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Adiós, legislatura, adiós (al fin...)

martes 11 de diciembre de 2007, 12:15h
Cuando, dentro de poco, se voten los Presupuestos Generales del Estado para 2008, la legislatura habrá concluido de hecho. Y lo cierto es que ya faltarán escasos días para que José Luis Rodríguez Zapatero disuelva las cámaras y convoque elecciones para el próximo 9 de marzo. En estos momentos en los que aún se realiza un emocionante cálculo de votos para asegurarse de que las cuentas del Estado reciben la correspondiente luz verde del Parlamento, es la hora, pienso, de reflexionar sobre esta legislatura que se nos va, y a la que yo, al menos, despido sin demasiada emoción y casi con ningún afecto; más bien, con la sombra de la decepción anclada en el alma.

Uno de los discursos más impactantes de este período que ahora concluye lo pronunció Pilar Manjón en el Congreso de los Diputados, en una sesión de la comisión de investigación del 11-M. Más de un integrante de la clase política (y no solamente) enrojeció ante las cosas que decía esta madre de un joven asesinado en esa masacre que no podremos olvidar. El otro discurso que, a mi juicio, marcó un hito, lo pronunció, también en la Cámara Baja,  su presidente, Manuel Marín, el pasado día de la Constitución. Obviamente agraviado, sin haber podido resolver los temas reglamentarios que hubiesen dado más vida al Parlamento, Marín se despidió deseando que jamás vuelva a repetirse una legislatura tan “dura y ruda”, como esta que ahora despedimos. Ruda, dura, feroz y bastante estéril, según el criterio de quien suscribe.

Llevo treinta y cinco años mirando las actuaciones de la clase política, y no puedo decir aún que he visto de todo, pero sí que he sido testigo de mucho, bueno, malo y regular. Analizando los casi cuatro años que dejamos a nuestra espalda tengo que confesar mi perplejidad: nunca tuvimos algo así.

Es cierto que cada legislatura es un mundo aparte, lleno de esperanzas, tensiones y realizaciones. Pero en este cuatrienio han dejado de ocurrir algunas cosas que hubiesen sido deseables (un mayor consenso en temas como el combate al terrorismo, por poner apenas un ejemplo). Y, en cambio, han pasado, entiendo, demasiadas cosas, no todas positivas, que podríamos clasificar en cuatro subcapítulos: la investigación sobre el 11-m, la negociación con ETA, el Estatut de Catalunya y lo que podríamos llamar la ‘recta final’, caracterizada (Consejo del Poder Judicial no renovado, Tribunal Constitucional en almoneda) por una cierta crisis de las instituciones, incluidos, si se quiere, algunos avatares que afectaron algo a la Corona.

Todo ello ha estado presidido por un profundo desentendimiento entre las dos principales fuerzas políticas nacionales, por una sobrevaloración del  papel de nacionalistas e independentistas y por un cierto ahondamiento de la idea de las dos españas.

Ha sido, en efecto, muy poco lo que se ha construido: el Estatut está aún pendiente del dictamen del Constitucional, un dictamen que, gracias a los manejos del gobierno y a las torpezas de la oposición, no llegará hasta después de las elecciones, mientras la idea de la unidad territorial para por altibajos en Cataluña; con ETA no se ha avanzado prácticamente nada, pese a la patente buena voluntad del Ejecutivo de Zapatero a la hora de negociar; la reforma constitucional ha sido imposible por la falta de acuerdo entre PSOE y PP, la sentencia del 11-M no ha dejado plenamente satisfecho a nadie y, encima, un libro inoportuno de su esposa ha hecho que el prestigio del juzgador principal del caso se tambalee…Y casi lo peor es que algunas polémicas mucho más de fondo de lo que a primera vista pudieran parecer, como la de la ley de memoria histórica o algunas que afectan a la libertad de los ciudadanos (penalización de las infracciones de tráfico, por ejemplo), han acompañado al equipo de Zapatero hasta el final.

¿Queda todo contrarrestado con el recuerdo de algunas ventajosas promesas económicas, con un buen talante no siempre del todo mantenido, con algunas leyes sociales indudablemente beneficiosas impulsadas por el equipo de ZP? Quién sabe: las urnas lo dirán. Pero, a la hora del recuento de urgencia, no cabe culpar solamente al gobierno socialista, ni siquiera al PSOE prepotente y a un Partido Popular dubitativo y poco rectilíneo en su trayectoria, demasiado trufada de ‘noes’, de la marcha algo errática de una legislatura. Que, para colmo, acaba con incertidumbres económicas. Algunas fuerzas nacionalistas, algunos ‘socios’ independentistas, algún president de la Generalitat errático, algún lehendakari pétreo en su tozudez, han tenido también no poco que ver en el resultado que ahora nos aboca, llenos de dudas y de falta de entusiasmo, a las urnas.

Cada vez son más, en esta recta final, los que piensan que algo habrá que hacer para remendar algunos descosidos, enmendar artículos, y hasta títulos, de la Constitución, acabar con una normativa electoral claramente inadecuada e injusta, reforzar el papel de la Monarquía, hacer frente a una cierta soledad exterior, consensuar soluciones a la inmigración, arreglar el desprestigio de instituciones relacionadas con la Justicia…  Cosas que solamente pueden hacer los dos partidos mayoritarios en un acuerdo de legislatura, sin por ello tener que desconocer el juego democrático gobierno-oposición y el papel que pueden jugar, en su ámbito, los partidos nacionalistas. Pero ya no caben, como solución de fondo a los grandes retos, los acuerdos con estas formaciones menores que preferentemente ‘barren para casa’. No en este momento.

También lo dijo Marín en su tremenda despedida, y el que tenga que entender, que entienda: ha llegado la hora de pensar, y actuar, con grandeza. Lo cual significa que hasta ahora no se ha procedido así. No, no puede repetirse otra legislatura como la que se nos marcha y a la que yo, al menos, ya digo que despido sin nostalgia y sin cariño.
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