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'Las calculadoras de estrellas', una novela sobre las protagonistas de la revolución astronómica del siglo XX

'Las calculadoras de estrellas', una novela sobre las protagonistas de la revolución astronómica del siglo XX

lunes 24 de octubre de 2016, 15:46h
Miguel A. Delgado mezcla de nuevo ciencia, emoción e historia y rescata del olvido a aquellas mujeres anónimas que con su trabajo invisible impulsaron los mayores avances en astronomía de todos los tiempos. Todo ello dentro de su nueva novela, 'Las calculadoras de estrellas'.
El siglo XX vivió una auténtica revolución astronómica. Nació la idea del Big Bang y el asombro empezó a ser moneda corriente, pero lo que mucha gente desconoce es que una parte no pequeña de esa revolución fue posible gracias al trabajo, durante mucho tiempo desconocido, de un grupo de mujeres anónimas.

'Las calculadoras de estrellas' busca reconocer ese papel a través de una historia de ficción que se sustenta en un grupo de personajes reales: por un lado, Maria Mitchell, la primera astrónoma de América y una de las científicas más sobresalientes de la historia, que se distinguió además por su labor fundamental para contribuir al acceso de las mujeres a la educación superior, la investigación y los derechos sociales y políticos. Por otro, las "calculadoras de Harvard", el grupo de mujeres contratadas por la Universidad de Harvard durante décadas para hacer una labor callada, que se creía rutinaria, y que tan sólo levantaría acta de todos los cuerpos del cielo. Pero aquellas mujeres fueron mucho más allá de lo esperado, y aunque sufrieron el ninguneo o la ocultación por parte de los hombres, hoy comienzan a ser reconocidas como merecen.

'Las calculadoras de estrellas' atraviesa todo ese período, del Nantucket de los tiempos de Moby Dick a la Guerra de Secesión; de la apertura de la primera universidad de élite exclusivamente femenina, Vassar College, a la reunión del primer grupo de calculadoras en Harvard. Y lo hace a través de la mirada de un personaje femenino que va viviendo esa revolución en primera persona, y que encarna todas las contradicciones y esfuerzos que debían hacer las mujeres en un campo como el de la ciencia, obcecadamente cerrado para ellas. Sin embargo, lograron abrir una rendija tras la que muchas otras han ido continuando su labor, una labor y un desafío que aún no está superado del todo.

Las calculadoras de Harvard

En la década de 1880, la Universidad de Harvard era un lugar vedado para las mujeres, a las que no se les permitía cursar estudios superiores (una prohibición que se mantendría hasta bien entrado el siglo XX). Sin embargo, el director de su Observatorio, Edward Pickering, tomó una decisión revolucionaria: la universidad se encontraba inmersa en una tarea titánica, la catalogación del espectro de todas las estrellas del firmamento, tanto de hemisferio norte como del sur (para el que se construyó ex profeso para la tarea un observatorio en Arequipa, Perú), y pronto se dio cuenta de que con su equipo masculino, demasiado lento y, sobre todo, poco metódico, nunca llegaría a lado alguno.

Cuentan que, en un momento de enfado, despidió al jefe del equipo al grito de "¡Eso lo haría mejor hasta mi criada!". Y efectivamente, contrató a Williamina Fleming (1857-1911), una escocesa con un hijo que había sido abandonada por su marido, y que rápidamente aplicó un método y organizó el trabajo.

Ya sólo faltaba quién lo haría, y con el precedente de Mina Fleming, Pickering lo tuvo claro: contratar a mujeres estaba lleno de ventajas, porque cobraban sensiblemente menos que los hombres y, además, hacían a la perfección un trabajo rutinario en el que (se pensaba) no era necesario pensar. Y así, pronto la comunidad de Harvard vio divertida cómo las primeras mujeres ponían el pie para hacer actividades de trascendencia académica. Los maledicentes pronto bautizaron al grupo como "el harén de Pickering".

