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La grotesca autolesión de Inglaterra

lunes 18 de julio de 2016, 08:45h

No me puedo creer que la Primera Ministra Theresa May, la mayoría de su gabinete y la diplomacia británica no hayan percibido el efecto negativo que tiene haber nombrado al desquiciado Boris Johnson como Ministro de Exteriores. En otras palabras, la causa de su nombramiento debe ser de gran peso para que esta barbaridad haya sido cometida. Sobre todo en un país que tradicionalmente hizo gala de poseer una diplomacia fina, elegante y sofisticada. Es seguro que una enorme cantidad de embajadores ingleses (también del Reino Unido) habrán sentido algo parecido al estupor cuando supieron la noticia.

Existen varias teorías acerca de la razón que ha llevado a la primera May a realizar tan arriesgado nombramiento. Una de ellas es que ha querido entregarle un regalo envenenado a Johnson, para que se estrelle en la tarea de poner en práctica la salida de UK de la Unión Europea. La razón más palpable es que las tensiones internas del Partido Conservador eran demasiado fuertes como para no tener que hacer un gesto que calmara a los partidarios del Brexit en el partido y, sobre todo, en su grupo parlamentario. Incluso hay quien dice que se trata de la preparación para el caso de que Donald Trump ganara las elecciones en Estados Unidos.

En cualquier caso, el nombramiento de Johnson ha producido una gran vergüenza en el Foreing Office. Ahora, muchos funcionarios deberán dedicarse a suavizar las infames declaraciones que hiciera su jefe, quien llamó a Obama “un presidente mitad keniata enemigo del Imperio Británico”, a Hillary Clinton “una enfermera sádica de una hospital mental”, al Presidente Erdogan “una gran masturbador”, y así a diversos líderes europeos y de otros países.

Pero más allá de las razones de peso por las que haya sido nombrado Johnson, no hay duda de que ello ha sucedido en medio de un clima de melancólica falta, como si fuera parte de un autocastigo que se merece el país. En tal sentido, no resulta nada extraño que el perturbado Boris Johnson sea la imagen grotesca que hoy Londres quiera mostrar como su representante ante el mundo.

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