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USA: el cambio de un caballero (que no pudo) por un patán (que amenaza con poder)

jueves 19 de enero de 2017, 09:57h

Creo que existe un amplio consenso acerca de que Barack Obama ha ejercido la Presidencia de Estados Unidos con una dignidad encomiable. El primer hombre negro que ha llegado a la Casa Blanca ha demostrado a sus conciudadanos que la gente de su raza puede ser más que decente: con un carisma, una sencillez y una oratoria que para sí hubieran querido los presidentes blancos que le precedieron. No hay duda de que su figura crecerá en la memoria histórica de su país. Y no importará si el balance de su mandato tiene luces y sombras. En efecto, entre las primeras se cuenta su intervención estratégica para sacar a la economía de Estados Unidos de una profunda crisis, sin abandonar sus políticas sociales y su proyecto más progresista, la reforma sanitaria, que enfrentó a un Congreso de mayoría republicana. También consiguió grandes logros en su política exterior: desde sacar las tropas de Irak al restablecimiento de relaciones con Cuba, si bien también en este plano han quedado flecos sueltos: Guantánamo quizás el más notable.

Sin embargo, no coincido con el balance final que hacen algunos medios en términos políticos. Por ejemplo, el diario El País, en su editorial “Adiós Presidente” (16/01/17) concluye: “El hombre que ganó con un “si podemos”, puede decir con toda legitimidad: “Lo logramos”. Creo que esa conclusión -por más que nos agrade Obama- no se sostiene. Porque es cierto que ha conseguido muchas de las cosas que pretendía, pero Obama ha fracasado en su promesa central: lograr unir al pueblo norteamericano en torno a una política progresista. Es necesario recordar que a eso se refería Obama en su discurso inicial cuando aseguraba “Yes, we can”: a la superación de la evidente división política de la ciudadanía estadounidense entre actitudes conservadoras y progresistas. El no haber ganado la mente y el corazón de buena parte de la otra mitad para la política progresista no sólo muestra que no ha podido conseguir el cambio político profundo que pretendía, sino que cuando concluye su mandato esa división se ha mostrado aún más radical y ha permitido que la otra mitad haya logrado llevar a la presidencia a un personaje que pone en riesgo la mayoría de los logros de su propio mandato, tanto a nivel internacional como doméstico.

Desde luego, eso no significa que el nuevo presidente electo haya logrado superar tal división. Incluso es probable que la mitad progresista se movilice y haga la vida imposible al flamante Donald Trump. Pero es indiscutible que los ocho años de Obama no lograron cambiar la correlación de opiniones y actitudes de la mitad conservadora hacia la política progresista. Más bien pareciera que el resentimiento y el rechazo hacia esa política aumentaron durante esos años en el país profundo.

Claro, la comparación a nivel individual es desastrosa. El cambio que llega este viernes significa la sustitución de un elegante caballero por un verdadero patán. Y lo digo en el sentido que tiene ese término en el diccionario de la lengua española. En pocas palabras, Trump es un empresario inculto y de mal gusto, zafio y tosco, para quien lo importante ha sido conseguir dinero a toda costa, por encima de la dignidad de mucha gente y de las normas más elementales de la decencia humana. Las burradas y los insultos que adornaron su campaña no son exabruptos, como muchas veces se dijo, sino que corresponden exactamente a su naturaleza vital.

Ahora bien, el problema adquiere su verdadera dimensión al incorporar ese perfil personal en la cúspide del poder político de los Estados Unidos. Y es necesario ser claros al respecto: Trump es el presidente electo por el sistema democrático de su país y todas esas pancartas de los radicales diciendo que “no nos representa”, son simplemente una muestra de incultura cívica democrática. Por tanto, la gran pregunta sigue siendo: ¿Cómo es posible que el pueblo estadounidense haya elegido a un patán como su presidente?

Ya he insistido que hace mucho tiempo que se ha superado la idea romántica de que el pueblo es connaturalmente sabio y que no se equivoca. El año pasado ha estado marcado por una larga serie de muestras en contrario. Ahora bien, tal cosa no hay que confundirla con el hecho de que sus decisiones y elecciones no pueden ser irrespetadas. El pueblo puede equivocarse pero es el único que tiene derecho a hacerlo.

Creo que la explicación de la causa de que una buena parte de la ciudadanía en Estados Unidos haya elegido a un patán como presidente reside en la baja calidad de cultura política que abunda en ese país. La combinación de conservadurismo y pobre cultura política ha sido la base de esa increíble elección. Pero no hay que despistarse: tal cosa ha sido posible porque la división del pueblo norteamericano seguía en pie al concluir Obama su mandato, y no, no había podido cambiar esa situación a favor de una política progresista.

Muchos observadores han dicho que no hay que preocuparse demasiado porque Trump tampoco podrá llevar a cabo la revolución conservadora que proclama. El sistema político de Estados Unidos no le permitirá hacerlo. Sin embargo, no parece que Donald Trump esté muy enterado de ello. Porque sigue amenazando con levantar el muro con México, disminuir la Unión Europea, enfrentar a China, y claro, liquidar todas las políticas progresistas de Obama a nivel doméstico.

¿Podrá?

Pues es difícil saberlo. Mucho dependerá de la ciudadanía estadounidense y también de la del resto del mundo. Crucemos los dedos para que ojalá no pueda.

Enrique Gomáriz Moraga

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