e invitados, han coincidido Albert Rivera y Pedro Sánchez, indudablemente las dos estrellas emergentes en el panorama político, puesto que todo el mundo –al menos, ese mundo con el que el cronista habla-- intuye que Pablo Iglesias, el líder de Podemos, anda cotizando a la baja en las agencias de calificación preelectoral. Y Rajoy anda en lo suyo, de inauguraciones al límite. Así que todos anduvimos muy atentos a lo que, en el avión, se cuchicheaban los líderes del PSOE y de Ciudadanos, aunque este último parecía tener menos ganas de hablar (así, tan en público) que el primero.

Luego, el cronista tuvo la oportunidad de pasear con Sánchez por las calles de Oviedo. Acababa de concluir la entrega de premios en el teatro Campoamor, los manifestantes que protestaban con banderas tricolores –ochocientos, según me dijo el director general de la policía-- ya se habían marchado de La Escandalera, el Rey ya había lanzado su afortunado chupinazo, mirando de reojo y sin citarle a Artur Mas, “que nadie construya muros con sentimientos”, y seguí al líder socialista en su trayecto, multitudinario y creo que con éxito, entre el teatro Campoamor y el hotel donde los reyes ofrecían una recepción a varios cientos de personas, que eran más, probablemente, que los manifestantes. Casi una hora invirtió Sánchez en el recorrido de quinientos metros, por donde antes habían sido aclamados desde Albert Rivera hasta el presidente cántabro Miguel Angel Revilla, tradicionalmente aplaudido –bastante más que en Santander, por cierto—por las buenas gentes que asisten al luminoso espectáculo anejo a la entrega de premios en las calles de Vetusta.

Es obvio, y Rivera y Sánchez lo comprobaron, y creo que lo hubiera comprobado Mariano Rajoy si allí hubiese estado, que nos encontramos ya en plena campaña electoral, y en plena euforia ciudadana por la política, aunque el presidente del Gobierno no convocará los comicios para el 20 de diciembre hasta el lunes, abriendo una carrera decisiva que durará siete semanas. A Sánchez le costaba avanzar y se entusiasmaba con el afecto de los ‘selfies’, en los que se ha convertido en un consumado maestro, los achuchones y besos que recibía de integrantes de grupos de gaiteros y paseantes. La protesta, animada desde un sector del Ayuntamiento aunque no por el alcalde socialista, había quedado atrás, y Sánchez ya había advertido de que un secretario general socialista acudía por primera vez a la entrega de estos premios, en su 35 edición, precisamente porque los aliados municipales del alcalde Wenceslao López, que son de Podemos y de Izquierda Unida, habían decretado una protesta contra los premios el día en el que medio mundo está pendiente de Oviedo. Que nadie dudase de que el secretario general del PSOE apoya a quien representa estos premios dedicados a quien encarne el Principado de Asturias, es decir, a quien vaya a heredar la Corona de España.

Claro que esta 35 edición se celebraba en un clima político particularmente tenso, un clima que iba a quitar los grandes titulares al discurso del Rey, que en los últimos cinco minutos contenía el esperado mensaje de unidad y de advertencia contra los que quieren dividir, sin aludir específicamente, claro está, a nadie. Pero, en los corrillos de los vips que compartieron espacio con Coppola o con Leonardo Padura –no, los hermanos Gasol, también premiados, no vinieron--, se hablaba mucho de Artur Mas y su lío con el estallido de esa corrupción del tres por ciento que ya todos conocíamos desde hace años y que se ha evidenciado oficialmente ahora, precisamente ahora. Mas, acorralado hasta por los que tendrían necesariamente que ser sus aliados, se defiende ante el Parlament diciendo que es víctima de una ‘caza mayor’ desde Madrid, y que nada de lo que ocurre ocurriría si los fiscales fuesen catalanes, en lugar de estar en la capital del Reino. Tremendo lapsus, a mi entender: ha sido ya mucho el daño que algunos ‘jueces y fiscales catalanes’ han hecho a la idea de la justicia. Pero así están las cosas en ese pedazo del territorio español que es Cataluña, esa Cataluña en la que Artur Mas no podrá seguir siendo el molt honorable president de la Generalitat durante mucho tiempo.

Así que el fantasma de unas nuevas elecciones en Cataluña planea sobre la propia campaña electoral para las generales. Un lío tremendo, como diría ese Rajoy que el jueves era aclamado en Madrid por los representantes del centro-derecha europeo que gobierna en muchos países de la UE bajo el liderazgo indiscutible de Merkel. La misma Angela Merkel a la que le faltó un milímetro para recomendar abiertamente el jueves, desde el palacio de congresos de la capital española, que los electores voten a Rajoy en diciembre y menos de un milímetro para advertir veladamente a los catalanes que, si se independizan, van a ser expulsados del paraíso europeo. ¿Sirve este apoyo centroderechista centroeuropeo, hay que reconocer que magistralmente convocado por ‘Tono’ López Istúriz, el secretario general de los ‘populares’ europeos, para azuzar votos hacia el PP? ¿Sirve la euroadvertencia para hacer cambiar de opinión a quienes, sin ser independentistas, votaron a ‘junts pel sí’ para, como me dijo un amigo barcelonés, ‘dar una patada en salva sea la parte a Rajoy’? Veremos.

En todo caso, mezcle usted todos estos ingredientes, más los buenos datos oficiales de la macroeconomía, y tendrá el explosivo colofón que se producirá el próximo 20 de diciembre. Es curioso, pero todo está tan abierto como hace un año, y eso que estamos a cincuenta y cinco días de esos comicios que traerán nuevos rostros al Parlamento y quién sabe si también a La Moncloa. Y el año próximo, me sopla alguien, si la situación política es más tranquila que en la presente 35 edición y no se precisan ‘mensajes’ del jefe del Estado, es posible que sea doña Leonor de Borbón, princesa de Asturias, quien pronuncie el discurso, hablando del futuro, tras la entrega de los premios que llevan su nombre en Oviedo. Y entonces se habrán adelantado muchas horas en los relojes de la vetusta política española. Pero eso, claro, será después de que haya transcurrido todo lo que va a transcurrir en los próximos doce meses, y que a estas alturas todavía resulta difícilmente imaginable.

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