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Inmisericordes nacidos en Europa
(Foto: EP)

Inmisericordes nacidos en Europa

> El doctor en Psicología Javier Urra explica el origen de un yihadista

viernes 01 de abril de 2016, 14:26h
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¿Cuál es la causa de que tantos jóvenes se enrolen en la llamada Guerra Santa, que pasen a formar parte del Estado islámico (Daesh)?

Capaces de cometer atroces atentados yihadistas. Capaces de inmolarse.

¿Qué lleva a en un breve espacio de tiempo, adquirir una radicalización tan brutal?, a mostrarse tan violentos.

El “Asesino Nato” es solo el título de una película de cine. Los monstruos no nacen, se hacen.

Tenemos jóvenes que no se sienten bien, que ocultan un vacío existencial. Ahora sin razón para vivir, tienen una causa para morir. Por Alá, la muerte te convierte en mártir.

Hay adolescentes violentos que buscan una causa donde poder vomitar su náusea.

El “Canto de Sirena” llega desde la zona caliente, el foco de guerra. El territorio en expansión. El Daesh busca atraer jóvenes, ya lo ha conseguido en Ceuta, en Melilla, en Cataluña. Reclutan Muyahidines y mujeres para enviar al califato. A las chicas se las induce a casarse, a tener hijos “para la causa”.

Las chicas jóvenes pasan a ser esclavas sexuales en una poligamia donde están mal vistos los celos, se busca procrear combatientes para el Califato.

Algunas chicas también se convierten en combatientes. O aprovechando sus amplias vestimentas se suicidan buscando causar el mayor daño posible.

Atraer la ferocidad de la batalla. La llamada desde la red, para convertirse en salvadores, para inmolarse por una causa. La llamada desde la zona del conflicto.

El ISIS, el Estado Islámico es una realidad, el reverso de la libertad individual, de la cultura, la creatividad, el arte, la comodidad.

Algunos de estos fanáticos son nacidos en occidente, ¿pero cuál es su sentimiento? ¿Se sienten distintos, desclasados, desintegrados?

No conocen la compasión, el perdón, la duda. Son fanáticos atraídos como por un imán que les garantiza una estructura militar, machista, con criterios estratégicos.

Funcionan cuando están fuera del califato por células. La presión del grupo, el sentimiento comprometido de “hermanos”.

Sentimientos de inclusión, por pertenencia. Convicción de que no hay vuelta atrás. Obediencia debida. Añádase excitación, anticipación, la efímera fama, el reconocimiento solidario del otro. La llamada de los videos violentos en la red, de las noticias de los medios. Sí, efecto llamada. Vence como en “La Naranja Mecánica” el más psicopático, el más cruel.

Tan convencidos de su actuar, que como en “American History X”, arrastran a sus hermanos más jóvenes. El odio contra el otro es un poderosísimo impulsor, el uso incontenido de la violencia desde la asunción de posicionarse como víctimas.

Hay explicaciones que aportan los politólogos. Hay otras más íntimas y personales. Buscan explicaciones para llevar a efecto las conductas que desean ejecutar.

No hay razones.

La captación se centra en jóvenes con unas características previas. Los actos terroristas sirven de publicidad. Se utilizan las redes sociales buscando un adoctrinamiento exprés.

La radicalización llega al extremo de entender que solo hay una frontera en el mundo, la religiosa. Nosotros estamos en el lado de los infieles.

Al llegar a Siria o Irak se les asigna lugar y ocupación. Si no están formados (la mayoría), la guerra. Si son médicos, arquitectos, la construcción del Califato. Se les retira el pasaporte y se les asigna un sueldo de 1.300 euros. No está permitida la deserción.

Algunos regresan a occidente, si lo hacen con su pasaporte vienen mandatados para matar.

La red social de Facebook es la más utilizada para los primeros contactos.

En España 81 presos son islamistas, de primera generación de inmigrantes. El 80% tiene entre 25 y 35 años. También tenemos en centros de reforma a menores de 18 años, bastante refractarios a la conmiseración, al respeto al otro, o simplemente a la racionalización del debate.

Estamos ante una guerra híbrida. Declarada por un estado donde política, dinero y religión se confunden. Que recluta a jóvenes problemáticos entendido como asociales, encerrados en sí mismos. Que rechazan las normas que entre todos nos hemos dado. Unos jóvenes que buscan la excitación, la subida de adrenalina, hartos del alcohol y otras drogas, hipnotizados por la imagen sublimada de inmolarse mediante un cinturón de explosivos.

