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A un mes del gran veredicto

jueves 26 de mayo de 2016, 13:47h
Creo, la verdad, que la situación ha empeorado, si es que ello era posible, con respecto a lo que vivíamos hace 5 meses, cuando constatamos que, salvo milagros -que no se produjeron- esto iba a ser imposible de gobernar. Los líderes andan en campaña en lugares varios, recorriendo enloquecidos los más diversos puntos de la geografía española (y latinoamericana, que esa es otra), periplos sin ton ni son que les impiden detenerse a reflexionar un momento sobre lo que posiblemente estén haciendo mal. Por eso algunas ofertas ‘locas’, como la de crear doscientos mil puestos de trabajo en la función pública, o la exigencia de revisar la educación concertada. Y se registran brotes preocupantes, no solamente en la Barcelona de los okupas ni en la Euskadi de Bildu, de colectivos que se pasan la ley, cualquier ley, por el forro de quién sabe dónde.

Falta un mes para que sepamos qué resultados han arrojado las elecciones del 26 de junio, para que conozcamos las primeras reacciones de los partidos ante tales resultados y, si se me permite, qué futuro nos aguarda, a la vista de esas reacciones, a los sufridos ciudadanos. Faltan dos semanas para que comience, oficialmente, la campaña electoral. Y, la verdad, sin querer ser pesimista, temo que las cosas no pintan demasiado bien: ofertas vanas y ocurrencias mil, peleas en vano sobre, por ejemplo, la educación -siempre salen la educación, los impuestos, las pensiones y la sanidad como objeto de absurda confrontación cuando se acercan las elecciones-, viajes cuestionables a mi modo de ver, discusiones sobre qué tipo de debates -que si a cuatro, que si a dos- ante las teles…Pero ni una idea de las de verdad, ni un cambio profundo de actitud: no se ha levantado un solo veto, las estrategias siguen siendo las mismas, las tácticas ídem y los rostros que concurren son exactos a los que se presentaron a los comicios de diciembre, seis meses más envejecidos, aunque a algunos nos parezca que han pasado años en el desierto.

Lo más frívolo que se me ocurre decir es ‘¡qué aburrimiento!’. Pero se justificarían expresiones mucho más alarmadas. Es preciso un viraje casi de 180 grados en las ofertas programáticas y en los métodos, pero los timoneles parecen mucho más atentos a quién les moderará el debate televisivo que a qué se dirá en el mismo. Incomprensible y, a la vez, demasiado comprensible, dadas las circunstancias. Estamos a un mes del gran veredicto, tras el enorme suspenso de diciembre (y meses posteriores) y estos señores siguen sin haber aprendido la lección. ¿Qué tiene que pasar para que de una vez aprueben?

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