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Las benditas, malditas, urnas, que todo lo complican

viernes 24 de junio de 2016, 12:59h
Nadie encontrará a quien suscribe pronunciándose contra el voto de los electores; los ciudadanos, contra lo que dicen quienes creen en una democracia 'matizada', no se equivocan al votar; puede, sí, que se equivoquen quienes creen interpretar el voto del pueblo. Ni me contaré nunca entre los que denigran a un gobernante por consultar a la ciudadanía: no creo que un referéndum sea -lo he escuchado en estas horas- un instrumento de ‘dictadores’; todo lo contrario. Ni me uniré a la lapidación de quienes, como Cameron, ponen en marcha instrumentos democráticos, como la consulta directa al electorado. Creo que Cameron es, al margen de sus evidentes errores, un demócrata que ha plasmado algo que estaba ahí y que no convenía, probablemente, seguir ocultando: una mayoría exigua de británicos está en contra de la permanencia del país en la Unión Europea. Pues allá ellos si quieren seguir conduciendo por el otro lado y pensando que los demás, en el continente, manejamos el automóvil con el volante situado donde no debe: son dueños de su destino.

Las urnas son sagradas y apelar a su sentencia nunca debe ser motivo para demonizar al político que pone en marcha una consulta, unas elecciones: yo creo que los británicos se han equivocado, pero ¿quién soy yo para decidir por ellos, que tienen sin duda mejor información que yo sobre lo que les afecta y atañe? Lo mismo para otros datos de la ‘tormenta perfecta’ mundial que tal vez se nos avecine: así, nada me horrorizaría más que una victoria de Trump en las elecciones norteamericanos este noviembre, pero si esa es la voluntad de los estadounidenses, ¿quién le pone, glub, puertas a ese campo? Y lo mismo vale decir para Marine Le Pen, para las elecciones españolas -soy un indeciso, lo admito, pero sé a quién me parecería peligroso votar- o... con la independencia de Cataluña.

Sé que con esto que digo me estoy metiendo en un peligroso zarzal, pero no me parece conveniente, a estas alturas, andar escondiendo lo que uno piensa: en algún momento, la solución al ‘problema catalán’, enquistado por demasiadas torpezas de uno y otro lado, pasará por alguna suerte -ojo: hay muchas variedades posibles- de consulta a los catalanes. Y seguro que la ganaríamos quienes pensamos que la independencia de esa tan querida parte de España sería una auténtica catástrofe para ellos, los catalanes, y para nosotros, el resto de los españoles. Pero algo habrá que hacer y, al final, las malditas urnas, que todo lo complican, también todo lo resuelven, porque reflejan la voluntad de esos ciudadanos que votan, que pagan impuestos y a los que los dirigentes políticos pretenden representar.

Entiendo que lo que hay que hacer no es silenciar la voluntad de los pueblos, sino arbitrar las mejores soluciones para que el mundo siga rodando sin demasiado estruendo. En el caso del Brexit, parece claro que la UE tiene ahora que reestructurarse, hacerse más amable a los ojos de los propios europeos, reestructurarse y redimensionarse, reducir euroburócratas y eliminar esa sensación de que la maquinaria europea es una fábrica de castigos y sanciones, inútil en política exterior y arbitraria a la hora de los premios y ayudas. Siempre hay estrategias para evitar el suicidio de los pueblos, para paliar al máximo los efectos de la tormenta perfecta, del tsunami. Y lo que digo vale también, claro está, para otros focos de posible -espero que no probable- maremoto ; pienso, desde luego, en las elecciones decisivas, en esa última oportunidad, que tenemos los españoles cuando, el domingo, acudamos a las benditas, benditas, sí, dichosas, urnas. Y que Dios reparta suerte.

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