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La inminente rebelión del 'viejo testamento'

domingo 21 de agosto de 2016, 09:11h

Es el nuestro un país conformista, y hablo por igual de las dos Españas, la de 'las derechas' y la de 'las izquierdas', según la etiqueta, tan pasada de moda, de Pedro Sánchez. Estamos encantados de recibir más turistas que nadie; del oro y plata cosechados en deportes tan hispanos como el badmington (perdón: bádminton) o el taekwondo, y conste que estoy orgulloso con el modesto medallero olímpico español; felices por el récord de ingresos hosteleros que hace que casi un cuarto de la población empleada lo sea en esa industria... En fin, los españoles estamos tan contentos de la vida, si atendemos a algunos comentaristas pletóricos y a la filosofía mariana de que todo va bien, que nos mostramos dispuestos a tragar con todo lo que nos hagan. Y ya hay quien, manso, se prepara para votar el día de Navidad por correo, porque tendrá que estar atendiendo obligaciones y devociones familiares fuera de su domicilio habitual. Como si fuese lo más normal del mundo, vamos, esa situación de locos a la que nos abocan algunos de quienes quieren erigirse en nuestros representantes.

Consciente como soy de que, simplemente, es imposible eso de las elecciones el 25 de diciembre -ahora hay leguleyos que dicen que, reduciendo la campaña electoral, la votación podría ser el 18-, anuncio desde ahora que, si contra todo sentido común, esas elecciones se celebrasen, y si me toca ser presidente de mesa o algo, desobedeceré la convocatoria, y que, en todo caso, no iría a votar o votaría clamorosamente en blanco. Y que haré todo lo posible para que no sean los personalismos de quienes nos han conducido a esta situación los que encabecen esas candidaturas: los responsables de traernos hasta aquí no pueden seguir siendo quienes aspiren a seguir conduciéndonos por las rutas del desastre.

Pero eso no ocurrirá, porque no habrá terceras elecciones: de aquí al vencimiento del plazo para disolver las cámaras -el 31 de octubre_, aquí tienen que pasar muchas cosas, además de la 'conversión' de Rajoy al reformismo, como Rivera se convirtió al 'sí' a la investidura de alguien a quien aprecia tan poco como Mariano Rajoy. Pablo Iglesias se ha convertido, cayéndose del caballo de la soberbia, al silencio y a la prudencia, a la espera de que el único no converso, Pedro Sánchez, se pegue el batacazo que sin duda se va a pegar. El viernes, desde Ibiza y con Francina Armengol riéndole las gracias (pero ¿quién fabrica la imagen de este señor? ¿Algún enemigo personal?), Sánchez insistía, tras la firma del acuerdo entre PP y Ciudadanos, acertadamente bautizado como 'contra la corrupción', que él seguirá votando 'no y no' a la investidura de Rajoy en las votaciones de los próximos días 31 de agosto y 2 de septiembre. Y es más: que votará, en su caso, contra los Presupuestos, aún no elaborados ni presentados y que, por tanto, Sánchez desconoce (sí, definitivamente tiene que ser alguien del PP, o al menos de Podemos, quien le asesora).

Así que sospecho que una de las cosas que tienen que pasar tras la fallida sesión de investidura de dentro de once días y hasta ese 31 de octubre, que es la fecha tope para disolver las cámaras y convocar las elecciones del 25-D (o del 18-D, o lo que sea que puedan retorcer esos leguleyos los preceptos constitucionales), es, simple y llanamente, que Sánchez tenga que marcharse. O rectifica sobre sus posiciones, o preveo, aunque aún no se detecte, una rebelión en toda regla contra él y contra los miembros que más apegados están a él en su Ejecutiva.

Rebelión de los del 'viejo testamento', comenzando por Felipe González, por Guerra, por Solana, Maravall, Bono, Almunia, Valeriano Gómez y hasta Zapatero, que algo han significado para este país, para no hablar de algunos 'barones', como Fernández Vara, Lambán, Puig, Javier Fernández y, desde luego, Susana Díaz, que están que ya no pueden más con este estado de cosas. Y me extraña que mentes tan juiciosas como las de José Enrique Serrano o Jordi Sevilla, 'ministros en la sombra' que nunca saldrán de ella, no hayan alzado ya sus voces descontentas, alarmadas. Para no hablar, y yo no puedo hacerlo en representación de todos, pero sí de mí mismo, de quienes votaron al PSOE pensando que eso iba a ser otra cosa y que nos llevaría por un camino de prudente regeneracionismo, forzando a Rajoy a hacer cambios que nunca quiso hacer y que ahora hará de la mano de Rivera. Lo que ocurre es que el viejo sentido de disciplina callada y de que 'el que se mueve no sale en la foto' contienen muchas lenguas en las sesiones del comité federal socialista... hasta ahora. Por algo será que Sánchez no quiere convocarlo, ni consultar, como antes hizo cuando pactó con Ciudadanos, a la militancia.

Solo se me ocurre que lo que sucede es que Sánchez quiera vender muy cara su inevitable abstención en una siguiente votación de investidura -allá por comienzos de octubre, ya digo- que facilite a su enemigo Rajoy seguir, durante un par de años como máximo, en La Moncloa: por ejemplo, potenciar esa comisión parlamentaria sobre la corrupción del PP que tan malos ratos va a hacer pasar al hoy presidente en funciones; o ser presentado como el impulsor de un reformismo a fondo; o que los suyos le mantengan en la secretaría general como el mal inevitable. O sea, tacticismo puro y duro que está haciendo perder el tiempo a todo el país, con los consiguientes perjuicios nacionales e internacionales que ya sabemos. Un país, repito, conformista hasta que se le hinchan demasiado las narices, que es una hipótesis con la que no conviene jugar demasiado. Y lo de Sánchez o es locura o es juego. Casi prefiero lo segundo, aunque pierda. Sobre todo, si pierde.

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