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Todos a la cárcel

lunes 09 de noviembre de 2015, 19:56h
La película de Luis García Berlanga se ajusta como un guante a la situación actual que vivimos en España. Porque no hay momento en nuestra historia, reciente o pasada, en que no se haga necesario ese grito desesperado de la sociedad para que acaben en la trena todos aquellos que con sus despropósitos alteran la cotidiana convivencia de los ciudadanos. La vida real, la que nos toca vivir a los de a pie, está llena de esos personajes mezquinos, pero sin toque de humor, que nos retrata Berlanga.
En la política, que es la extensión de la vida corriente, abundan mucho más los hipócritas y mezquinos, o al menos, por aquello de lo público, se les identifica de manera absoluta, escudados en siglas y estamentos, como si con ello pudieran aparecer invisibles a la sociedad. Hoy mismo, sin ir más lejos, se da uno de esos momentos en que los mezquinos actúan, los hipócritas aplauden y la sociedad entera grita aquello de ¡todos a la cárcel! Ya que no merece otra expresión el desafío soberanista que plantean los independentistas a la sociedad en su conjunto.
Ahora no se trata de siglas de partidos políticos, de Rajoy o del que sea, ahora se trata de parar los pies con los argumentos que nos proporciona la democracia y la fuerza que imprimen las Leyes, para hacer valer los derechos que tenemos como ciudadanos para preservar esa parte del territorio de España, que se llama Cataluña, para que no se salgan con la suya cuatro desalmados, corruptos y ladrones, y nos roben con argumentos trasnochados y una más que cuestionable legitimidad, lo que pertenece al conjunto de los españoles por derecho propio, por los siglos de los siglos.
Ni los resultados electorales del 27 de septiembre, ni la chulería de la presidenta del Parlamento de Cataluña; Carmen Forcadell, dan legitimidad para hablar y obrar en nombre de todos los catalanes, como si sólo fueran catalanes aquellos que votaron a favor y, el resto, la otra mitad, fueran turistas de paso. Los mezquinos argumentos que pretenden imponer tampoco dan legitimidad para hacer una declaración unilateral de independencia, única y exclusivamente, porque les sale del bolo, como si se pudiera alterar la vida corriente de los ciudadanos y el trabajo de las empresas de este país, radiquen en Cataluña o en la cochinchina, por el gusto de cuatro dirigentes déspotas que quieren arrimar el ascua a su sardina para eludir, muy probablemente, el peso de la Ley por la corrupción con que se han conducido durante décadas.
El Parlamento de Cataluña puede aprobar o desaprobar todo lo que sea relativo a los ciudadanos de esa Comunidad Autónoma, faltaría más, pero en lo concerniente a la territorialidad, que es de todos, no existen Leyes, referendos, ni proclamas, que vayan contra la decisión del gobierno de la Nación a la hora de defender y preservar los intereses generales de los españoles, ya sean catalanes, andaluces, ceutíes o canarios. Para ello, el marco constitucional, por el que nos regimos, tiene instrumentos contundentes capaces de hacer valer, por la razón o la fuerza, los derechos de todos, frente a los intereses de unos pocos.
Ahora es el momento en que el Estado, con el beneplácito de los partidos políticos que lo conforman actúe en consecuencia, con todo el rigor y peso que tienen las Leyes, para que los mezquinos acaben en la cárcel, y que no les salga gratis el desafío chulesco al que pretenden someter a toda una Nación, pasándose por el “Arco del Triunfo” la Constitución y las normas democráticas recogidas en la misma. Y puede que en la cárcel, como en la película de Berlanga, hagan lucrativos negocios para no perder la costumbre, pero también para que aprendan que saltarse la Ley tiene consecuencias.
Sea como fuere, el encabezamiento de este artículo de opinión no es más que un título, sobre un deseo particular, para que estos y todos aquellos que en un futuro planteen el esperpento de alterar nuestras normas de convivencia encuentren al Estado de Derecho, frente a ellos, y no se vuelvan a repetir situaciones parecidas, si no es con el consenso de todos en una búsqueda del bien común. Pues la realidad con que nos pretenden convencer los políticos independentistas catalanes desvaría un tanto, y como en el film de referencia, la trama se descontrola sin ofrecer demasiado interés ni en la conclusión de la misma ni en el destino de sus personajes, y mucho me temo que culminando el desenlace de una forma bastante burda y con un aquí no ha pasado nada.
Ismael Álvarez de Toledo
periodista y escritor
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