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Una sombra que se aleja

domingo 22 de noviembre de 2015, 11:22h

No creía que pudiese morir. Una percepción grabada a fuego en la infancia decía que aquel ser era especial, que había sido puesto allí por la historia. Otros decían que había sido designado por el mismísimo Dios. Dios o la historia, dos ideas sin materialidad, era a lo único que rendía cuentas aquel general. Pero no lo había puesto allí ni Dios ni la historia. Lo había puesto un ejército. Por eso llegó a ser llamado Generalísimo. Pero por esa razón deífica muchos pensaban que nunca moriría, que estaría para siempre al frente de una España que había vencido a otra España. Incluso durante su enfermedad hubo quien pensó que nada podrían contra él los virus de la muerte. Otros veíamos esa inmortalidad como un ejercicio absoluto de pesimismo, después de tantas décadas soportando una dictadura.

Pero un día de noviembre don Faustino ordenó que los alumnos fuésemos al salón de actos. Unos ya sabían de su muerte. Otros, que vivíamos en la babia romántica, ni idea, nos enteramos al entrar al salón. Y una vez sentados, un silencio sepulcral, nunca mejor dicho, se escuchaba mientras don Faustino susurraba con otros profesores algo que debía ser muy grave, pues solo ver sus rostros llenos de pánico indicaba que tenían miedo al descontrol, en este caso de los estudiantes. En el Colegio Mayor había algunas células de rojos, sobre todo del Partido de los Trabajadores, que era al que yo pertenecía.

Pero lo que en verdad preocupaba al director era el colegio vecino, el mítico “Johnny”, San Juan Evangelista, destacado en la batalla de la libertad, tanto en la cultura como en la política. Ese colegio era una guarida de rojos. Allí había entrado la policía (los grises) varias veces incluso a las habitaciones, lo cual le había dado un prestigio democrático espectacular. En el mío, “El negro”, lleno de becarios del Instituto Nacional de Industria, jamás entraron, pues nos consideraban más modosos, quizá por el miedo a perder la beca. En mi caso de la fábrica Calvo Sotelo de Puertollano, hoy Repsol.

Don Faustino, con voz ahogada y ojos húmedos, en un lamento interminable, nos trasladó sus miedos. Las hordas rojas, el contubernio, el libertinaje y todo eso. Nos dijo que España se quedaba desamparada y que nos fuésemos de vacaciones hasta el mes de enero. Era la mejor manera de enmudecer a la universidad.


Aquel fue el momento más trascendente de mi generación. Nos criamos en los pechos del régimen. Nos inyectaron el fascismo con la jeringuilla de la educación. Y hoy, día de noviembre con cielo gris y aire húmedo, he salido a la calle casi desierta. Entonces he levantado una copa forjada con mi esperanza, y mirando la portada del periódico, he brindado por esta democracia tan imperfecta.

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