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La otra cara de la moneda

viernes 13 de noviembre de 2015, 07:38h

Muchos de los que me conocen afirman que soy un pesimista empedernido, que solo veo el lado amargo de las cosas, el vaso medio vacío, la cruz de la moneda. Será por eso por lo que trato de analizar con distintos ojos el reto soberanista catalán que nos tiene a la mayoría de los españoles bajo la Espada de Damócles de una ruptura del Estado. Es evidente que esta locura en la que nos ha metido Mas y compañía no se puede tomar a broma porque por más que digan que es cosa de ellos, no es verdad, es cosa no de cuatro millones de catalanes sino de cuarenta millones de españoles que podemos sufrir en nuestras carnes y en nuestros bolsillos las consecuencias de un esperpento nacionalista sin pies ni cabeza. Pese a todo, de momento y hasta que el Estado decida poner pie en pared y reconducir la situación por las buena o por las malas, quiero ver los aspectos positivos que ha traido consigo el llamado problema catalán. Y no cabe duda que existen aspecto positivos que han saltado a la luz en las últimas semanas.

El primero es la tardía pero segura y firme postura del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para impedir el golpe de Estado que pretende dar el Parlamento catalán y su Gobierno en funciones presidido por Arturo Mas. Con la ley en la mano, Rajoy no ha dudado ni un segundo en aplicarla y da la impresión de que va a seguir dando los pasos necesarios, incluídos aquellos que suponen penas administrativas y penales para los responsables del desaguisado, para impedir lo que ellos llaman la “desconexión” de España. Por más que los muchachos de Podemos o los de Izquierda Unida insistan en que la solución al problema es el diálogo, se está viendo que es una absoluta imposibilidad dialogar con quienes no quieren hablar. Ellos, lo han repetido hasta la saciedad, quieren la independencia pura y dura. Una independencia que la ley no permite y que el resto de los españoles se niega a reconocer. ¿De qué quieren entonces hablar?¿Me pueden decir que solución “política” se puede esgrimir para llegar a algún acuerdo? ¿O es que darían de nuevo marcha atrás si el Estado les concede más dinero del que ya le hemos dado? ¿Es que ese referéndum que algunos piden como solución, solo en Cataluña y no en toda España, valdría para algo?

Las cosas han llegado a tal punto de no retorno que la única solución es la aplicación de la ley con todo su rigor, echando mano, incluso, a famoso artículo 155 de la Constitución que dice textualmente: “Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al presidente de la Comunidad Autónoma y, encaso e no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquella al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general”. Se acabó hace tiempo la oportunidad del diálogo y ha llegado ya la hora de afrontar los hechos en toda su crudeza y con todas sus consecuencias.

Pero retomemos mi tesis de la otra cara de la moneda. Otro de los aspectos positivos que ha provocado esta situación es la unión de los partidos mayoritarios. Si hace unos años había una gran mayoría de españoles que pedían un Gobierno de coalición entre PP y PSOE para afrontar la grave crisis económica, algo que no fue posible por los intereses partidistas de cada uno de ellos, ahora las cosas parece que han cambiado. No sólo el PP y el PSOE, sino también Ciudadanos, que entre los tres aglutinan más del setenta por ciento de los votantes, han obviado diferencias ideológicas para hacer causa común contra los secesionistas catalanes. Puede que sea algo puntual, pero es una muestra palpable de que una causa mayor puede hacer saltar las barreras ideológicas que separan a nuestros políticos en beneficio de los ciudadanos. Valdría tenerlo en cuenta ante otros retos que se pueden plantear en un futuro.

El caso es que, como decía hace unos días, la campaña de las elecciones generales del 20 de diciembre va a estar centrada en el problema catalán y más le valdría a alguno que ha jugado hasta ahora con varias barajas, que se decantara por alguna de ellas y pusiera las cartas sobre la mesa para evitar que le pasen factura. Y, vuelvo a repetir para los indecisos, lo peor que podría pasarnos el 20-D es que de las urnas saliese un Gobierno débil con escaso apoyo parlamentario. Por más que nos pese, es ahora cuando España necesita de verdad un Ejecutivo que esté respaldado por una amplísima mayoría de la Cámara para que pueda afrontar con suficientes apoyos los retos que le van a seguir planteando los independentistas a corto y medio plazo.

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