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Decadencia catalana

miércoles 01 de junio de 2016, 18:00h

Viví en Barcelona los años largos de la Transición. Tiempos de lucha democrática. Manifestaciones. Los ciudadanos en la calle. "Llibertat, Amnistía, Estatut de Autonomía"... Preñaba el aire un espíritu de fraternidad compartida y esperanzas democráticas. Un anhelo universal. La izquierda (PSUC) era hegemónica, pero ningún demócrata caminaba solo. Los sueños y las promesas eran transversales. Jordi Pujol que en aquél retablo político mientras ejerció el gran Josep Tarradellas fue un personaje secundario, acabó siendo presidente de la "Generalitat". Desde el mítico balcón del Palau Sant Jordi proclamó que catalán era todo aquél vivía y trabajaba en Cataluña. Luego hemos sabido que pensaba otra cosa. Por aquél entonces ya ocultaba planes (secesionistas ) y dineros. Se salvó de los tribunales porque Felipe González, en contra del empeño de dos fiscales íntegros: Mena y Villarejo y de una jovencísima magistrada de nombre Margarita Robles, decidió enterrar el caso del saqueo de Banca Catalana en nombre de la estabilidad del Estado. Fue peor que un error. Visto con la perspectiva que otorga el tiempo, si se hubiera hecho justicia, el país se habría librado de un mesías impostor que gustaba de ser comparado con Ben Gurion cuando -por propia confesión- hemos sabido que en realidad durante años emuló los pasos de Alejandro Lerroux sirviéndose del poder para ocultar (al Fisco) y aumentar, familia mediante, una gran fortuna. Y se dejaba llamar "molt honorable".

Hoy, Convergencia Democrática, la criatura política que durante más de cuatro lustros le permitió gobernar Cataluña a su antojo, ha desaparecido. Todas sus sedes están embargadas judicialmente en procedimientos judiciales que investigan casos de corrupción. Sus herederos, (Mas, Puigdemont, Homs) tras romper el acuerdo de lealtad constitucional del 78 (CiU votó "sí" a la Constitución) en patética carrera hacia ninguna parte se han declarado independentistas. Sus actos políticos bordean la legalidad. Gobiernan en la "Generalitat con ERC (su tradicional enemigo de clase) y es tan escaso su prestigio que ni siquiera se atreven a garantizar el orden público en Barcelona (incidentes tipo "kale borroka" en el barrio barcelonés de Gracia, con los "mossos d'Esquadra políticamente maniatados) por temor a perder el apoyo de una fuerza marginal (CUP) que se proclama contraria al sistema y heredera de ideales anarquistas pero que tiene diputados que cobran nómina y ocupan escaños en el "Parlament". La Barcelona de hoy resulta irreconocible para quien la vivió como ciudad abierta, tolerante y solidaria. Fue vanguardia de tendencias culturales y puerta de entrada de los aires de democracia que soplaban desde Francia. En manos de políticos erráticos o aficionados -cuando no fanáticos- se ha convertido en una lamentable ciudad de provincias. ¡Hélas!

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