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La Constitución necesita traje nuevo

jueves 08 de diciembre de 2016, 10:51h

Se han cumplido treinta y ocho años de la aprobación en referéndum del texto que ponía fin a las leyes del franquismo que invocaban los llamados principios del Movimiento Nacional, esos que durante cuarenta años fueron la referencia legal de la dictadura. Esa flamante Constitución, a la que todos los partidos con excepción del PNV de Arzallus votaron a favor del texto propuesto nacionalistas catalanes incluidos, representado por el entonces portavoz del grupo parlamentario minoría catalana, Miquel Roca, el mismo que ahora es el abogado de la Infanta Cristina, que era además uno de los llamados padres de la Constitución como recogen los libros de historia.

Aquella Carta Magna, era el fruto de un consenso bien ejecutado como segundo acto de la recién estrenada democracia tras aquel primero denominado Pactos de la Moncloa, donde todas las fuerzas políticas de entonces se pusieron de acuerdo para sacar adelante el país, tras la llegada de Adolfo Suárez a la presidencia del gobierno. Del consenso de aquellos días, lo más destacable era que los nacionalistas dijeron que tenían suficiente y que ante todo era vital la recuperación de los estatutos de autonomía que disfrutaban catalanes y vascos antes de la llegada de Franco, como una reparación de sus derechos históricos arrebatados por el régimen.

El tratamiento del famoso Título VIII de la Constitución relativo a la organización territorial del estado, ha rechinado en estos años, tras el famoso Plan Ibarreche y su planteamiento sobre la creación de un estado libre asociado, al estilo de Puerto Rico con respecto a Estados Unidos. Pero en los últimos años, la radicalización de Artur Mas y la entonces CDC desafiando al estado con una proclamación unilateral de independencia, han hecho que dicho capítulo de la Constitución deba reformarse para adaptarlo a los tiempos y circunstancias actuales con el fin de evitar una aplicación del artículo 155 que “permite al Gobierno (previa autorización del Senado) tomar las medidas necesarias contra una autonomía que incumpla la Constitución o las leyes atentando contra el interés general”, algo no deseable en ninguna caso. El dialogo debe prevalecer siempre y para ello debe aplicarse la fuerza de la razón y no la razón de la fuerza.

De aquella Constitución del consenso nos queda además la recuperación de la bandera española sin el escudo franquista y con los colores que nunca debieron cambiarse cuando la tricolor comenzó a ondear en los balcones y mástiles de la recién estrenada II República. Recordemos que en tiempos de la I República, no se alteró el bicolor de la enseña.

También suscitó polémica algo tan sensible como la forma de estado, donde los socialistas tuvieron que hacer gala de sus artes escénicas, para reconvertirse en monárquicos sin que se notase demasiado. Cuando se estaba redactando la Constitución, el PSOE pensó que no era posible hurtar de la soberanía popular la decisión de si el régimen era monarquía o república, llevándolo en un voto particular al Congreso. Por aquel entonces todos los grupos de poder del país, incluidos los medios de comunicación, insistieron y presionaron incesantemente para que se retirara aquel voto particular. Como había que contentar a todos y a sabiendas que tal voto particular no podía retirarse, Felipe González (el de entonces) y Alfonso Guerra, alegaron que “no habría legitimidad de la Monarquía parlamentaria si no se votaba”. El voto naturalmente se perdió para satisfacción de todos incluidos los socialistas naturalmente, pues solo sirvió para salvar la cara ante sus bases que no veían con buenos ojos al Rey Juan Carlos, aquel al que el mismísimo Franco nombró su sucesor.

Alfonso Guerra llegó a calificar a su partido de esta manera: “Cuando se creó, el PSOE no era republicano ni monárquico, era "accidentalista", que quería decir que la forma de Gobierno era un accidente, lo importante era el respeto de la democracia y de la libertad”. Esta frase como tantas del inspirado político socialista, quedan para el recuerdo como otros textos imperecederos y ciertamente bien utilizados, por quien durante tantos años fuera parlamentario.

Hoy el Congreso parece muy lejano de aquel de 1978, aunque yo me atrevería a calificarlo de antagónico sin más ambigüedades. No parece haber ninguna posibilidad de consenso a priori pero sería necesario ser capaz de llegar a tenerlo en mayor o menos medida, pues cualquier estado moderno, debe asumir los retos de su tiempo y hoy en día el desafío soberanista catalán, exige menos testiculina inmovilista por ambas partes. Retadores y retados deben abandonar sus posiciones y buscar el punto de encuentro, demostrando inteligencia y no radicalidad en sus posiciones. No ayuda en nada esta cerrazón nacionalista catalana, muy alejada de la habilidad para plantear el reto de los nacionalistas vascos que salvo las frases caducas de un Arnaldo Otegui rebasado en el tiempo por el PNV, están sabiendo plantear sus objetivos con moderación y lógica negociadora.

Por otra parte, las declaraciones del Presidente del Tribunal Constitucional Francisco Pérez de los Cobos hombre de ideología conservadora, pues no en vano fue militante del PP, ha sido uno de los primeros que se han manifestado a favor de la reforma de la Constitución y haciendo gala de sensibilidad jurídica y política, ha manifestado que: “el llamado derecho a decidir, constituye una aspiración política que puede defenderse en el marco de la Constitución”. En otras palabras, que el Tribunal ha puesto de manifiesto que la Constitución ampara el que alguien pueda defender la incorporación de ese pretendido derecho a la misma, pero que para ello hay que reformar la Carta Magna. En el mismo sentido se manifestó meses atrás la diputada y jueza socialista Margarita Robles, defendiendo que todo es posible dentro de una legalidad, lo cual actualmente se infringe por parte de los independentistas catalanes.

Queda el reto de abordar la reforma y no de tirar por tierra un texto que nos ha servido de marco de convivencia durante casi cuatro décadas, pero aquellos que se denominan partidos constitucionalistas, deben atender al paso de los años y modificar sus criterios inmovilistas hacia otros más actualizados. Por otra parte Podemos, sigue dando la espalada a la Constitución y renegando de aquellos años de la Transición que con todos los fallos que se les quiera imputar, fueron el principio de un paso de gigantesco para traer la democracia a España tras el tenebroso paso por la dictadura. Sinceramente, creo que se equivocan.

Todo es reformable y debemos hacerlo sin falta. No se es más patriota por defender el inmovilismo sobre el texto, ni tampoco por derribarlo, se es más patriota reconociendo que todo es revisable. Al igual que cuando se va a cumplir los cuarenta, ya no entramos en la misma ropa que nos poníamos con veinte años, salvo en los casos de Nati Abascal e Isabel Preysler, que van menguando con el paso de los años por extraños sortilegios de la vida. El resto necesitamos una….. o varias tallas más, salvo que en un ejercicio de presumir más allá de la cuenta, nos pongamos aquel traje tan bonito que llevamos a la boda de un amigo, respiremos hondo, metamos barriga y necesitados de resuello, reventemos las costuras y nos enfrentemos con hacer un ridículo épico. ¡Viva la Constitución y su reforma!

JOSE JOAQUIN FLECHOSO

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