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Afán de protagonismo

viernes 07 de diciembre de 2007, 09:49h
Hubo un tiempo en que José Bono se conducía de manera más discreta por la política. Entonces se trataba de poner en marcha una comunidad autónoma sobre un espacio imposible: unas provincias que carecían de toda experiencia común y ni siquiera tenían verdadera voluntad de unirse. Pese al escepticismo de muchos –justificado, tal vez– la comunidad se desarrolló en poco tiempo, como en otros lugares de España, hasta trascender la mera organización administrativa para convertirse en una sólida estructura de poder público, que ha mejorado de manera perceptible el nivel de vida de las gentes de Castilla-La Mancha. Desde sus inicios, el proceso autonómico lo recorrió admirablemente el presidente Bono, ejerciendo una eficaz pedagogía en un mundo rural poco vertebrado. La población, agradecida, le recompensó con sucesivas mayorías absolutas.

Su desembarco en la política nacional se ha producido con menos aprobación de la sociedad que en su feudo local. Teniendo en cuenta su condición de favorito, la derrota de su candidatura a la secretaría general del partido en 2000, aunque producida por un estrecho margen, mostró ya la limitación de su discurso político cuando se traslada del ámbito regional al nacional. La pretensión de difuminar las diferencias ideológicas en nombre de causas superiores compartidas –como la Patria o la Bandera–, que suele sugerir a menudo, no resulta tan convincente en una sociedad más compleja en la que se ventilan intereses contrapuestos y existe una alta conciencia política. La promoción constante de algunos de los símbolos, creencias y valores ajenos a la izquierda irrita de manera creciente a un sector del electorado progresista. 

La popularidad de Bono le convierte en un valor electoral seguro, pero su patente para actuar por libre encierra también algunas complicaciones. Su permanente afán de protagonismo, aunque no supone ninguna novedad –recuérdese su excesiva toma de posesión como ministro de Defensa y repárese en su posterior trayectoria en el cargo–, empieza a ser visto con hastío por una parte de los propios electores socialistas, como hemos tenido ocasión de comprobar en las reacciones que se han producido al anuncio de su regreso a la política y a sus últimas intervenciones públicas. La frivolidad con la que trató la oferta para presentarse como candidato socialista a alcalde de Madrid actúa también como un poderoso precedente.

Desde que se anunció oficialmente su reaparición en la política activa, tras dos años escasos de ausencia del primer plano de la actualidad, Bono se ha prodigado en sus declaraciones públicas con ocasión de entrevistas y actos diversos. Su designación como cabeza de lista por Toledo se ha acompañado de una innecesaria promesa del presidente Zapatero: el ex ministro presidirá el Congreso de los Diputados en la próxima legislatura si el PSOE gana las elecciones generales. La promesa peca de inmodestia y es poco respetuosa con el sistema constitucional al tratarse de un cargo con una gran carga institucional. Nadie discute que Bono puede ser uno de los mejores candidatos socialistas para presidir la cámara, pero a su debido tiempo y guardando las formas. Es dudoso que el conocimiento anticipado de la labor de Bono en la próxima legislatura le añada votos, por lo que todo se queda en un puro figurar que hasta le puede restar apoyos.

Particularmente inquietantes para Ferraz han sido las últimas declaraciones del ex ministro en las que al decir que la situación política actual había cambiado –aclarando que se entiende que debido a la retirada de Pasqual Maragall y a la persecución de los terroristas tras la ruptura de la tregua– venía a confirmar sensu contrario que su precipitada salida del Ejecutivo, en la primavera de 2006, se debió a su discrepancia con la política territorial (reforma del Estatuto de Cataluña) y a la opción estratégica adoptada en la lucha antiterrorista (autorización parlamentaria para negociar con ETA); además, comprometiendo seriamente la imagen futura de Zapatero, ha manifestado su intuición de que el presidente no se presentaría a un hipotético tercer mandato. Naturalmente la opinión pública lo ha interpretado como su personal postulación para el puesto.

La revelación pública de Bono de sus discrepancias pasadas con el gobierno en asuntos de la máxima trascendencia, aunque no desvele ningún secreto para la opinión pública, tiene un pésimo efecto sobre la campaña electoral socialista que trata de rentabilizar la tarea realizada en el poder. Las materias sobre las que discrepaba el ex ministro son precisamente aquellas que han constituido los ejes del debate político planteado por la oposición. Sin duda se trata de entuertos motivados, más que por malicia, por el irresistible afán de protagonismo del personaje.
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