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Don Tancredo Rajoy

miércoles 09 de diciembre de 2015, 09:39h
Debería haber encauzado este artículo de opinión ofreciendo una visión particular, una más, de lo sucedido en el debate político más importante del año. Un acontecimiento del que se está hablando, y se hablará, hasta la celebración de las próximas elecciones generales del día 20.
Pero no he querido seguir la correa del resto de comentaristas y opinadores políticos, porque muy probablemente sea incidir en el mismo argumentario, y poco o nada podría aportar a la sustancia final del caldo del debate.
Sin embargo, he optado por comentar la actitud del presidente del Gobierno, en boca de media España, por no sumarse a explicar públicamente, con el resto de postulantes a dirigir el próximo gobierno de la nación, y ser capaz de debatir los temas de mayor interés para los españoles. Para algunos, por culpa del miedo escénico que padece y, para otros, por su escasa capacidad de empatizar con los ciudadanos a la hora de transmitir seguridad e ideas.
No es la primera vez que Rajoy se refugia en el inmovilismo. No es tampoco la primera vez que actúa como Don Tancredo, ofreciendo una visión cómica y patética de un presidente que se esconde bajo las faldas de su vicepresidenta para no dar la cara en los momentos importantes, bajo la excusa de que su gobierno trabaja en equipo. Equipo hacen los que ofrecen el espectáculo taurino, pero sólo uno de ellos encarna al Don Tancredo, y Rajoy se ha ganado a pulso el mote con que se le conoce popularmente. No está muy claro quién fue el Don Tancredo original, pero parecer ser que fue un novillero que allá por finales del XIX o comienzos del XX comenzó a hacer la suerte taurina que durante un tiempo se conoció con este nombre.
Realmente más que suerte era espectáculo, sin duda. El individuo que representa el Don Tancredo se viste enteramente de blanco, se pinta la cara también de este color y se sube a un pequeño pedestal en medio de la plaza, tal y como nos representan en la actualidad los artistas del espectáculo comico-taurino. Desde entonces, se ha venido aplicando el término de Tancredo, a todos aquellos individuos que hacen gala de un inmovilismo exacerbado, algunas veces cómico, y con cierto apego por el esperpento.
Pero la quietud que en los lances taurinos es virtud, aunque sean cómicos, en la política, representa un gesto patético para quien lo ejerce, y mucho más si el Don Tancredo lo protagoniza el presidente del Gobierno. El Don Tancredo frente al debate electoral, representa a Mariano Rajoy fumándose un puro habano en Doñana, haciendo gracias con sus asesores y acompañantes, mientras la valiente Soraya Saénz de Santamaría se batía el cobre frente a sus adversarios en nombre de un individuo y un gobierno que no la merecen.
Porque si de algo debemos estar seguros todos los españoles, independientemente del ideario político de cada uno, es de la brillantez y ejemplaridad con que se conduce la menguante señora vicepresidenta, que como la luna, se crece por fases y ensombrece al sol Rajoy si se le antoja. El Partido Popular, que tiene ese perversa manía de inmolarse junto a sus presidentes, llegado el caso, debería tener amplitud de miras, dejar atrás de una vez por todas el drama de la corrupción interna que seguirá lastrando la inmovilidad de Don Tancredo y, actuar en consecuencia renovando toda la cúpula directiva que afea la imagen del partido, y apostar por la sabia joven y mejor preparada que tiene en sus filas.
Lo que ofrece el PP para los próximos cuatro años es más de lo mismo; más paro, más corrupción, más impuestos, aunque ellos digan que no, porque los recortes al fin y al cabo son impuestos para la ciudadanía, y un deterioro notable de las normas democráticas amparadas por una judicatura nombrada a dedo. Don Trancredo Rajoy no convence ni a propios ni extraños, a pesar del mérito que se le atribuye en materia económica, aunque sea a costa de dejar las arcas de las pensiones más secas que la cabecera del Tajo. Aun así ganará las elecciones si Dios no lo remedia, gracias al fanatismo con que se conducen sus afiliados, haciendo ver lo negro blanco, quemando naves cuando hace falta si con ello impiden que gobierne otro partido, aunque se perjudique a la mayoría de los españoles.
La soberbia y el despropósito con que se conducen los señores del Partido Popular es la consecuencia directa de la crítica situación que vive España, mintiendo y propugnando todo lo contrario a lo que han hecho durante estos cuatro años, mientras Rajoy trata de escapar de la corrupción como puede.
Ojalá el tancredismo sea cosa de uno solo y no se propague al resto de políticos, porque en España necesitamos dirigentes que salten al ruedo, aunque sea eufemísticamente, y no precisamente para hacer el Don Tancredo.
Ismael Álvarez de Toledo
periodista y escritor
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