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30 años sin Enrique Tierno Galván

martes 12 de abril de 2016, 14:42h

En estos días se está celebrando en el marco del Ateneo de Madrid, entidad que preside su hijo Enrique Tierno Perez-Relaño, un ciclo de conferencias para conmemorar los 30 años de la muerte del que fuera alcalde de Madrid. Fue un 19 de enero de 1986 cuando dejó de sonar aquel tan suyo “es menester”, que con su florida prosa se repetía en los inolvidables bandos cuya publicación y difusión forman parte inseparable de la historia de la Villa y Corte. Casi un 40 % de los madrileños votó a Tierno en 1979 y con el apoyo del PCE, logro la alcaldía de Madrid, mandato que renovó con mayoría absoluta en 1983.

De entre las muchas frases inmemoriales que nos dejó, quiero entresacar una que en estos momentos tiene plena vigencia cuando la corrupción rodea a un buen numero de teóricos servidores públicos, incluidos en tramas de sumarios interminables y que se ha convertido es uno de los mayores males de la política actual. Tierno enfatizó al respecto diciendo que "los bolsillos de los gobernantes deben ser de cristal" algo que cobra aun mas vigencia después de ver casos como los que están en mente de todos y que afectan a aquellos en los que los electores han puesto su confianza y su voz, ultrajadas en beneficio de oscuras avaricias.

Recuerdo como en los mítines invitaba en sus alocuciones a los asistentes a reflexionar. Él lo hacía como los grandes pensadores, pero su discurso llegaba hasta el más humilde de los oyentes, que captaba a la perfección sus mensajes. Eran clases gratuitas que tenían una entonación más propia de sala magna universitaria, que de una plaza de toros o un polideportivo en jornada mitinera, pero que todos seguían con respeto y en silencio, pues siempre era digno de escuchar.

Pero quiero hacer mención especial a un hecho que en la España actual de la intolerancia y con los egos crecidos en buena parte de los dirigentes políticos, es importante recordar. El viejo profesor en la toma de posesión de su cargo, en vez de jurar prometió, pero no sin antes haber reclamado dos cosas: un ejemplar de la nueva Constitución y, ante la sorpresa de muchos, el Crucifijo que siempre había ocupado un lugar preferente en el salón de plenos.

Con posterioridad a este gesto y ya siendo Alcalde de Madrid, intentaron quitar el crucifijo de su despacho y aun siendo Tierno Galván un declarado agnóstico, este respondió: “La contemplación de un hombre justo que murió por los demás, no molesta a nadie. Déjenlo donde está.” No faltó quien le pidiera explicaciones y Tierno se las dio: «En efecto, tiene usted razón, yo no soy creyente, soy agnóstico. Pero la figura del Crucificado es para mí un gran símbolo: es el hombre que dio su vida por defender hasta el final una causa noble».

Cuando tanto proliferan el confusionismo, la ambición desmedida y la ineptitud, es reconfortante comprobar que todavía existen testimonios de hombres como Tierno, capaces de colocar un crucifijo en su mesa sabiendo que esta actitud provocaría sin duda, sonrisas despectivas, estupor y, en ciertos casos, críticas desproporcionadas a las que no respondió en ningún caso.

Este gesto quiero entenderlo como la reacción llana y sencilla de un hombre culto y respetuoso, pues no solo su porte elegante del traje gris cruzado, sus sencillas gafas y ese pelo blanco lo avalaba, sino que acciones como esta, lo acreditaba. Siempre me ha inspirado gran admiración y respeto el insigne catedrático, su espíritu de sensatez (no lo a lo que Rajoy se refiere hoy en día) y tolerancia, imperó en aquellos años donde personas religiosas y ateas, de derechas y de izquierdas eran capaces de entenderse renunciando en parte a sus propuestas, algo que hoy en día parece impensable y que recordamos con nostalgia.

Ninguno de los políticos posteriores están hoy en día a la altura de Tierno ni remotamente. La historia ha sido cruel con nuestro país al privarnos de figuras de su talla. Tampoco abundan los obispos que recuerden la altura de miras y el espíritu de tolerancia de Tarancón, Díaz Merchán e Iniesta, que fueron reemplazados por Rouco Varela y su corte de retrógrados añorantes del nacional-catolicismo, que afortunadamente están en retirada por el espíritu aperturista del Papa Francisco. ¿Se imaginan un dialogo entre el viejo profesor y el mandatario vaticano? Sería digno de escuchar.

Tierno fue mucho más que un político y profesor universitario, fue un hombre de bien y un adelantado a su tiempo, ambas, cualidades imprescindibles para pasar a la historia. El mencionado ciclo de conferencias que está teniendo lugar en el Ateneo, se ha abierto con una charla sobre medio ambiente, muy apropiado para rememorar algunas de las acciones que tuvieron que lugar durante su mandato para mejorar la calidad de vida de la ciudad.

Madrid tenía graves problemas heredados de años de parchear la ciudad con obras inútiles que no solucionaba ninguno de los graves problemas de aquel entonces. Creó un cinturón verde en la ciudad, en una apuesta pionera por el medioambiente, pero el Plan de saneamiento integral de Madrid, su obra más importante, limpió las aguas residuales de Madrid y especialmente las del Rio Manzanares que era hasta entonces un vertedero de aguas fecales que avergonzaban a los madrileños.

Como símbolo de aquella actuación, se colocaron patos en el rio, para simbolizar la calidad de sus aguas limpias. A ellos hizo mención emocionada el entonces joven concejal Juan Barranco que ocupó su sillón después de su fallecimiento, en el discurso de despedida el 21 de enero de 1986 cuando Madrid se paralizó para despedir al hombre del gesto sencillo y la voz pausada al que tanto echamos de menos desde el mismo día de su muerte, hasta hoy mismo. ¡Gracias profesor, no le olvidamos!

JOSÉ JOAQUÍN FLECHOSO

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