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El Mesías y el móvil

domingo 08 de enero de 2017, 16:32h

Hay un orden profundo lleno de belleza y magia en la música de Haendel. Un orden místico henchido de sintoísmo y sincera explosión de alegría. Haendel es como una luz que da tenue en la ventana y discurre por la habitación llenándola de luz, vida y serenidad. El boato, en Haendel, a pesar de estallar imperioso por el silencio del auditorio tiene una profunda humildad que hila con la sencillez del Cristo, la que contiene esa unión de la grandiosidad de los cielos y el tenue discurrir de la vida en la tierra. Haendel tiene dedos divinos, marca con brío de alma las notas y los cánticos, pone sensibilidad musical en el orden casi militar del universo. No sé la de veces que habré escuchado a Haendel, pero en cada una de ellas su pretendida simpleza se me ha convertido en una honda y profunda magia musical, una experiencia de absorción de la naturaleza y la complejidad de la vida expresada con la música que es, según Beethoven, el lenguaje que habría usado Dios de querer usar alguno para comunicarse con los humanos.

El otro día en Madrid, en el Auditorio Nacional, tocaba la orquesta Les Arts Florissants dirigida por William Christie. Representó el Mesias de Haendel, cuyo majestuoso Hallelujah es de lo más grande que se ha compuesto en música. Haendel escribió el oratorio habiendo salido de una apoplejía por la que todo el mundo le creyó inútil para la música. Le mandó el libreto en 1741 el poeta Charles Jennens, libretista de otras composiciones anteriores. Le envió una carta pidiéndole que compusiera una ópera con el texto del oratorio. Habida cuenta de los fracasos que había tenido últimamente en sus oratorios, Haendel tiró el libreto al suelo y lo pisó, rompiendo parte de las hojas. Pero leyó un texto que decía "Comfort ye" (Consolaos). Siguió después leyendo otros textos y al final se quedó tan encantado que enseguida comenzó a escribir la música, haciéndolo en el tiempo record de tres semanas, desde el 22 de agosto al 12 de septiembre de 1741. Se dice que cuando acabó de escribirla se pasó 17 horas seguidas durmiendo. El criado creyó que había muerto.

Esa música maravillosa de Haendel sonó el otro día en Madrid. Pero al final de la primera parte, durante el aria "He was despised" que cantaba Carlo Vistoli, se oyó el rotundo timbre musical de un teléfono móvil desde una de las tribunas laterales que están sobre la orquesta. William Christie, despistado por ese ruido, tuvo que parar a sus músicos y volver a empezar una de las partes más íntimas del Mesías. No era el primer teléfono móvil que sonaba. "Acaba usted de cargarse uno de los pasajes más bellos de una de las obras más hermosas jamás escrita", le dijo al tipo. Y el tipo se fue seguro que sin entender qué narices le había dicho el director.

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