Bono, en su laberinto

José Bono Martínez, o la ambición –en principio, lícita— semialopécica. El ex ministro de Defensa, lenguaraz a decir de los muchos, está provocando --¿habrá que decir sin necesidad?— más de un patatús en La Moncloa. Va de dicharachero, sin controlar lo que dice; sin aquilatar el cómo y el cuándo lo dice. Alguien, con más sentido témporoespacial, se hubiese dado por satisfecho con la insólita unción futurible de presidente del Congreso de los Diputados. Bono, a raíz de sus (pen)últimos comentarios públicos, como que no.

O va de largón o va de dicharachero; o de ambas condiciones a la vez. Es una explicación, que no una justificación, de su locuacidad que dejó con el culo al aire a Rodríguez Zapatero. A estas alturas preelectorales, no toca que el actual presidente el Gobierno haga un ejercicio de futurabilidad (el columnista pide el perdón de la Real Academia por el palabro) a ocho años vista. No toca, pero figura en la cartilla de Bono Martínez. O eso se cree él.

En diez días, Bono no ha rehuido ningún foro informativo. Y en todos ellos ha ido dando muestras de su ambición –en principio, lícita—por acceder no ya a la Carrera de San Jerónimo, sino al palacio de la Moncloa. De Fuensalida a La Moncloa, toma ya. Con el carnet socialista en la boca –eso dice— y el nombre de España bordado hasta en los calzoncillos. Abominando siempre del pasado reciente, el de su partido y el del actual Gobierno. Señalando las causas de su retirada anterior. Nombrando culpables: Pasqual Maragall y aquel tripartito, ciertamente caótico, pero que, incluso con Esquerra Republicana de Catalunya, dijo al resto del Estado que otra España, la plural, es posible. Bono, evidentemente, no. Él en su laberinto y fastidiando a los propios más que a los ajenos.