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Un país cabreado

viernes 09 de septiembre de 2016, 10:56h

O sea que ahora todo se para hasta ver qué pasa en las elecciones gallegas y vascas. Bueno, pues vale, total para lo que hay… Porque lo que hay es exactamente lo mismo que había tras las primeras últimas elecciones: la imposibilidad numérica e ideológica de formar un gobierno. Nadie se ha movido un milímetro y siguen enrocados contra viento y partido en unas posiciones que bloquean cualquier acuerdo. Sólo Ciudadanos se ha sentado en las dos mesas de los dos grandes y en las dos con insuficiente éxito. Es verdad que ahora Podemos parece dispuesto a decir “sí” donde antes dijo “no” y acompañar al PSOE en una aventura que sería suicida para el partido de Ferraz si no fuera porque no se va a llegar a producir. Claro que cabría preguntarse qué parte de Podemos firmaría ese hipotético voto afirmativo porque hoy el partido de los círculos es un rompecabezas difícil de entender.

En realidad casi todos están igual porque la situación de Sánchez en el PSOE –qué parte del PSOE firmaría con Podemos- empieza ya a ser insostenible y los capitostes del partido puede que tengan un ojo en la elecciones gallegas y vascas, pero el otro lo tienen directamente enfocado en el futuro más que cuestionado del actual secretario general que va de fracaso en fracaso y no parece que la suerte le vaya a sonreír tampoco en las autonómicas del próximo 25.

Pero es que en el PP por fin suenan voces discrepantes gracias al enorme error del amago de Soria para el Banco Mundial. Intentar una vez más echar balones fueras para dejar a Rajoy en el limbo de la inocencia y cargar toda la culpa a de Guindos, ya no cuela. En realidad nunca ha colado la ignorancia de Rajoy en la sucesión de escándalos que han llevado al partido de Génova a donde le han llevado, pero el aparato callaba salvo algún verso suelto que se atrevía a llevar la contraria o a discrepar. Hoy ya no es un verso suelto, hoy ya es un soneto con estrambote quien empieza a decir las cosas con una cierta claridad pero Rajoy, como Sánchez, sólo escucha a los suyos y pasa de largo ante una realidad cada vez más evidente.

“No habrá terceras elecciones”. Lo decían todos tal vez incluso convencidos de que se podría evitar el absoluto fracaso de la clase política que no ha entendido lo que Felipe González bautizó como “el mensaje de las urnas”. Pero esta afirmación resulta demasiado generosa. Porque se puede ser mediocre pero no tan cerrado para entender que los españoles quieren cambios profundos sin demasiados riesgos. Seguramente sí lo han entendido pero los personalismos, los intereses particulares y los líos internos en los partidos tienen más fuerza que las urnas.

Y si hay terceras elecciones –que es lo más vergonzosamente probable- tampoco va a cambiar nada salvo el previsible aumento de la abstención, pero eso no les preocupa a los políticos. Que la gente esté harta y diga que hasta aquí hemos llegado, les da exactamente igual. Porque tenemos una clase política a la que le importa muchos más su situación que la hartura de los ciudadanos. La gente –ese término que tan alegremente usan todos- está harta de su incompetencia y salvo los devotos y paniaguados, el personal jura en arameo. Da igual. Habrá terceras elecciones y el bucle seguirá hasta que alguien vea el peligro del dislocamiento de un país que si siempre ha podido estar invertebrado, ahora está a punto de romperse y no por los cuatro secesionistas que hablan en nombre de todos los catalanes sino por el desencanto y el aburrimiento, por el hastío de una casta –Podemos incluido- que no da para más, este manojo de incapaces que están al frente de unas siglas que han defraudado y cabreado a todo un pueblo. Y un país cabreado y en crisis, siempre es un peligro. Allá ellos si no se dan cuenta.

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