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Castro, Aguirre, ZP, Rajoy, el “proceso”

miércoles 27 de diciembre de 2006, 09:46h

Es poco presentable, por lo artificial de la polémica, el revuelo montado por algunos medios informativos en torno a las circunstancias del viaje de un médico del sistema de salud de la Comunidad de Madrid, llamado a consulta desde Cuba por la enfermedad de Castro. Como todo vale para arremeter contra Esperanza Aguirre –lo que, por cierto, fortalece ante los suyos a la combativa presidenta madrileña–, no queda claro si se critica que la Comunidad de Madrid haya autorizado el viaje del doctor García Sabrido o que los gastos hayan corrido por cuenta de la embajada de Cuba.

Es posible que a algunos les hayan molestado las dos cosas. Por una parte, que el gobierno de la Comunidad de Madrid haya mostrado la altura moral de no mezclar las ideologías con la medicina. Por otra, que no haya caído en la fácil demagogia de pagar con el dinero de los madrileños los gastos de la atención médica solicitada por el dictador enfermo, a quien, por supuesto, como a cualquier ser humano, hay que desear la curación.

            No falta incluso quien ha montado una retorcida argumentación sobre si Esperanza Aguirre considera a Castro como “presidente” o como “dictador”. Hombre, pues cabe suponer que las dos cosas, como cualquier persona ecuánime que utilice la cabeza para razonar. Fidel Castro, aunque carente de cualquier derecho o legitimación democrática, es presidente de hecho de Cuba, desde que conquistó el poder mediante una guerra civil, con tales métodos que no sólo unas decenas de miles, ni siquiera unos centenares de miles, sino una parte apreciable de la total población de Cuba optó por el exilio, en el que permanece, como única alternativa a las torturas y los fusilamientos. Así que Castro es presidente de hecho –y vitalicio, para más exquisita democracia– de Cuba y carcelero mayor –esto es, dictador, con perdón– de la isla. 

            Castro no tiene cáncer, nos informa el doctor García Sabrido, visitante habitual de Cuba. Y añade que el enfermo “evoluciona favorablemente”. O se equivoca el prestigioso médico madrileño, o se equivocan los servicios de información norteamericanos, sobre cuyos informes Negroponte anunció que sólo quedaban “semanas de vida” a Castro, bien es cierto que sin precisar si por cáncer o por otra enfermedad mortal.

Comprendo que el dictamen del médico madrileño es un jarro de agua fría para los millones de cubanos que, dentro y fuera de la isla-cárcel, esperan que algún día también a ellos les llegue la libertad. Pero deben entender que la muerte nunca es deseable para nadie y que incluso los personajes más abominables tienen derecho a que se haga el máximo esfuerzo médico por su vida. Es lo que está dispuesto a hacer el gobierno de la Comunidad de Madrid, como corresponde al talante radicalmente democrático y humanista de quien, a diferencia de Castro, ejerce la presidencia por la fuerza y la razón de los votos. La Humanidad es la patria común que nos une a todos los seres humanos, muy por encima de naciones e ideologías.

Rajoy, Zapatero y las “certidumbres”

Con la perspectiva de los días, es diáfano que el encuentro de Rodríguez Zapatero con Mariano Rajoy se quedó en ceremonia, con menos que escaso contenido. No podía ser de otra manera. Es inimaginable cualquier acercamiento en las actuales circunstancias, mientras la estrategia del Gobierno siga pivotando sobre la exclusión del PP. Se le nota a Rajoy no sólo la inquietud de que, cada vez que Zapatero le tiende la mano es para tirar de ella y que no pueda eludir la zancadilla que sigue, sino también el disgusto que le produce el convencimiento de que la sonrisa del presidente es una mueca vacía y que sus palabras simplemente no son creíbles. Frente a la voluntad de reconciliación nacional a través del consenso, que eso fue la transición, a la que se aplicaron con admirable esfuerzo Adolfo Suárez y Felipe González para enterrar las viejas “dos Españas” fratricidas, Rodríguez Zapatero no oculta su deseo de freno y marcha atrás, de reescribir la historia, lo que implica que nuevamente haya vencedores y vencidos. Es el espíritu cainita, que creíamos enterrado definitivamente por unos y otros como resultado de aquellos años de luces y esperanzas que siguieron al fin de la dictadura.

            Las primeras víctimas del revivido clima de división incivil son precisamente los centristas del PP. Era reconfortante ser centrista –léase moderado, conciliador– en la derecha durante los años de Felipe González, como lo había sido en la izquierda durante los años de Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo. No lo es ahora, en estos tiempos de oscuridades y desencuentros.

            Así están las cosas cuando este triste año 2006 cubre sus últimas jornadas. Compone Rajoy su gesto más propio, que es la desolada perplejidad de quien se siente ofendido por el desparpajo con que el interlocutor desprecia su inteligencia, y dice que no ha obtenido “certidumbres” en su encuentro con Zapatero. No hay esas “certidumbres” que echa en falta Rajoy porque no puede haberlas en el sentido que las espera. Pero tiene razón la vicepresidenta Fernández de la Vega cuando dice, a renglón seguido, que Rajoy “tiene todas las certidumbres”. Vaya que sí. Aunque no son precisamente las certidumbres que Rajoy querría.

¿Certidumbre de que Batasuna no concurra a las elecciones? Pero, hombre, si esa concurrencia es la condición sine qua non definida por ETA para anunciar y mantener el “alto el fuego”… Tenga Rajoy la certidumbre contraria, esto es, que Zapatero hará lo posible y lo imposible para que Batasuna concurra a las elecciones, porque es el clavo ardiendo del que cuelga el llamado “proceso”. ¿Certidumbre de qué no habrá “precio político” en las negociaciones con ETA? Pero, hombre, si el precio político ya se ha empezado a pagar, antes incluso de que ETA no es que deje las armas, sino más modestamente, que deje de incrementar su arsenal.

 Claro que habría cosas razonables que hacer para facilitar la extinción de ETA. Por ejemplo –por mucho que a algunos, comprensiblemente, les duela–, acercamiento de presos, definición de horizontes de suavización de condenas, etcétera, todo ello subordinado naturalmente al desarme efectivo y comprobado. Pero es que ETA no quiere extinguirse sino transmutarse en una Batasuna legal. Y el precio político a corto plazo no es la independencia, sino “el derecho a la autodeterminación”, y cada vez son más los abertzales convencidos de que Zapatero pagará ese precio, si le permite mantenerse en el poder del Estado y si ETA-Batasuna acepta definirlo no como instantaneidad o simultaneidad, sino como un segundo “proceso” que comience una vez finalizado el actual.

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