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Todos contra el populismo

lunes 13 de junio de 2016, 09:23h

Hacía tiempo que no leía una nota que reuniera tantos juicios biempensantes, como la que acabo de leer de mi buen amigo Fernando Jáuregui en este mismo medio. Su título ya me pareció un tanto naif: “A veces, parece que un país se suicida, pero no”. Pues resulta que nuestra historia moderna ha visto muchos países suicidarse, bien para desaparecer o bien para quedar dañados profundamente, tras años de padecer un régimen catastrófico. Y si no que se lo pregunten a los alemanes, a los rusos, a los polacos, a los peruanos o a los venezolanos y a una cantidad demasiado larga de ciudadanos africanos. Y resulta que ello ha tenido lugar independientemente de si fueran esos pueblos quienes han elegido libremente o no a esos regímenes nefastos, como no sólo con Hitler, sino con Fujimori, Maduro y un largo etcétera. Claro, sus poblaciones no desaparecen, pero ¿no es un suicidio político padecer al populismo por décadas, sea éste de derechas o de izquierdas? La confianza ingenua de Jáuregui en que al final las cosas se arreglan siempre se parece a aquellos jóvenes que practicaban carreras frente a un precipicio confiando en la consistencia de los frenos de su automóvil.

Para que no haya dudas me proclamo uno de esos “idiotas –o sinvergüenzas- que tienen la desfachatez de afirmar que los pueblos se equivocan votando lo que no conviene”, como dice Jáuregui. Claro, eso no sucede siempre. Tampoco hay que pensar que los pueblos son necios por naturaleza, como algunos creen. Pero dotarles de inteligencia supina y de valores excelsos, como hacen otros, también es una estupidez. Dicho en breve, los pueblos pueden equivocarse. Y, desde luego, no hay que confundir eso con el respeto a sus decisiones adoptadas en una democracia. Es decir, los pueblos son los únicos que, en una democracia, tienen el derecho a equivocarse. Ni siquiera los partidos tienen ese derecho.

La pregunta es entonces de otro orden: ¿de qué depende que un pueblo pueda equivocarse?

Y la respuesta no es otra que una cuestión de mayorías. Porque siempre habrá sectores que opinen distinto. El asunto es saber si hay una mayoría ciudadana que esté dispuesta a saltar hacia el precipicio político. Dicho en términos concretos: de si hay una mayoría que se deje seducir por el populismo, o bien, como suele suceder, que rechace con tantas ganas todo lo demás, todo lo realmente existente, que apoye reactivamente al populismo hasta el final.

Pero no hay que confundirse, lo que ha impedido que ello sucediera con Le Pen en Francia, el neonazi austriaco o Keiko Fujimori en el Perú, no ha sido desde luego esperar a que el sabio pueblo se diera cuenta de su error, sino de que el resto de las fuerzas políticas hayan hecho frente común contra el populismo, para evitar que llegara al poder. Es decir, de la voluntad política de los sectores democráticos (de derechas y de izquierdas) que estaban convencidos del riesgo que suponía que el populismo llegara o retornara al poder. De igual forma, la única posibilidad de frenar la intención de eternizarse en el poder al populismo latinoamericano ha sido que el resto de fuerzas políticas se hayan unido contra esa posibilidad.

Es cierto que uno puede pensar que la situación está bastante fea si -incluso en Europa- es necesario hacer frente común contra el populismo para detenerlo. Pero así están las cosas y cerrar los ojos ante la coyuntura no es precisamente prudente. Porque otro mito que es necesario abandonar es que el pueblo tiene una memoria de elefante. Keiko Fujimori y su empate técnico encarna perfectamente esa desmemoria.

En el caso español, la posibilidad de que el pueblo no se equivoque frente a las promesas mágicas, la capacidad camaleónica de mudar de piel ideológica y la falsa sonrisa, no caerá por su propio peso como supone Fernando Jáuregui, sino porque exista la clara conciencia de todas fuerzas democráticas del riesgo que supone para el país que el populismo toque siquiera el poder. Claro, para que pueda componerse un frente común contra el populismo es necesario que todos los representantes políticos entiendan cabalmente la dimensión de ese riesgo. Lo cual quiere decir que ninguno puede seguir coqueteando con el populismo para sus propios fines políticos. Y si las elecciones muestran ese riesgo en junio, todos deben saber a qué atenerse el día después. Estoy convencido que un pacto contra el populismo es lo único que puede obligar al PP a cambiar sus políticas restrictivas. Porque tampoco los populares están dispuestos al suicidio político ¿o sí?

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