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El mayor búnker del mundo

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
martes 19 de enero de 2016, 11:04h
Una vez abierta la legislatura, con la constitución de las instituciones parlamentarias y las consultas regias, se presienten problemas para su regular funcionamiento que no proceden solo de la dispersión de los votos sino también de la mala educación de algunas minorías. En el Congreso de los Diputados, Pablo Iglesias, conductor de la variopinta tropa escasamente coordinada bajo el título de Podemos, mantiene la pretensión de multiplicar por cuatro su bancada dividiéndola, como en un nuevo milagro de los panes y de los peces, de los dineros y de las voces en este caso, sin otra razón que los compromisos personales por él asumidos con distintas agrupaciones territoriales, sin saber si podría cumplirlos. Por si fuera poco su afán, el susodicho diputado define como “los tres del búnker” a los tres grupos más numerosos que el suyo que, según él, favorecieron que el Congreso esté presidido por Patxi López. Resulta que los tres grupos, que suman 253 escaños son el búnker y el suyo, con 69, es el espacioso palacio confederal del pueblo. Será el mayor búnker del mundo, capaz de alojar a los 253 diputados concertados y al 70 por cien de los españoles que los han votado, más de dieciséis millones de personas dentro del búnker. Desde fuera del búnker, los componentes deseables por Podemos podrán disfrutar de los grandes espacios residuales que pretende ofrecerles Pablo Iglesias. Lo de Iglesias se parece más a un “gulag” que a un búnker. En su grupo llevaron a un bebé como mascota, no se sabe si para dar la nota o para hacernos saber que, en un futuro, crecerán por las leyes naturales de la reproducción.

En Barcelona, Carles Puigdemont, nuevo Presidente de la Comunidad Autónoma catalana, pretende cumplir con la norma del juramento o promesa legal prometiendo “fidelidad a la voluntad del pueblo de Cataluña representado por el Parlament”. La fórmula no puede ser más ingeniosa. No quiso jurar la Constitución pero tampoco se atrevió a invocar a un pueblo de Cataluña que no otorgó mayoría alguna a su partido. Por tanto no prometió fidelidad directamente a todo el pueblo catalán sino al “representado por el Parlament”, es decir, a una parte raquíticamente mayoritaria de escaños turbiamente amañada. El tal Puigdemont pudo comprobar, tras su incorrecta ceremonia, que “el pueblo de Cataluña representado por el Parlament” habiendo sido convocado, no era bastante para ocupar ni una quinta parte de la pequeña plaza a la que asoma el edificio de la Generalitat, por lo que tuvo la prudencia de mandar que no se abriese el balcón para no medir con sus propios ojos cuan escaso es el entusiasmo del pueblo representado por sus parlamentarios y para comprender lo terrible que hubiese sido para el independentismo convocar nuevas elecciones.

Pedro Sánchez, obcecado con el único objetivo de sustituir a Rajoy, sigue empeñado en considerar “mayoría de progreso” a quienes se hartan de considerarlo lo peor de la casta en todos los escenarios pagados desde Irán o Venezuela, como si los electores cuando votaron no supiesen distinguir entre partidos constitucionales y partidos antisistema. No entiende que, si su fobia contra Rajoy consiguiese desplazarlo, se encontraría en peores condiciones para seguir atacando a un partido que no solo seguiría siendo mayor que el suyo sino que, probablemente, se presentaría recrecido y renovado. Entronizado un socialista en la Presidencia del Congreso y negadas las pretensiones de Podemos y endurecido el clima contra las ilegalidades en las relaciones entre la pintoresca y desmedida facción del “proces” catalán y las instituciones del Estado, no puede soñar en asegurarse complicidades a su ambición personal a un lado izquierdo equivocado, donde el “derecho a decidir” es el único frágil lazo que mantiene cosidos con hilos negativos a quienes aspiran a cuadriplicase parlamentariamente y a dividirse territorialmente. Cuanto más se empecina Sánchez en su conglomerado progresista más se hunde dentro de su propia casa, donde el Partido Socialista se va diferenciando, cada vez más, del partido sanchista. El sanchismo parece dispuesto a que Sánchez se propicie a toda costa sobre un mosaico de separatistas, antisistema y anarquistas que solo le apoyarían ocasionalmente para fastidiar a Rajoy.

Quizás sería oportuno que los considerados del búnker encontrasen una salida elegante, si es preciso soltando lastre en sus cabezas, tan difíciles de concordar ante las batallas que esperan a un futuro gobierno por la unidad de España, la continuidad de su crecimiento económico y la estabilidad de sus instituciones, renunciando a ambiciones personales para apoyar conjuntamente a un presidente aceptable por los tres, por la Comunidad Europea, por la OTAN y por la Corona. El periodista Abel Fernández tuvo la osadía de mencionar, en un reciente artículo, a Javier Solana, uno de los escasos políticos españoles con el Toisón de Oro. “Se non è vero, è ben trovato”. Si un personaje así fuese Secretario General del socialismo las cosas serían más fáciles. Pero en Ferraz sigue dando la tabarra Pedro Sánchez como Secretario General del sanchismo por el momento imperante. El sanchismo ni quiere pactar con unos ni puede hacerlo con otros, pero sigue convencido que su título de perdedor de las elecciones le da derecho a la Presidencia por gracia de la turbamulta desorganizada. Es un problema interno del PSOE, como diría un cardenal de la Curia. Hay que confiar que, mientras duren las consultas y, quizá, las reconsultas, maduren las frutas verdes que hacen intragable por el momento la política española.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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