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Rita no tiene quien le escriba

martes 20 de septiembre de 2016, 08:11h

Estamos en unos tiempos políticos tan convulsos que la palabra lealtad, compromiso, o fidelidad han desaparecido prácticamente del diccionario de los partidos políticos y de sus dirigentes. Según el diccionario la palabra lealtad significa cualidad de leal, o sentimiento de respeto y fidelidad a los principios morales, a los compromisos establecidos hacia alguien. Personas que lo han sido todo en sus partidos políticos, de repente, se convierten en un gran lastre amarrados a su cargo y su condición como ha ocurrido con Rita Barberá, antaño todopoderosa alcaldesa de Valencia que ha estado resistiéndose a dar un paso atrás y liberar a su partido del desgaste que suponía su presencia en el Senado, hasta el mismo momento en que el Tribunal Supremo ha decidido investigarla por un delito de blanqueo de capitales. Después de tres largos días de tensión al limite solicitó formalmente su baja en el PP después de pedírselo la dirección del partido, pero retendrá el escaño en el Senado con la burda excusa de que marcharse "podría entenderse como una asunción de culpabilidad".

Aunque más vale tarde que nunca, la ex alcaldesa, que lo ha sido todo en política, aunque ya no tiene quien la escriba, debería haber utilizado el diccionario para aplicarse la palabra lealtad hacia la organización que se lo ha dado todo en su larga trayectoria en la cosa pública. Mantiene su acta de senadora para blindarse, pero se queda huérfana de partido y en territorio de nadie. No ha sido elegida en las urnas sino que está en la Cámara alta por designación del parlamento autonómico, pero su ruptura con el PP la deja en la más absoluta soledad. El PP le ha dado, eso sí, la posibilidad de solicitar ella misma la baja antes de provocar una expulsión que ya se tenían decidida en las altas instancias el partido desde hace mucho tiempo y solo se había retrasado, hasta que el Supremo decidió investigarla. Con su marcha que pretende dar carpetazo a una de las etapas más negras y bochornosas del partido en Valencia, uno de sus graneros de votos donde prácticamente todos los lideres provinciales y autonómicos de los últimos años se han visto salpicados por casos repugnantes de corrupción.

A Rita Barberá el Tribunal Supremo le va a investigar por supuesto blanqueo de dinero por parte del grupo popular en el Ayuntamiento de Valencia cuando era alcaldesa y aunque se aferra al escaño para mantenerse aforada y sostiene, en el texto donde ha anunciando su renuncia, que seguirá trabajando "con más fuerza si cabe por mi tierra, que es más que Valencia, porque es España. Esa España democrática, libre y constitucional que la mayoría deseamos" es consciente de que el pulso que ha mantenido con el partido por su resistencia a dimitir y su negativa absoluta a dejar el escaño, le convierte en una apestada dentro de una organización que se está jugando el gobierno de España.

Lo normal, lo racional, lo coherente si de verdad ese amor a su tierra y a su país fuera cierto, es que dejara el Senado para enfrentarse a la justicia de frente, sin paracaídas de ningún tipo como lo hacen quienes no tienen nada que ocultar o que temer. Sólo hacer una enumeración de los casos de corrupción con los que se ha ensuciado a esa tierra y a este país cuando ella tenía altísimas responsabilidades en el partido, produce vergüenza ajena y mientras siga sentada en su escaño aunque sea en el grupo mixto será el símbolo de la corrupción, el amiguísimo, el abuso, y la arbitrariedad y por lo tanto un obstáculo para que su partido pueda presentarse ante los ciudadanos como una organización limpia, sin rémoras de ese tipo. Esa sensación de que Rita Barberá se va pero se queda, no es buena para nadie, ni para ella que da la sensación de amarrarse al aforamiento como un clavo ardiendo, ni para el partido popular que aunque ha hecho lo correcto no se desvincula totalmente de la senadora y por supuesto no es buena para el país que lo que menos necesita es seguir viendo a políticos acusados de graves casos de corrupción apoltronados en su escaños. Es un adiós a medias, vergonzante y vergonzoso en la forma y en el fondo porque como toda España sabe la "han ido", no se ha ido es muy distinto y con ello su honor y su lealtad quedan por los suelos.
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