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El envés

Aún es posible la esperanza

lunes 29 de febrero de 2016, 11:57h

Se vuelve a hablar de la decadencia de Occidente. Creo que tal decadencia no existe, lo que ha dejado de existir es el occidente como realidad, y aún como concepto.

No es nuevo el imperialismo económico que Estados Unidos trata de convertir en político con su violación de los derechos fundamentales para todos como sistema, despreciando la soberanía de los estados.

El arbitrio del Príncipe como fuente de Ley fue constante en la historia de la humanidad. Fue la conducta de los sátrapas orientales, de los emperadores romanos y de todos aquellos que no consideraron al pueblo como auténtica base de la soberanía que delegaba en personas para actuar en beneficio de la sociedad. La política nace en Atenas cuando Pericles era el alma de Grecia. La participación era la clave del sistema para los ciudadanos. Roma decayó cuando abandonó las instituciones republicanas para reforzar el poder del Imperator y ser más eficaces en la conquista del orbe.

Dividieron al mundo en Orbe Romano y Orbe de las demás tierras (Orbis romanus et Orbis terrarum). Nada extraño que la concepción teocrática del poder en que sucumbió el admirable mensaje cristiano, no sólo después del Edicto de Constantino en el año 313, sino después de la coronación de Carlomagno en la Nochebuena de 800, degradase las conquistas de la mente reflejadas en el derecho para equipararse a la política teocrática de los Califas. Para extender el Islam, con discutible eficacia. Concebía el mundo dividido en dhar al Islam y dhar al Harb. Esto es, “mundo sometido” y “mundo para conquistar”.

El concepto de mundialización es tan antiguo como la razón de la fuerza que intenta domeñar a la fuerza de la razón. Si pobre es el que codicia demasiado, bárbaro es el que no tiene noción de la mesura, desde los bárbaros mongoles o las acometidas tártaras hasta los imperios que siguieron a la teoría del derecho divino de los reyes, propalada por teólogos sin conciencia que hicieron bueno el realismo del Príncipe de la Ciencia Política, Nicolás Maquiavelo: el fin justifica los medios.

El concepto de mundialización en cada época se corresponde con su concepción del mundo y el alcance de su fuerza apoyada en las tecnologías del momento para acaparar más materias primas, más recursos y más locura en su carrera hacia la desintegración del sistema, por des-agonía de los ciudadanos.

En el antiguo Hospital de los Reyes Católicos, en Santiago de Compostela, descubrieron una sala en cuyo dintel se leía “Sala de los des-agoniados”. Es decir, de los que ya no tuvieron fuerzas para luchar.

Los sabios de las más grandes tradiciones coinciden en lo fundamental: el sentido del vivir es la plenitud de saberse universo en una gota de rocío. De ser nosotros mismos, de no dejar escapar el instante, estar a lo que estamos, la consciencia de saber que no sabemos, hasta la sabiduría de poder expresar con nuestra palabra o con nuestro silencio: “No te apures, Sancho amigo, yo sé quién soy”.

La enajenación por el poder del tener sobre la consciencia de ser se anuncia como un estallido porque ha alcanzado la linde del no-retorno: cuando se ha perdido el sentido de vivir y ya se entiende que no hay nada que perder, muchas personas se hacen bomba que camina y se arrojan en el devastador efecto del terror como explosiva expresión de su protesta.

No es, pues, el imperialismo de los actuales sátrapas que acogotan a millones de seres humanos con hambre, enfermedad, guerra, marginación, soledad y desarraigo lo que constituye la clave de esta bóveda visualizada por el nuevo Sansón que encarna al pueblo sometido. Es el nuevo concepto de Imperio como un magma de poder difuso cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia no se atisba en ninguna.

Los sátrapas que se benefician como “aliados” deberían de tener presente que no habrá poder militar capaz de detener a los rebeldes al grito de “¡Muera Sansón con los filisteos!”

Para quienes apostamos por otra mundialización alternativa y solidaria, comienza a vislumbrarse la luz generadora de un nuevo amanecer, más humano, más justo y armonioso con la riqueza de convertir el tiempo en espacio que definimos con nuestra presencia y responsabilidad compartida.


José Carlos García Fajardo

Profesor Emérito Universidad Complutense Madrid (UCM).

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