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¿Para qué pensar si se puede embestir?

viernes 09 de septiembre de 2016, 08:45h

“Cuando los sabios quieren ser valorados por otros, primero valoran a los demás; cuando quieren ser respetados por otros, primero los respetan. Cuando quieren superar a otras personas, primero se superan a sí mismos” (Lao Tsé)

Lo reconozco. Soy un apasionado de los cachivaches electrónicos. Me gusta descubrirlos y utilizarlos aunque no gasto mucho dinero en ellos, por una cuestión de principios y porque no tengo el que haría falta tener para satisfacer mi afición y curiosidad.

Leo bastante, eso sí, sobre innovación y suelo estar al tanto de las novedades que salen al mercado, aunque solo sea, como digo, para satisfacer esa curiosidad. Era, pues, inevitable que me informara de la aparición de nuevo modelo de teléfono de Apple, el Iphone 7.

Cuando leí las “novedades” que traía consigo sentí una sensación que no es nueva para mí, sobre la que he escrito en otras ocasiones y que me lleva a pensar que el mundo en el que vivimos ha perdido la cabeza. Este teléfono, que en algunas de sus versiones costará más de 1.000 euros, se presenta supuestamente como el último grito... pero, ¿qué añade? Además de que se puede mojar, unos auriculares sin cables (que justifican vender una pieza nueva para quienes vengan usando los antiguos de modelos anteriores y que por sí solos valen creo que algo más 150 euros) la innovación que contiene es de un rendimiento impresionante y el disponer de una cámara de fotos que parece que será capaz de hacer no sé cuántas versiones de la toma cada en milisegundos, o algo así, para que el resultado sea perfecto. Tan perfecto que, según he leído, en el evento público de presentación no se pudo demostrar que efectivamente lo es, porque la gran pantalla del salón no tenía definición suficiente. Lo mismo que seguramente pasará cuando se tenga en la mano porque díganme ustedes si el ojo humano es capaz de distinguir entre unos niveles tan extraordinarios de perfección como los que proporcionará este nuevo aparato. Y todo ello, en medio de las noticias de esta última semana sobre las prácticas fiscales de Apple.

No dudo que esa novedad, y otras que seguramente contenga el teléfono, pueden tener una gran utilidad en determinadas actividades: lo imagino, por ejemplo, en manos de cirujanos que necesiten contemplar con la máxima precisión un tejido u órgano. O de los fotógrafos profesionales. Sin duda, el desarrollo tecnológico que conlleva ese teléfono es ejemplar y quizá muy valioso. Pero me parecía a mí que, en el día a día, que es al fin y al cabo para lo que sirve un teléfono móvil, se trata de una tecnología, digámoslo así, desproporcionada.

Inmerso en esas reflexiones no muy profundas se me ocurrió escribir una frase en mi cuenta de Twitter. Un simple ironía con la que hacer pensar sobre lo que a mí me parece una enorme desproporción. Tomé una de las frases con las que se promociona el Iphone 7 y escribí: “El nuevo iPhone reconoce la imagen y hace más de 100 millones de operaciones en 25 milisegundos. Esencial e imprescindible en la vida diaria”.

A partir de ahí no se imaginan ustedes la que me caído. No solo me han acusado de hacer propaganda de Apple sino de ser un “comercial del capitalismo”, de estar drogado o de cobrar por decir eso y algunas cosas más que ya quedarán para siempre en la red.

Es verdad que expresé una opinión en unas pocas palabras, sin pensarlas mucho y que los matices simplemente están ausentes, pero creo que ni siquiera así se pueden justificar el tipo de reacciones que se reciben en la red y que siempre siguen más o menos la misma secuencia: interpretación sin contexto alguno e insulto a continuación. Yo creo que cualquiera que haya leído dos líneas sobre mí puede saber sin lugar a dudas que no me dedico precisamente a hacer publicidad de este tipo de empresas.

Pero, para colmo, no terminó ahí la cosa.

Esta mañana, muy a primera hora y mientras viajaba a Madrid, leí un artículo que tenía pendiente: Confronting the Parasite Economy. Why low-wage work is bad for business—and all of us.

Me pareció interesante pues su autor hace una crítica durísima al régimen salarial y de explotación laboral que se ha impuesto en Estados Unidos en los últimos años.

Los datos que proporciona son impactantes y muestra que una gran parte de las ayudas sociales, de comedor, vivienda, etc. que da el gobierno van a personas que trabajan pero con salarios tan bajos que no pueden sobrevivir.

La que él llama economía real proporciona salarios dignos e ingresos el Estado para poder sufragar la educación y el bienestar de millones de personas. Pero la que califica de economía parásita de las grandes corporaciones es una economía subsidiada y que vive de la explotación del trabajo. Y la llama parásita no solo por esto último sino porque con los sueldos de miseria que paga arruina al resto de las actividades económicas. “Si ningún negocio quiere clientes que ganen 7,25 dólares la hora ¿por qué permitimos que haya esos salarios?”, dice.

