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Ésta puede ser, al fin, la última vez...

viernes 04 de diciembre de 2015, 10:31h
Lo malo de ir cumpliendo años es que te va anegando la desesperación ante los desperfectos y chapuzas, perfectamente corregibles, que se eternizan; te vence el desánimo por lo perfectible que jamás llega a perfeccionarse. Quizá lleve diez años escribiendo un artículo semejante a este, precisamente en estas fechas, cuando se aproxima un nuevo aniversario de nuestra (buena) Constitución de 1978: hay que reformarla, hay puntos sustanciales que ya están inadecuados, desfasados. Existen olvidos que necesitan remedio inaplazable. Está, por supuesto, lo de Cataluña -que tampoco es nuevo-. Y en nuestra ley de leyes se incluyen artículos que son, paradojas de la vida, inconstitucionales, como el 57, que discrimina a la mujer a la hora de la sucesión en la Corona, precisamente cuando es mujer quien previsiblemente ejercerá esa sucesión.

Y, durante una década, precisamente el día en el que gentes alborozadas y curiosas se acercaban al Congreso y el Senado para, aprovechando las jornadas de puertas abiertas, rendir homenaje a esa Constitución que ha regido nuestra democracia durante treinta y siete años, la pereza, los temores o la falta de ideas de unos u otros, o de unos y otros, ha paralizado cualquier reforma. Al grito de ‘no hay que abrir ese melón’ se han parado modificaciones que pudieran haber reforzado el papel del jefe del Estado -el Rey necesita un más amplio margen de maniobra en la vida política del país, reforzando así el ‘reina, pero no gobierna’--, la integración territorial y el papel europeo de España. De manera que nuestra (buena, insisto) Constitución del 78 no menciona la palabra ‘Europa’, es ajena a Internet, al euro y a avances sociales como el matrimonio homosexual, mientras que aún contempla, por ejemplo, el servicio militar obligatorio.

Todo ello, sin mencionar, claro está, la parte más sensible, ese Título VIII redactado para salir de una dictadura centralista hacia una democracia cuasi -cada cual interprete a su manera ese ‘cuasi’- federal. El llamado ¿Estado de las autonomías’ surgió como una necesidad de consenso que ya no sirve cuando ha pasado tanto tiempo, y tantas cosas, en nuestro país.

Pero esta puede ser la última vez, quizá, que escriba un comentario como este. Cierto que la fuerza política a la que los sondeos dan como ganadora sigue mostrándose reticente ante la idea de modificar en aspectos sustanciales la Constitución, pero no menos cierto es que las otras tres formaciones que compiten por estar en el podio, y que de alguna manera intervendrán de manera decisiva en la gobernación de España, sí insisten de manera rotunda en la necesidad de introducir estas modificaciones en uno u otro grado. Y no menos cierto es que el ambiente en la calle es inequívoco: gane quien gane estas elecciones decisivas del próximo día 20, se forme el acuerdo -inevitable- que se forme, la Legislatura que nos viene será profundamente reformista. Regeneracionista. Profundizará en nuestros hábitos democráticos, tras casi cuarenta años de andadura, con más o menos vacilaciones, por las libertades. Porque, simplemente, hay cosas que no pueden seguir así, por mucho que quienes predican que todo va bien se empeñen.

Quienes me conocen saben que soy fuertemente partidario de un acuerdo poselectoral entre al menos las tres fuerzas principales del arco político español para afrontar esta Legislatura de cambios modernizadores. Creo firmemente que los resultados electorales, el sentido común y el indudable patriotismo que anima a nuestros futuros representantes hará que no perdamos una nueva oportunidad de situarnos a la cabeza de los países más libres, más democráticos, más justos, de esa Europa cuyo nombre nuestra Constitución silencia. Cuánto me gustaría, digo, que este sea el último aniversario de nuestra Constitución en el que yo pueda escribir que hay que modificarla.

- El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'

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