Jóvenes a los que les encanta “dar miedo”. Resultar relevantes, que rumian ideas de destrucción y autodestrucción. Que gustan de simbología de imágenes e iconos mitad ninja, mitad rambo. Que demandan riesgo, aventuras intrépidas para sentirse vivos. Aunque sea por poco tiempo.

No se dude, buscan la venganza, posicionados idílicamente como “David contra Goliat”, la inmensa mayoría además de psicopatologías reseñables puntúan alto en psicopatía. Buscan convertirse en superhéroes, atraídos por grupos extremistas, que les aportan identidad, sentimiento de grupo, de pertenencia. La extracción es variada, desde musulmanes jóvenes que se perciben subjetivamente discriminados por los gobiernos occidentales donde viven, gobiernos que consideran ataca a sus ancestros; a criminales que se radicalizan y convierten en la cárcel; pasando por jóvenes desnortados y desesperanzados.

Nos es difícil combatir, porque no solo se nos infiltran en nuestra evolucionada sociedad, quebrando la confianza y seguridad, sino que hay jóvenes denominados nuestros y que desertan de nuestra forma de vivir, que nos acribillan.

La pregunta es cómo prevenir un continuo reclutamiento. Haremos bien en preguntarnos, sin por ello flagelarnos, ni girar el tablero entre víctimas y verdugos. ¿Una sociedad laica, agnóstica, carece del atractivo de la fe radical que proporciona la garantía de una vida feliz en el más allá? ¿Genera nuestra sociedad acomodaticia una infelicidad existencial para algunos sujetos?

Los captores les prometen el paraíso, buscan aislar a los elegidos de su entorno y mediante técnicas de manipulación mental y códigos visuales ofrecen un sueño.

Hay temas que deben ser analizados por expertos. ¿Se trata ciertamente de una interpretación del Corán cruel, intolerante, sanguinaria? ¿Es cierto que “se dan valor” mediante estupefacientes que consumen para vencer el miedo y el dolor y que genéricamente es una droga a base de anfetaminas y cafeína?

La yihad propaga la crueldad, utiliza espacios virtuales. Transmite una narrativa alternativa a la vida de la civilización occidental. Ello explica que en España se detengan a “españoles conversos”, sin antecedentes árabes o musulmanes de ningún tipo.

Siempre habrá quien hará cualquier aberración para pasar de ser un don nadie a un supuesto héroe en internet. El adoctrinamiento vía internet busca dotar de nueva identidad social en la utopía yihadista.

La falaz denominación de Estado Islámico permite al Daesh convertir su objetivo utópico, en real.

La identidad individual débil, pasa a contribuir en una identidad colectiva fuerte. Acaba de obtener su lugar en el mundo. Estas personalidades con escasa asertividad, son muy influenciables, más cuando viven mayoritariamente en el espacio virtual de internet. En la inmediatez. Son eclipsados, cuasi hipnotizados en un mundo global y ya pequeño.

La violencia extrema, salvaje, de la barbarie, de la crueldad, se convierte en elemento de radicalización per se.

Se teatraliza la violencia, se transmite una dimensión apocalíptica, se busca zarandear a una sociedad donde penden sujetos desesperanzados, voyeuristas y virtuales. Rompiendo las compuertas éticas, irrumpiendo en una conciencia deshumanizada que aplaude y acoge la estética del horror. El empleo tecnológico de las atrocidades sirve como propaganda, como efecto contagio.

El Daesh no admite la negociación, exige la polarización, también de los musulmanes. Confronta el islamismo con el resto.

Un enfoque aparentemente medieval con asesinatos litúrgicos, esconde un estudio geoestratégico y la utilización de la globalización para transmitir sus creencias indiscutibles, reclutar combatientes y recaudar mucho dinero.

Nuestras sociedades occidentales incluyen espacios de marginación y desigualdad. Pero también se aprecia una falta de identidad, la perdida de sentido de trascendencia, la religiosidad, del más allá.

El nihilismo nos invade, pero porque somos una sociedad libre, democrática, que anteponemos los derechos humanos y a cada individuo.

Precisamos generar un discurso coherente, basado en nuestros valores y virtudes, transmitiéndolo de forma pedagógica por los mismos medios en los que propaga el contagio. Anticuerpos psicológicos, sociológicos, antropológicos.

Una narración que explique por qué occidente emplea la fuerza de las armas, para proteger el presente y el futuro del respeto a todos y cada uno.

Javier Urra
Dr. en Psicología
Dr. en Ciencias de la Salud

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