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Virtudes públicas, vicios privados

lunes 11 de enero de 2016, 09:13h

En el franquismo nos quejábamos amargamente porque, desde el Ministerio de Información y Turismo, la censura nos tenía limitadísima a los ciudadanos la posibilidad de ver una película íntegra en las pantallas de cine. Cortaba impunemente los fotogramas más escabrosos, ciertas escenas subiditas de tono, o ciertas relaciones que podrían ser consideradas pecaminosas por la moral de la época. Para eso estaba la censura que, firme partidaria de la moralidad preventiva e impuesta, nos guardaba a todos los espectadores de contaminarnos con las licenciosas, perniciosas, diabólicas costumbres norteamericanas, francesas, italianas o suecas que llevaban a la gran pantalla cuerpos semidesnudos, ideas subversivas, proyectos utópicos o sueños quiméricos de libertad y democracia…

La progresía intelectual internacional no dejaba de señalarnos entonces con el dedo acusador y ya en el último lustro de Franco, en la década de los 70, la censura fue paulatinamente perdiendo la batalla de la libertad controlada frente a unos espectadores ávidos de poder contemplar de una vez las películas completas, sin esos tijeretazos radicales que cortaban torpemente el ritmo de la historia contada para evitar los besos de tornillo entre él y ella, o poder escuchar ‘La Internacional’como banda sonora de alguna que otrapeli. Y a ese cambio colaboró, sin duda, la presión interna y externa, la realizada de Pirineos a Gibraltar, pero también la ejercida de los Pirineos a los fiordos norteeuropeos o a los Urales y, por supuesto, la que provenía del otro lado del Atlántico.

Echo de menos ahora que nosotros -hablo así, en genérico, de los países occidentales- no hagamos otro tanto para poder señalar la situación que se vive en ciertos países, en donde las autoridades no es que limiten, sino que tienen absolutamente cercenada a la población, la posibilidad de ver una película en público. La situación en estos países es infinitamente peor que la vivida en España en la época franquista. Véase, por ejemplo, Arabia Saudí, una de las cunas de la ideología yihadista, en donde a estas alturas del siglo XXI se prohíbe incluso soñar. Ni una mala película de cine puede verse en una sala de cine, sencillamente porque están prohibidas. No se puede proyectar, siquiera proyectar, material respetuoso con las tradiciones islámicas y la identidad nacional saudí.

A los ciudadanos saudíes, y de muchos otros países del entorno no les queda otra que acudir a los escasos videoclubes existentes, o a buscar por internet o en las televisiones por satélite extranjeras. Otros -las élites, políticas y económicas claro- se han acostumbrado a las escapadas a los países vecinos o, mejor aún, a Occidente, para dar rienda suelta a esas ansias de libertad. Claro, que como todo eso se queda en la más absoluta y oscura intimidad del hogar, o en el anonimato de cualquiera de nuestras salas, para las autoridades religiosas saudíes, debe de ser como si no ocurriese nada en realidad, como si nadie tuviese la necesidad de soñar, de acudir al cine públicamente, lo cual es una garantía de futuro de que las esencias del régimen permanecerán firmes y lejos de las adulteraciones diabólicas occidentales.

Es curiosa esa tendencia hipócrita y moralista de los pactos alentadores de las virtudes públicas y de permanecer ciegos y sordos ante los seguros vicios privados existentes en sociedades tan restrictivas como las de Arabia Saudí. Pero, en fin, allá ellos, si piensan que es posible poner puertas al campo, hacer que toda una población pase sonriente y feliz por la senda que se le marca. Entre tanto, las salas de cine seguirán prohibidas sine die en Arabia Saudí.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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