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La disyuntiva de Podemos: entre movimiento social y partido

viernes 22 de julio de 2016, 11:25h

Existe ya una experiencia acumulada en Europa y América Latina acerca de las dificultades que presentan los movimientos sociales que buscan transformarse en partidos. En Europa quizás el caso más importante haya sido el de los verdes alemanes. Muchas de las discusiones en esa formación entre los realos y los fundamentalos durante los años noventa tuvieron relación con esa complicada transmutación. Y la solución intermedia, mantenerse como parte del movimiento social y ser al tiempo partido institucional, no ha tenido una experiencia muy afortunada.

En América Latina esa transformación ha dependido mucho de si el movimiento social emergente lograba alcanzar o no el gobierno. En los tres países del eje bolivariano ha sucedido lo mismo: un movimiento social populista conforma una alianza política que, después de boicotear la gobernabilidad del país, consigue obtener la victoria en las elecciones. Y a continuación, desde el gobierno, se logra conformar un partido político (o fortalecer uno ya existente), generalmente a la sombra del líder máximo convertido en hiperpresidente. Tal esquema funciona durante un tiempo, pero en los tres casos se ha ido produciendo una ruptura progresiva entre los movimientos sociales de la alianza original (movimiento indígena, sindical, vecinal, ambiental), que ha tenido efectos electorales notables contra el gobierno populista. Pero lo que aquí importa retener es que sin alcanzar el poder, los movimientos han tenido poca suerte como partidos (México, Guatemala, Colombia, etc).

En el caso de los verdes alemanes, cuando un sector consiguió impulsar la propuesta de convertirse en partido, lo hizo desde la perspectiva de constituirse en una fuerza que transformara la sociedad, bien llegando al gobierno o bien instalándose con fuerza en el parlamento para cambiar la cultura política del país. Ese paso inicial no se hizo sin rupturas. Todo un sector del movimiento verde no acompañó la transformación en partido. Y después, cuando trató de mantenerse a caballo entre movimiento y partido, se produjo un debate (entre movimientistas y realos) que fue inclinándose progresivamente hacia éstos últimos. En realidad, el Partido Verde ha conseguido un espacio parlamentario no despreciable y ha participado en coaliciones gubernamentales. Pero el cambio social que se ambicionaba no se ha producido. De hecho, el electorado se ha inclinado últimamente –sobre todo con la crisis económica- hacia opciones más conservadoras.

Los líderes de Podemos soñaron hace unos años con la posibilidad de seguir la experiencia de los países bolivarianos. Si surfeaban bien sobre la oleada de malestar social desatada en España y lograban ganar las elecciones, tendrían la posibilidad de afirmarse como partido institucional y de gobierno, como lo consiguió Syriza en Grecia, en tanto alianza de la izquierda radical griega.

Sin embargo, el batacazo electoral en los pasados comicios parece haber enterrado esa opción. Según Iglesias y Errejón eso significa un cambio de etapa fundamental. El escenario ya no es el del asalto a los cielos, sino el de mantenerse como una fuerza política que necesita “producir sentido” en la cultura ciudadana, para una prolongada acumulación de fuerzas que les otorgue la hegemonía política del país. Y eso se pretende realizar siguiendo el conocido intento complicado de ser parte de los movimientos sociales y desarrollarse como partido parlamentario.

Naturalmente, Iglesias y Errejón afirman con rotundidad que Podemos conseguirá avanzar según esa fórmula. Pero la experiencia adquirida no garantiza el éxito precisamente. De un lado, se agudizarán los inevitables problemas internos con los más partidarios del movimiento y la asamblea popular. Por otro lado, conciliar la demanda sentida en sectores sociales con la necesidad de tomar decisiones colectivas, incluyendo a mucha gente que piensa diferente, produce unas tensiones enormes, donde florecen las diferencias propiamente políticas. Creo que Podemos enfrenta drásticamente la disyuntiva que mencionó Pablo Iglesias tras las pasadas elecciones: seguir creciendo en la nueva fase o bien “darse una hostia monumental”. Es decir, recrear la experiencia que sufrieron muchos: convertirse en una fuerza testimonial sin demasiado peso. Algo que haría regresar las aguas al cauce socialdemócrata, si es que el PSOE no se desdibuja en el inmediato futuro.

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