Durante décadas, las mujeres clasificaron una por una las estrellas del cielo, su color, su tamaño y su espectro. Un trabajo ímprobo que, sin embargo, sentó las bases de la revolución astronómica que sobrevendría en el siglo XX. Pero lo mejor es que fueron ellas, esas mujeres que supuestamente sólo servían para hacer un mero recuento, sin hacer deducciones sobre lo que veían ni inferir explicaciones (eso le estaría reservado a los barbudos y masculinos astrónomos "oficiales"), las que sentaron las bases de esa revolución.

Así, Annie Jump Cannon (1863-1941) estableció un método de clasificación del brillo y el tamaño de las estrellas que se reveló fundamental para los hallazgos anteriores. Henrietta Swan Leavitt (1868-1921) se centró en las cefeidas, un tipo de estrellas variables que modificaban su brillo siguiendo un patrón definido, y logró encontrar un método para medir la distancia de cada una de ellas con la Tierra. Sus trabajos sirvieron para comprender que el Universo era algo muchísimo más grande de lo que se creía hasta ese momento, y sentaron las bases para los trabajos de Edwin Hubble y la formulación del modelo del Big Bang. O Cecilia Payne (1900-1979), quien estudiando los espectros comprendió que el material básico que constituía las estrellas era el hidrógeno, una idea que despertó las chanzas de sus superiores masculinos, pero que luego se convirtió en uno de los descubrimientos más importantes de la historia de la astronomía. La propia Fleming descubrió la nebulosa Cabeza de Caballo y fue responsable de la catalogación de miles de estrellas.

Muchas de estas aportaciones fueron opacadas, o los trabajos aparecieron firmados por astrónomos hombres, pero hoy el papel del grupo de Harvard está en plena reivindicación, incluidos asteroides y cráteres en la Luna con sus nombres.

Maria Mitchell

Antes de ellas, Maria Mitchell marcó un importantísimo precedente en la presencia femenina en la astronomía estadounidense y mundial. Nacida en la isla de Nantucket, en el seno de una familia cuáquera, Maria aprendió desde niña a localizar las estrellas y a ayudar a su padre, el encargado de calibrar los cronómetros de los barcos balleneros que salían a la mar (eran los tiempos de Moby Dick), un instrumento fundamental para que los navíos no se perdieran en el océano en sus largos viajes, que podían durar hasta varios años.

En 1847, con veintinueve años de edad, Mitchell descubrió un cometa (el hoy conocido como "Miss Mitchell's Comet", o C/1847 T1, según la clasificación internacional). Logró que el rey de Dinamarca le concediera una medalla que reconocía el descubrimiento, en una dura pugna con otros que lo reclamaban desde otros países de Europa. Una pugna en la que tuvo el apoyo de Harvard, y que marcó un hito en la historia de los jóvenes Estados Unidos, pues supuso uno de los primeros reconocimientos internacionales de la ciencia que se hacía ahí, hasta entonces monopolizada por las grandes potencias europeas.

Maria Mitchell siempre se distinguió por su apasionada defensa del papel de la mujer y del acceso de ésta a la educación. Viajó sola por toda Europa, en varias ocasiones, en lo que era todo un atrevimiento para la época, y fue recibida por muchas de las grandes mentes del continente. En uno de sus viajes, incluso, logró ser la primera mujer astrónoma en poner el pie en el Observatorio del Vaticano, si bien tuvo que abandonarlo cuando se puso el sol. También se enfrentó al esclavismo, hasta el punto de negarse a vestir ropas confeccionadas con algodón.

Mitchell se involucró en el gran proyecto de Vassar College, la primera universidad de élite de todo Estados Unidos dedicada exclusivamente a las mujeres, donde se convirtió en la primera profesora contratada para dar clases de Astronomía. Allí luchó contra la discriminación salarial femenina, y su ímpetu reivindicativo la llevó a involucrarse con los movimientos sufragistas. Fue la primera mujer en ser admitida en las grandes instituciones científicas norteamericanas, y fue ampliamente reconocida en Europa.

Hoy, Maria Mitchell (que cuenta con un cráter en la Luna) es un gran símbolo en Estados Unidos, considerada como una de las más grandes astrónomas de todos los tiempos, y una figura humana fascinante. Sus diarios y sus cartas son apasionantes, y desvelan una sorprendente modernidad.
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