Denuncia que una cuarta parte de sus conciudadanos son pobres y que la mayoría de ellos, en contra de lo que se cree, trabajan para las grandes corporaciones. Y que el 47% de los niños que nacen en Estados Unidos necesitan ayudas del Estado porque sus familias carecen de ingresos suficientes.

La explicación que da de todo eso es que el mercado de trabajo se encuentra en un profundo desequilibrio porque los compradores de fuerza de trabajo (capitalistas) y los vendedores (trabajadores) tienen un poder de negociación muy distinto debido a la pérdida de peso de la negociación colectiva. Y porque los trabajadores tienen recursos limitados y necesidades inmediatas que le obligan a aceptar lo que le ofrezcan, mientras que la mayoría de los empleadores pueden aguantar sin sufrir demasiado daño. El autor del artículo lo dice muy claro: los empleadores imponen salarios más bajos porque pueden, porque tiene poder para ello.

El autor pone ejemplos de Estados e incluso de empresas que han mejorado su economía y sus resultados cuando han subido los salarios e incluso afirma que una subida de 1 dólar a la hora en el salario se traduce en un incremento de 2,08 dólares en el ingreso total nacional como resultado del efecto multiplicador que tiene una mayor capacidad de gasto que se va diseminando por la economía.

Su artículo termina diciendo que “en ausencia de acción colectiva, la economía parásita seguirá pagando salarios parásitos, empobreciendo a la economía real. Pero cuando los salarios mínimos se elevan razonablemente todo el mundo prospera”.

Como el artículo me pareció interesante y no conocía al autor, Nick Hanauer, fui a mirar quién era y descubrí que se trata de un empresario bastante conocido en Estados Unidos. Un empresario que ha liderado interesantes movimientos de activismo social en defensa de las libertades, la educación pública y la igualdad.

Aunque el artículo estaba en inglés me pareció interesante difundirlo. Y mucho más porque quien decía eso (que perfectamente casa con lo que dicen los sectores más progresistas o radicales) no era un rojo extremista sino un empresario que ha creado má de 30 empresas. Por eso escribí en Twitter: “Afortunadamente, hay capitalistas inteligentes que luchan contra la sinrazón del capitalismo. En España, muy pocos”. Esa es mi sincera opinión. Me alegra que haya incluso capitalistas que se dan cuenta que la explotación del trabajo solo lleva a la ruina de todos y que, en mayor o menor medida, abrazan la causa de las libertades civiles.

No pueden imaginarse lo que a partir de entonces me han dicho: oportunista, sinvergüenza redomado, palmero de empresarios, ignorante, dedicado a contar billetes, anticomunista… y más cosas que se me han ido olvidando a medida que las leía.

Ya me ha pasado otras veces pero este tipo de incidentes me sigue resultando desolador. Utilizo las redes sociales porque creo que es bueno difundir información, contribuir aunque sea pobre y modestamente a la reflexión colectiva y debatir en la medida en que esto se pueda hacer utilizando tan solo 140 caracteres, como en Twitter. Pero cuando uno se encuentra con esta lluvia de insultos hay que sacar fuerzas de no se sabe dónde para seguir porque la tentación de pensar que nada tiene arreglo es muy fuerte.

Las redes son importantes, sin duda, pero han reforzado actitudes y comportamientos que solo reflejan las manifestaciones más groseras de la inteligencia humana (o de su carencia), del desafecto y la mala sangre.

No es algo propio de ninguna corriente política. Se puede encontrar este tipo de reacciones llenas de insultos entre personas de extrema derecha y o de extrema izquierda y es lógico porque quienes se definen como liberales, socialistas, comunistas o cualquier otra cosa pero actúan así, solo a base de insultos y sustituyendo la reflexión por la embestida, no tienen en realidad ideología alguna.

Es algo desgraciado pero que ocurra en la red es en cierta medida lógico, pues el anonimato con que generalmente se actúa en ella permite que el ridículo, la ignorancia, la zafiedad o la desvergüenza no se tengan que asociar con nombres y apellidos concretos de una persona. Pero lo que resulta ya mucho peor es cuando esa manera de actuar se lleva a la vida pública, a la política. Quizá en ella no se oigan exabruptos tan gigantescos como en la red pero la descalificación e incluso el insulto a la inteligencia, la mentira y la carencia total de rendición de cuentas, la embestida de unos contra otros, empiezan a ser ya la moneda común en dirigentes de todos los partidos, sin excepción. Y eso sí que es preocupante. Se empieza así y se acaba a tiros entre amigos y hermanos. No hay futuro en paz, es decir, no hay futuro ninguno, sin reflexión, sin respeto y sin afecto mutuo. Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para frenar esta deriva a la barbarie.

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