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Todo por la gente

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
lunes 17 de octubre de 2016, 10:39h

Existen unos miembros de las Cortes Generales de España que dan la impresión de haber sustituido el viejo lema de “Todo por la patria” por un “todo por la gente” porque su patria según su intérprete, el diputado Errejón, es “la gente”. Lo que es difícil saber es quienes tienen derecho a ser considerados “gente”. Con un criterio muy amplio pudiera entenderse que consideran “gente” a los cinco millones de electores que, en circunstancias penosas y confusas, los votaron. No es fácil aceptar que son la misma gente la de las diversas mareas que incluyen a náufragos de Izquierda Unida, a neocomunistas y a simpatizantes de diversos separatismos. Pero, aun dando por homogénea esa turbamulta solo unida por un cierto cabreo, serían cinco en una nación de cuarenta y cinco millones de habitantes de los que cuarenta no tendrían derecho a formar parte de esa nueva casta llamada “la gente”. Serían cuarenta millones de privilegiados o malditos, según se mire, de una patria sin “gente” propiamente dicha.

Quizá lo que quieren proponer es que gente solo sean los más humildes o desfavorecidos según una medida caprichosamente tasada por ellos mismos. Pero no están de acuerdo en esta entelequia los sociólogos que no localizan a su electorado en zonas deprimidas o en círculos de parados sino más bien en zonas urbanas bien desarrolladas y en círculos de la más superficial progresía universitaria, oficialmente becada, paternalmente financiada o académicamente colocada. La imagen más representativa que se conoce de esa gente no está compuesta por rostros secos, curtidos por los vientos del trabajo ni surcados por las arrugas de largos estudios sino por un extravagante cuadro de figurantes maquillados para formar parte del coro musical de “Los Miserables” y vestidos con los saldos de fin de temporada de las boutiques del pijerío.

El patrón elegido para mantener la doctrina capaz de abarcar a todo género de disgustados es dar por buenos todos los gérmenes disgregadores con que se encuentran, partiendo desde el derecho a decidir de todas las diferencias, sean étnicas, de clase o de peluquería. Todo vale para formar agrupaciones ocasionales que se integran o desintegran a gusto, sin orden ni concierto, en su complicado mecanismo interior, de tal modo que nadie sabe si Podemos es un grupo parlamentario, cuatro o una asamblea de facultad. Estos ciudadanos sin bandera, instalados como nómadas en campo ajeno, consideran discutible la unidad del terreno que pisan, ficticias sus fronteras nacionales, provisionales sus normas constitucionales y borradas las tradiciones históricas de sus antepasados genocidas.

Para palacios y fortalezas les bastan los hospitales y las escuelas, olvidando que las edificaron otras gentes con esfuerzos unitarios de profesionales sin coleta. Solo tienen un ejemplar humano permanente con el que fracasan reiteradamente al intentar que lo voten sus electores: un ex‑jemad gris y sombrío que asoma intermitentemente entre sus filas para que sospechemos que hay un plan oculto de traición estratégica contra las alianzas defensivas de las naciones libres mediante el desfile espectral de fusileros sin bala de un general sin batallas.

Esta tropa, no quienes les votaron inconscientemente sino los dirigentes, son los únicos que creen en ese gobierno de progreso del que hablaba, a tontas y a locas, el defenestrado Sánchez. Ni se lo creen los separatistas con quienes alternan ni se lo creen los antisistema acogidos en su seno ni se lo puede creer la izquierda española con solera. Solo ellos se engañan a sí mismos, o pretenden engañar a sus menguantes electores, con un señuelo irrealizable. Sus fantasías de vicepresidencias ejecutivas o de pactos sin principios básicos son historias para no dormir que solo asustan a los niños, aunque entre ellos discutan si conviene o no conviene eso de asustar.

Este tipo de gente no sirve para gobernar una nación unida, moderna y comprometida con el mundo de la libertad. Siempre habrá una mayoría de otra mentalidad que, por encima de cualquier diferencia, se concordará de mejor o peor manera para que no pisen la sala de máquinas del Estado. Sinceramente porque no están en condiciones de gobernar una nación quienes carecen de una auténtica conciencia nacional. Sus gestos delatan, en cada ocasión, que desean indefensa a la nación porque a ellos lo que les gusta es otra imaginaria al servicio exclusivo de su concepto de “gente”. Son como aquellos antiguos que preferían hablar en esperanto que en español aunque sea más universal el español que el esperanto. Son esperantistas de la política, con un lenguaje distinto al que usa la gente de verdad.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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