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La gloria y el hambre

lunes 28 de noviembre de 2016, 14:21h

Pronto seré ceniza en el viento pero quedarán las ideas de los comunistas cubanos, o algo así dijo Fidel Castro antes de que su última bocanada de oxígeno se diluyera por el vacío. El Malecón se quedó desierto y los danzarines de la noche regresaron a casa en cuanto conocieron la noticia que dio Raúl Castro. Ayer leí las crónicas mortuorias y los análisis que pude, pues desde la universidad sentí una atracción especial por Fidel Castro. El Che también formaba parte de mi imaginario profundo, aunque sabía que toda aquella utopía cubana estaba pasando por el pragmatismo del líder galaico portugués.

En el año 92, Fraga, otro gallego listo, lo convenció para que aterrizase en el aeropuerto de Lavacolla. Llegó a las once de la mañana. Abajo le esperaba el líder de la derecha española, otro pragmático irreductible. Lo trajo para que visitara la casa de su abuelo, comiera y bebiera como un gallego más (orujo, queimada, pulpo), firmara en el libro de oro de la Xunta, diera algunos discursos sobre la patria y la muerte y conociera a sus primas gallegas, Victoria y Estelita. En la aldea de San Pedro visitó la casa de su abuelo, una oscura choza de piedra. Pidió que lo dejaran un rato solo para dialogar con sus muertos. Cuentan que cuando salió tenía los ojos rojos y el rostro emocionado. Algunos entonces se dieron cuenta de que los crueles revolucionarios también lloran. Y quizá incluso ahora sus cenizas sigan llorando porque deja una Cuba en bancarrota. Está llena de casas destruidas, ilusiones pisadas y cuentas vacías. El tiempo es un balcón sobre la oscuridad de pasado. Cierto que quedan Raúl, los fieles eternos, la historia de un orgullo, pero también el partido como madreselva que se va descomponiendo en un jardín abandonado.

Conocí la Cuba de Batista por la segunda parte de El Padrino. Un genio como Ford Coppola, con tres pinceladas, dice mucho más que una enciclopedia. Conocí la Cuba actual en un viaje que me llevó hasta el corazón de la isla. Con mis ojos abiertos vi la Cuba del hambre y de las ilusiones derrotadas. Eso me supuso la caída del caballo. También vi un pueblo dividido entre los puristas, que aún creen en la revolución, los decepcionados, que no creen nada, y la Nomenclatura, verdadera clase alta en un país de renta tercermundista.

Confieso que aún me queda algo de admiración por el Fidel del principio, o de los principios. Este hombre conoció como pocos la gloria y el hambre de su pueblo. Supo que había un lugar para él en el corazón de esa generación que no quiso huir de la utopía. Pero hoy los sueños se mezclan con la realidad tozuda. Las luces se pierden por las sombras del mar. Una triste miseria de lo humano estalla en las fachadas mugrientas de La Habana.
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