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El que espera, desespera

viernes 11 de marzo de 2016, 15:05h
Eso dice el clásico refrán español y, como casi todos los refranes, retrata situaciones generalizantes, estereotipos que, a veces, no se corresponden con la realidad. Los españoles llevamos ya la friolera de casi tres meses, más de ochenta días con un Gobierno en funciones que, hay que reconocerlo, no lo está haciendo nada mal. Uno se pone en la tesitura de que Pedro Sánchez hubiese sido investido a las primeras de cambio y les aseguro que ya estaríamos hablando de subidas de impuestos, de derogación de la reforma laboral, de la ley del aborto, de la memoria histórica y, cómo no, de la independencia de los catalanes. Vamos, que estaríamos como hace seis meses y, además, con un presidente del Gobierno que tendría que amoldarse a los caprichos de sus socios, ya fuesen éstos los muchachos de Ciudadanos o los de Podemos.

Pero mira por donde nuestros políticos siguen sin ponerse de acuerdo y Mariano Rajoy va a conseguir ser el presidente perpetuo, el que más tiempo ha gobernado en una sola legislatura de toda la reciente historia de España, al menos cuatro años y medio si la cosa no se tuerce y acabamos celebrando nuevas elecciones el 26 de junio que, dadas las actuales circunstancias, parece lo más probable por más empeño que ponga Sánchez en lograr como sea y al precio que sea su manido y falso pacto de progreso con Pablo Iglesias.

A estas alturas de la película, y mientras corren inexorablemente los días que concede la Constitución para llegar a algún acuerdo de Gobierno que permita una investidura, lo único que nos ha quedad claro a todos son varias cosas que no deberíamos olvidar. La primera, que a Pedro Sánchez le guía una obsesión enfermiza, su único empeño es ser nombrado presidente para evitar que su propio partido le dé la patada definitiva y lo mande al paro. Segunda, que los Ciudadanos de Albert Rivera se han convertido en un partido bisagra que apoya a quien sea y al que le da igual ocho que ochenta con tal de buscarse un futuro acomodaticio que le solucione la vida y que no cuenten cuentos de pactos de estabilidad que no se los creen ni ellos. Tercera, que el PP tiene que hacer autocrítica de sus numerosos errores y afrontar una urgente renovación (o refundación) del partido si no quiere acabar como la UCD de Adolfo Suárez. Y para ello parece necesario que Mariano Rajoy dé un paso atrás y permita que nuevas figuras emergentes como Alberto Nuñez Feijoo laven la cara de una formación que huele demasiado a naftalina. Cuarta, que el PSOE tiene también que hacer autocrítica al haber obtenido Sánchez los peores resultados de su historia y plantearse de una vez que políticos de raza, como Susana Díaz, y no cantamañanas como Sánchez tomen las riendas de una formación que ha sido fundamental en la reciente historia democrática de España. Si no lo hace pronto es muy probable que Podemos se lo meriende de un solo bocado. Y quinta, que digan lo que digan las encuestas, a los españoles nos quedan bastantes años de tener qe seguir aguantando los postureos, la demagogia barata y las salidas de tono de los muchachos de Pablo Iglesias que, si consiguen en algún momento emular al Syriza de Tsipras, nos van a calentar la cabeza un buen rato.

Por todo lo expuesto, pienso que lo mejor que nos podría ocurrir a los españoles es que todos nuestros políticos siguieran mareando la perdiz otro mes y medio y fuésemos a unas nuevas elecciones a finales de junio, a ver si entonces, y viendo claramente cuales van a ser las posturas de cada litigante, los votantes nos decantemos hacia opciones que puedan alcanzar pactos coherentes que nos saquen del atolladero en el que nos metimos el 20-D.

P.D.-No quisiera acabar este artículo sin dejar un recuerdo en Andalucía Crítica para un querídísimo compañero que para desgracias de todos los que le rodeaban de de los que gozamos alguna vez de su compañía, nos dejó hace pocos días, Fernando Carrasco. Todos los días cojo el autobús de la linea 3 en la Palmera y me bajo en la puerta del Príncipe de la Real Maestranza. Ayer, una semana justa después de su muerte, al poner el pie a tierra, una gitana me ofreció un clavel y una ramita de romero. Por primera vez en mi vida no lo rechacé, le di diez euros y las gracias y me acerqué a la reja de la plaza de toros, allí donde Fernando abandono su corta vida, y deposité ambos, el clavel rojo y el aromático romero, donde supuse que había muerto. La girana me miró y, al ver mi rostro triste y apesadumbrado, solo me dijo una frase: “Que Dios lo tenga en su gloria!”. Descansa en paz, amigo.
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