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El tercer hombre

lunes 31 de octubre de 2016, 14:15h

Confieso que sigo sin digerir muy bien los ecos de las primeras declaraciones -¡y qué declaraciones, madre mía!- de Pedro Sánchez tras su auto defenestración: ¿preparaba un 'golpe' a espaldas de las estructuras oficiales de su partido? ¿Quiere convertirse en un apéndice de Podemos, incluso insertarse en las estructuras de la organización morada? Porque lo que es a su partido de origen, el PSOE, ya no podrá regresar, arrasando en plan triunfal como pretende, una vez que ha admitido que tenía sus propios planes de alianzas, también con los independentistas, con tal de llegar a La Moncloa. Y todo ello, actuando al margen de 'su' comité federal. Qué acumulación de errores, Dios santo.

Hace mucho tiempo que pienso -y digo- que Sánchez es un cadáver político, aunque él va a ser el último en enterarse. Y me da en la nariz que tampoco va a encontrar acomodo en las filas del sector más hospitalario de Podemos -junto a Iñigo Errejón y Carolina Bescansa, por ejemplo-, porque en esa formación sigue reinando un Pablo Iglesias con quien Sánchez es incompatible. Demasiados gallos en ese gallinero: ambos se sienten superiores al otro, y ese es un mal asunto. Me parece, remedando un título de Agatha Christie, que, de los 'cuatro negritos' que centraban la política española, ya ha caído uno. Veremos lo que ocurre con los tres restantes: hagan sus apuestas, señores.

Intentó Pedro Sánchez lo imposible: arrebatar el cuarto de hora de protagonismo que le correspondía, y le sigue correspondiendo, a Rajoy. Porque hay que insistir en que lo importante no son las maniobras en el trapecio del automovilista Sánchez. No: lo importante es lo que vaya a hacer o no hacer el presidente del Gobierno, o también hasta dónde le vaya a forzar a actuar su 'socio', o lo que sea, Albert Rivera, gracias al cual Rajoy se mantiene en La Moncloa.

Porque a mí lo verdaderamente trascendente, cuando Rajoy se ha tomado hasta el jueves para pensar en los retoques finales de su próximo elenco ministerial, es, más que los nombres del Gobierno que viene, qué va a hacer con nuestras vidas este Gobierno que viene. Que tiene que ser algo bien diferente de lo actuado, o más bien dejado de actuar, hasta ahora: reformismo a tope -pero no es Rajoy gran amante de los cambios-, nuevos planteamientos -también esto le cuesta mucho asumirlo al inquilino de La Moncloa-, innovación, innovación, innovación. Y Rajoy, que tiene sus virtudes, será muchas cosas, pero innovador, lo que se dice innovador, no es.

Y aquí es donde entra en liza el 'tercer hombre', que se ha convertido, en cuanto a influencia e importancia, en el segundo. Es decir, Albert Rivera. Las urnas de junio fueron algo injustas con él; injustas porque entiendo que él fue quien ofreció algunas claves para desatascar la situación: sugirió a Sánchez que, juntos, podrían 'gobernar desde la oposición', forzando en el Parlamento reformas que Rajoy no podría desdeñar, le gustasen o no. Pero Sánchez, cuya obsesión era llegar a ser presidente, no le escuchó. Y, así, el secretario general socialista que obtuvo los peores resultados electorales de la historia, y que podría haber sido el vicepresidente que trajese las reformas a España, se quedó sin Gobierno y también sin liderazgo de la oposición. Y está a punto de quedarse sin partido, como siga jugando a rasgar vestiduras y estructuras y cayendo en trampas como las que ese magnífico entrevistador que es Jordi Évole le tendía, pura profesionalidad por parte del periodista, todo lo contrario por parte del entrevistado.

Sí, reconozco que tengo bastante confianza colocada en Albert Rivera, pese a sus vaivenes, al desconcierto que sus posiciones 'duras' generan entre los nacionalistas, a la excesiva frialdad con la que a veces actúa y a lo muy mejorable que, en términos generales, es la estructura de su partido, donde, sin embargo, ya brillan algunos nombres nuevos que muestran posibilidades de futuro. Creo que, si hay reformas más allá de la epidermis de este país, si se da finalmente esa regeneración por la que muchos suspiramos, se lo deberemos al impulso, aunque demasiado tímido en mi opinión, de esas medidas pactadas entre Ciudadanos y 'Populares'. Son unas medidas que, ya se ha dicho, comparten casi en su totalidad los socialistas, máxime este 'nuevo' PSOE que se adivina tras la abrupta salida de Sánchez de su despacho en Ferraz. Ahí, en ese todavía tácito acuerdo reformista que hace tanto tiempo debería haberse suscrito, radica mi optimismo ante la Legislatura que ahora sí comienza de veras. Creo, acaso por primera vez en muchos meses, que cabe que nos permitamos atisbar algún tallo de cauto optimismo.
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