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Tal como éramos

lunes 01 de febrero de 2016, 15:47h
El rechazo de muchos españoles a Podemos es comprensible como lo es que la mayoría de los jóvenes apoyen a esta formación que ha roto los moldes del bipartidismo al que nos habíamos acostumbrado en la transición. Para entenderlo solo basta con mirar atrás en nuestras propias vidas. Muchos de los que en estos momentos abominan de las tesis defendidas por Pablo Iglesias y los suyos solo tendrían que mirarse en el espejo del tiempo y comprobar lo que ellos mismos pensaban y defendían hace tres o cuatro décadas. ¿Cuantos de nosotros justificaba las acciones de ETA durante el franquismo y daba cobijo a “compañeros” del FRAP o del PCE perseguidos pòr la Brigada Político Social durante los últimos años de las Dictadura? Eran los años 70 del pasado siglo y una buena parte de los universitarios españoles estábamos comprometidos con la lucha por las libertades justificando conductas que ahora nos parecen del todo injustificables y aprendiendo consignas del Libro Rojo de Mao como si fuese la mismísima Biblia. Entonces muchos pensábamos que la única forma de cambiar una España ultraconsevadora heredada de cuarenta años de dictadura franquista era la revolución más o menos violenta, gritando aquello del “pueblo unido jamás será vencido” y otras consignas por el estilo.Nuestros ejemplos eran la Cuba de Fidel, el Chile de Allende, la Nicaragua de los sandinistas o la China de Mao.

Afortunadamente el tiempo nos hizo entrar en razón a tiempo y comprender que la labor desarrollada por una serie de fuerzas políticas como la UCD, el PSOE, AP o el PCE para conseguir una transición pacífica hacia la democracia era la mejor solución para evitar que se volviesen abrir en España unas heridas que no habían cicatrizado desde la Guerra Civil. Y los hechos, la pura realidad les dio la razón a todos aquellos que apostaron por la reforma en lugar de la ruptura, una reforma que costó mucho trabajo llevar adelante, que tuvo muchas piedras en el camino pero que, en un par de décadas, colocó a una España sin complejos en el ombligo de Europa y del mundo. Afortunadamente para todos el pragmatismo se impuso a la utopía y la fuerza de la razón a la razón de la fuerza. La transición española y el desarrollo en paz del país se convirtió en ejemplo a imitar por encima de otros ejemplos de socialismo más o menos democrático. Felipe González ganó las elecciones en España con mayoría absoluta y nadie se rasgó las vestiduras. Se abordaron reformas legales necesarias para modernizar el país y España afrontó el año clave de 1992 ofreciendo a todo el mundo con las Olimpiadas de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla una imagen de modernidad, tolerancia y apertura de ideas que nadie se podía imaginar solo una década antes.

Están a punto de cumplirse cuarenta años de la aprobación por referéndum de la Constitución de 1978 que fue la espoleta en la que se basó el despegue de España hacia la normalidad democrática. Es posible que muchos de sus artículos hayan quedado obsoletos y habría que afrontar una reforma de un texto que nos ha proporcionado a los españoles más de tres décadas de convivencia pacífica. Pero igual que en su momento se produjo un acuerdo de la inmensa mayoría de los partidos para elaborar el texto constitucional, también ahora habría que buscar un consenso para establecer qué y cuántas reformas hay que afrontar.

Nos enfrentamos en estos momentos a una situación inédita en España en la que ninguno de los partidos en litigio ha conseguido la mayoría suficiente para gobernar. Ello ha hecho cundir el nerviosismo en muchas capas sociales que observan preocupadas la irrupción de nuevas fuerzas emergentes que van a ser claves para la formación de cualquier Gobierno. Entre ellas destaca sobremanera por sus nuevas formas y sus antiguos y trasnochados ideales la liderada por Pablo Iglesias, una amalgama de movimientos antisistema que propugnan la vuelta a ideologías que eran válidas en los años 60 del pasado siglo pero cuya trayectoria y escasa efectividad han demostrado que están totalmente superadas.

Por eso cuando mi hijo pretende defender las tesis de Podemos en una tranquila conversación familiar en torno a un arroz o a unas croquetas, opto por callarme y no entrar al trapo de la demagogia y el populismo barato que venden los ideólogos de Pablo Iglesias. Yo también discutí con mis padres por mi diferente forma de entender la política cuando tenía su edad. Es ley de vida y no espero que me entienda cuando haya transcurrido algo de tiempo. Alguien dijo que la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo. Y, por desgracia, todos, absolutamente todos los que vivimos aquellos años 60 hace tiempo que ya pasamos la cuarentena y hace mucho que dejamos de creer en fábulas marxistas-leninistas.
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