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Esa curiosa manera de luchar contra la corrupción

miércoles 01 de junio de 2016, 12:35h

Que España es país que se indigna ante la paja en el ojo ajeno y deja pasar con manifiesta liberalidad la viga en el propio, es cosa ya demostrada. La principal manifestación de ello es la curiosa manera que tenemos de luchar contra la corrupción: somos capaces de polemizar durante días sobre el empleo subalterno -700 euros al mes- del marido 'tieso' de Susana Díaz y dejamos pasar prescripciones judiciales de delitos millonarios. Exigimos la dimisión del presidente del Gobierno murciano, pongamos por caso, porque una filtración indebida e ilegítima le acusa de ‘cohecho en grado de tentativa’ -habló por teléfono con alguien, sin consumar lo que se hablaba- y hemos olvidado las obras faraónicas que en algunas ciudades supusieron endeudarlas para décadas, pongamos que hablo del Madrid gallardoniano. Señalamos con el dedo justiciero al representante de un partido que se fue ‘gratis total’ a ver el partido en Milán y nadie denuncia los millonarios despilfarros evidentes en las campañas electorales.

Podría seguir con la enumeración casi 'ad infinitum'. Le pregunté a un hombre de buena voluntad, como es Juan Manuel Moreno Bonilla, responsable del PP en Andalucía, si él en verdad creía que Susana Díaz se había lucrado personalmente con los falsos cursos de formación o con los excesos de los ERE. Reconoció, porque es persona de honor, que él no pensaba que la presidenta se hubiese beneficiado. Entonces, ¿a qué venía esa pregunta maliciosa, de una diputada autonómica 'popular', sobre el marido 'tieso' de la presidenta? ¿A qué viene mantener imputados, perdón, investigados, a casi dos mil representantes y ex representantes políticos si luego el noventa por ciento de tanta escandalera queda en nada? ¿Se puede descabalgar a un presidente autonómico por una conversación grabada -y oportunamente filtrada- que nunca llevó a nada? ¿En qué consiste la (des)calificación de ‘tentativa’ para un delito que nadie cometió?

Siempre he dicho que la peor manera de lucha contra la corrupción es precisamente excederse en la lucha contra la corrupción. Fijarse en los maridos ‘tiesos’ y no en los jaguares aparcados por los maridos que se las tienen tiesas a los contribuyentes. Equiparar al Granados de la Púnica con el alcalde al que se acusa, sin haberlo demostrado aún por cierto, de haber regalado un bolígrafo y un reloj a una empresa. Porque ni todos los excesos son iguales ni la lucha contra la corrupción consiste en que, incluso desde los medios, nos instalemos en el ‘y tú más’ cada vez que aparece un nuevo caso. Luchar contra la corrupción supone eficacia y ejemplaridad en los casos que la merecen, no desparramar basura contra todo y contra todos, sin especificar de qué basura estamos hablando.

Hora es ya de cerrar las hemerotecas si se siguen utilizando como arma arrojadiza y como pretexto para no pactar. La verdad es que España, que fue un país con una notable corrupción política -no tan notable, sin embargo, como la de otros países-, achacable también al Gobierno, a ‘este’ Gobierno, por supuesto, es hoy quizá uno de los países menos corruptos de Europa. La propia corrupción rampante, que ha sido denunciada y combatida con cierta contundencia, ha actuado como vacuna; hoy no salen casos flagrantes y en curso. Los casos de los que hablamos se refieren a un pasado más o menos remoto.

Sí, se ha dado leyes y usos que hacen mucho más difíciles las prácticas corruptas. Pero, al tiempo, el afán justiciero y denunciador de algunos juzgadores por libre puede hacer que la parálisis se apodere de nuestra vida pública y que, al final, solamente quien no tiene otra cosa que hacer con su vida se dedique a la que debería ser muy noble tarea de la política, de gestionar las cosas de los ciudadanos. En el alma de cada uno de los españoles anidan, como algunos han dicho, un seleccionador nacional de futbol, un policía municipal... y un juez rigurosísimo, de los que odian el delito y jamás compadecen al delincuente. Esa idiosincrasia nacional es un riesgo que está ahí, uno más de esos peligros que acechan a la sociedad imperfecta y desequilibrada que nos estamos dando.

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