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Heroísmos estériles

domingo 10 de abril de 2016, 10:00h

Las previsiones meteorológicas, de vez en cuando, anuncian olas de diez metros y vientos de más de cien kilómetros por hora. No importa. Asustan... pero siempre hay espectadores de primera fila. Y luego, claro, ahí están los equipos de salvamento marítimo. En Galicia, por ejemplo, el año pasado auxiliaron a una media de 43 personas por día en jornadas como estas. Un porcentaje de ellas, desgraciadamente, ya no podrán volver a contarlo. Lo malo es que esa desgracia, a veces, también afecta a los miembros de esos equipos de ayuda.

¿Qué poderosa fascinación, qué inútil atracción fatal, ejercen ciertos fenómenos meteorológicos en las mentes y en las conciencias de ciertas personas? Hay hombres y mujeres que acuden a ver de cerca los oleajes imposibles de 10, 12 nietros de altura, que se acercan decenas y decenas de metros tierra adentro, mucho más allá de la señal más próxima de los últimos días, poniendo en riesgo su vida y las de los demás. Hay personas también que les basta con ver la bandera roja en la playa para no poder controlar la inmensa necesidad de competir con el oleaje o la resaca, desoyendo los pitidos febriles e irritados que les dispensan los socorristas de la zona. Otros, en plena tormenta, con los cielos dando rienda suelta a su eterno y cíclico enfado estival, cuanto más llenos de ira parecen estar, más poder de atracción generan en cierta gente que prefiere disfrutar con los rayos y truenos que se generan, en lugar de refugiarse en casa y contemplarlos detrás de la ventana, a buen recaudo..

Esos son misterios que no entenderé nunca, quizás porque soy cobarde por naturaleza, o prudente por educación y cultura, no sé muy bien. O quizás esta sea una cuestión que nada tiene que ver con la racionalidad, con el sentido común, y haya que atribuirlas a ese otro aspecto que motiva también las reacciones humanas: la emoción.

Lo cierto es que, año tras año, temporada tras temporada -invernal o estival ¡tanto da!- tenemos que atragantarnos con noticias de personas muertas de todas las edades por cometer la imprudencia de acercarse a la boca del lobo, al origen del más nítido peligro, haciendo oídos sordos a las advertencias de todas las autoridades habidas y por haber. Parece, pues, un tributo que no hay forma de evitar porque, como digo, el rosario es tan duro como esperado, sin que nadie podamos hacer nada para modificar el final mortal de esa crónica. ¡Y, sin embargo, la solución se presenta tan obvia! Sencillamente, bastaría con no exponerse al peligro.

A quien arriesga su vida por salvar la de otro ser humano hay que rendirle un tributo público constante. ¿Hay mayor gesto de solidaridad, de empatía, de amor por el otro? No. Hay que quitarse el sombrero ante las innumerables intervenciones de los miembros de las fuerzas de seguridad del estado, los equipos de salvamento y socorrismo de tierra, mar y aire, y de los voluntarios de la Cruz Roja y de tantas y tantas otras instituciones que son el ejemplo mayor del altruismo de que es capaz el hombre. Gestos como esos nos hacen considerarnos orgullosos de compartir con ellos la condición humana. Sus acciones, que muchas veces acaban pagando con su propia vida, son actos de heroicidad nunca suficientemente reconocidos, pero que enorgullecen tanto a su familia, como a toda la sociedad. Sin embargo, estos otros gestos de falso heroísmo, de enfrentarse a olas, tormentas, vientos o cualesquiera otros fenómenos meteorológicos adversos, son heroísmos falsos, inútiles, estériles. Lo más que pueden movernos es a sentir una profunda lástima por quienes han osado enfrentarse a ellos, y por nada.

Si las advertencias de autoridades, gentes con experiencia o, sencillamente, el dictado de su propio sentido común no les bastan que, antes de lanzarse de nuevo otra vez a contemplar en primera línea espectáculos tan imprevisibles como peligrosos de la naturaleza, piensen mejor en hacer cursos de salvamento, socorrismo y de ayuda a los demás, porque así esa atracción por el peligro adquirirá todo el sentido del mundo y así su arrojo, su valentía dejarán de ser inútiles. Más vale morir como un héroe que como un idiota o como un imprudente.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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