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El título era otro, pero en esto llegó Alierta y...

martes 29 de marzo de 2016, 13:50h
Espero que quien me lea me perdone si, como sospecho, en algún momento he publicado un artículo con un título similar a este, tan hamletiano: "Sánchez o no Sánchez, that is the...". No sería de extrañar, puesto que casi todo sigue siendo lo mismo desde que, hace ciento un días, se nos colapsó, nos colapsaron, la situación política, y España pasó a ser un país en funciones que va dejando, poco a poco, de funcionar en cuestiones de importancia. Lo que ocurre es que a veces se producen acontecimientos no directamente -o sí...- relacionados con la política, como la inminente sustitución de César Alierta al frente de la mayor multinacional española, Telefónica, para pasar a presidir la Fundación de esta compañía. Y eso debería hacer meditar a algunos sobre la profundidad del cambio que se requiere en las estructuras políticas, cuando las de la sociedad civil tanto están mudando de hecho.

Y nosotros (me refiero al Gobierno en funciones, a la oposición en funciones e incluso a los medios, que vivimos ya instalados en el despiste al que nos inducen, en un marco en el que no vale por la tarde lo que se dijo por la mañana), nada, a lo nuestro. Ahora, este miércoles, como si fuese un gran acontecimiento –con la que está cayendo: pues ¿no cambia hasta el presidente del gigante de las comunicaciones, tras más de década y media de servicios y protagonismo innegable, y no solo en el campo de lo económico?-, pues eso, que nosotros venga a hablar de la ‘cumbre’ Sánchez-Iglesias. Una ‘cumbre’, esta del secretario general socialista y el de Podemos, que es como la montaña que parió un ratón.

Y no lo digo por desmerecer a los interlocutores, sino porque aventuro que de ahí va a salir poco y lo poco que saliese, porque no se pueden mezclar peras con manzanas, sería nocivo para la salud colectiva. Sánchez tiene demasiada prisa por llegar a La Moncloa, aunque hay que reconocerle valor y decisión a la hora de asumir los riesgos –bien que lo ha demostrado en algunas de sus decisiones, incluso frente a sus ‘barones’--. Y Pablo Iglesias es un artista del trapecio, un hombre que ha sabido encontrar a cinco millones de descontentos con la política oficialmente imperante hasta ahora –seguro que hay más millones, aunque no lo han evidenciado tanto en las urnas--, pero que tiene que tascar el freno, pensar por qué camino va a emprender sus pasos siguientes y aprender a esperar. Lo urgente ahora, como decía Pio Cabanillas, aunque, claro, él no pudo conocer al líder morado, es esperar.

Confío en que Sánchez lo comprenda: no se puede ceder todo, incluyendo la cordura, a cambio de un inestable sillón en La Moncloa. Que se lo pregunte, en esta hora de mudanza relativa (también en la Fundación se pueden hacer muchas cosas), a César Alierta, a quien reconozco que, con cuantos ‘peros’ usted quiera, admiré a distancia porque creo que ha actuado con la prudencia requerida en el crecimiento y en la consolidación de su compañía, y que seguro que no aprobaría una coalición PSOE-Podemos. No porque signifique escorar el barco a babor –esto de la izquierda y la derecha es agua pasada--, sino porque, digan lo que digan, conoce bien y a fondo cómo andan las cosas por ahí fuera. Y, claro, no se trata de que el señor Alierta, o los presidentes de los bancos y de las empresas del Ibex tengan que vetar o alentar coaliciones de Gobierno en un país democrático, sino porque ese pacto, así a simple vista y dados los planteamientos que sobre el mismo se han hecho desde Podemos, resulta patentemente inconveniente para los intereses de los españoles, que somos los que votamos y los que, con nuestros impuestos, pagamos a los equilibristas que dicen que interpretan tan correctamente nuestro voto.

Creo, aunque nunca le he escuchado una palabra en voz alta al respecto, que Alierta, como otros muchos empresarios y no empresarios españoles, preferiría una coalición ‘a tres’ entre el PP, PSOE y Ciudadanos, a una aventura, que sería casi una juerga privada, entre Sánchez e Iglesias. Sigo pensando que esa gran coalición azul, roja y naranja, de la quien suscribe lleva hablando muchos años, sería una buena solución transitoria para arreglar las cañerías y regenerar la vida política española. ¿Sin Rajoy? De acuerdo, pues sin Rajoy y con otra figura de los ‘populares’ al timón. ¿Con un verdadero programa reformista, que sería, cómo no, ‘de progreso’, pero posible, y no quimérico, como quieren algunos populistas? ¿Con un auténtico programa de lucha contra la corrupción pública y privada? No podría ser de otro modo.

No sé muy bien por qué, pero el no tan inesperado anuncio del relevo de uno de los grandes capitanes de la economía española me ha hecho meditar en que no es posible ya actuar con las tácticas y las estrategias de la vieja política. Que es precisamente lo que estos recién llegados a la cosa política están haciendo, a menos que nos demuestren lo contrario, sin entender que la realidad va a acabar arrollándolos.

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