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La guerra Iglesias-Errejón: así no Podemos seguir

(La Tribuna Crítica)

miércoles 21 de septiembre de 2016, 09:52h

Lo comentábamos en una de nuestras anteriores Tribunas: la izquierda ha fracasado en su objetivo de asaltar los cielos. No hace falta retroceder demasiado en el tiempo para ver cómo el empuje inicial de Podemos ha sido una decepción. Parcial, pero decepción, en todo caso. Desde que en 2014 irrumpieran en las elecciones europeas con gran ruido y en las autonómicas y municipales de 2015 llamaran masivamente a las puertas de las instituciones, no han dejado de tropezar.

El empeño de Pablo Iglesias por llevar sus teorías y sus ideas de los libros de Ciencias Políticas de las aulas a las calles y las instituciones han emponzoñado la vida política nacional y si bien ha tenido sus beneficios para el país, en cuanto a la regeneración de la izquierda se refiere, ha terminado fracasando por un discurso demasiado dogmatizado y agresivo.

Si algo necesita España, además de regeneración y limpieza política es también manos abiertas. Tender puentes. Echar sonrisas y llegar a acuerdos entre los distintos partidos políticos. Sin embargo, lo que vemos desde el 20 de diciembre son vetos, insultos y menosprecios entre unos y otros. Cales vivas y bloqueos entre formaciones políticas. Después de unas segundas elecciones lo único que nos queda claro es que somos meros espectadores de cómo estos partidos intentan desbloquear sin éxito una situación muy negativa para la sociedad española.

De lo que no se dan cuenta algunos es que si no se logra ese éxito en el desbloqueo es porque no hay intención de conseguirlo. Pablo Iglesias juega demasiado al ajedrez, a los tronos, como su querida serie de ficción. Estrategias de desgaste del adversario que no dan para más sino para rellenar telediarios y poco más en la práctica. Ni ganarán en Galicia ni estarán cerca de hacerlo en Euskadi este domingo, y el PSOE también se desmoronará.

Y mientras la izquierda de este país se precipita al vacío tenemos que asistir al extraño debate público y abierto (entre muchas comillas) entre el propio Iglesias y un Íñigo Errejón, del que no sabemos si juega a ser el alumno aventajado o al arribista político. Quizás dentro de poco veamos cómo Errejón y sus 'errejonistas' se queden sin sitio en un Podemos, propiedad intelectual de Pablo Iglesias, y donde cada día tienen menos cabida los críticos.

El debate y el planteamiento de ayer no es una mera anécdota o una argumentación baladí. Inspirar miedo en los poderosos o luchar por la gente de la calle no son compatibles, y parece que Iglesias se quitó la máscara para decantarse más por la primera parte, que es la no constructiva, sino la destructiva, y en todo caso, la evidente: los poderosos tienen dinero y tienden a ser avariciosos, poco empáticos con las necesidades de la clase trabajadora, por lo que hay que darle un toque de atención y ponerle límites. Eso es lo que cualquier partido debería hacer más allá de sus siglas. Pero cuando es el gran y casi único punto de un programa y un proyecto político, estamos más ante una manifestación que ante una acción política seria y que busca el largo plazo, así como construir algo útil para la sociedad.

Errejón plantea eso: veamos qué quiere la gente de clase trabajadora y las clases medias. Por qué Podemos no convence como antes parece que sí lo hacía. Iglesias no cree tal cosa, sino que quiere apretar más el acelerador de su apisonadora, sin frenos, para llegar hasta el final de una carretera donde, quizás, se lleve la sorpresa de ver, al llegar al término, que allá no hay nada ni nadie más que él mismo y sus acólitos.

Las claves del desencuentro entre Iglesias y Errejón: el debate sobre el
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