Todas las fuerzas democráticas, salvo el PP, han estado al lado del Gobierno de Zapatero en la lucha contra el terrorismo, que tradicionalmente no sólo ha comprendido medidas policiales y judiciales, sino también políticas y diplomáticas. Así sucedió igualmente con los otros ejecutivos de la UCD, del PSOE y del propio Partido Popular. Por algún criterio todavía no razonado, el PP decidió separarse de cuanto hizo estando en el Gobierno, convirtiendo la lucha antiterrorista en un elemento más de la crispación. Toda esta legislatura se ha ido consumiendo en medio de un insoportable griterío, donde se ha escuchado casi de todo menos voces capaces de serenar el ambiente. Ni siquiera la voladura de la T4 de Barajas sirvió de toque de atención.
Entre que se fue demasiado lejos –el líder de la Oposición llegó a acusar al presidente del Gobierno de traicionar a las víctimas--, que ETA ha vuelto a asesinar y que se acercan las elecciones, parecía que algo podía cambiar. Pero el aparente cierre de filas tras el atentado de ETA en Capbretone dista mucho de ser un acuerdo sincero entre fuerzas políticas que parecen irreconciliables. Para que no haya dudas ahí queda la escuálida concentración unitaria de Madrid, de cuya escasa participación no cabe concluir que los españoles no estén contra el terrorismo, que lo están, sino más bien que tienen dos criterios distintos sobre el posible final de ETA.
El PP de Acebes, Zaplana y Rajoy atrajo a los suyos cuando su pancarta fue contra ETA pero también contra Zapatero, y el PSOE demostró su fuerza en la calle cuando se movilizó contra ETA sin cerrar la puerta a la negociación. La pregunta está clara: ¿es realista pensar que si el PP vuelve a gobernar cortará todas las líneas con el entorno etarra o que, por el contrario, recuperará el pragmatismo de Aznar cuando se sentó a dialogar con quienes le habían querido matar?
Si (
No(
