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Esa luz que no debe apagarse

sábado 30 de abril de 2016, 21:12h

Me aferro a este artículo por una razón profunda de explicarme a mí mismo y explicarme lo que me rodea. Abro la ventana y dejo que el aire entre en el ambiente pesado de una buhardilla llena de libros que va acumulando tiempo y palabras. El tiempo aquí dentro es más lento quizá porque envuelve mi soledad, y la soledad como dijo un clásico es el imperio de la conciencia. En la soledad el tiempo tiene otro vibrar porque todo nuestro ser se expande por él sin que las cadenas de la realidad le marquen un ritmo. Juan Ramón Jiménez decía que la poesía es el pensamiento de la soledad. Y ahí busco los versos, intentando arrancármelos de lo más profundo de mi cuerpo. Con esto no quiero decir que escribir sea para mí como estar en una torre de marfil contemplando la lejanía. Al contrario, pienso que es cierto lo que dijo Camus en el discurso del Nobel, que el artista no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino de quienes la sufren. Pero debe hacerlo dando lo mejor que tiene dentro de sí, arrancándoselo al imperio de su conciencia y su soledad.

Me aferro a estas palabras porque hay algo dentro de mí, de nosotros, que nos obliga a desnudar el mundo y desnudarnos para que se pueda ver nuestra pureza o nuestra suciedad profunda. En mi buhardilla hay millones de palabras que sea han escrito buscando esa desnudez, intentando que el mundo se cada día un poco mejor. Y todas esas palabras que han descendido como el agua de una cascada de pensamientos han cambiado la esclavitud por la libertad, el animalismo por el humanismo, el trabajo impío por los derechos, porque las palabras son el arma más atómica que tiene el ser humano para destrozar la desgracia y la ignorancia. Por eso dijo Jefferson que prefería periódicos sin gobierno que gobierno sin periódicos. Sentía que esas montañas de papel llenas de letras muestran una luz a la sociedad, son su defensa más fuerte, el camino al futuro mejor, y como decía André Gide en su diario nadie sabe lo que sufre un corazón que no sabe su camino.

Escribo porque quiero que el mundos sea mejor, porque yo quiero ser mejor, porque quiero que quien me lea sea mejor y pido perdón por esta presunción que se justifica por ser una verdad evidente dentro de mí. Me aferro a este artículo, y a los miles que he escrito desde que empecé a pensar, soñar, y escribir lo que había soñado y pensado porque creo en el periodismo de la palabra contra la oscuridad, de la libertad contra la opresión física o síquica. El periodismo es el gran Quijote del mundo. Defendamos este trozo de papel o flujo digital lleno de vida. Es la guerrilla contra la nada que nos envuelve. Es una trinchera contra ese Gran Hermano que oscurece las neuronas e ilumina lo superfluo.
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