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La izquierda pasa de Donald Trump

jueves 26 de enero de 2017, 07:37h

Y nuestra izquierda, encantada de mirarse cada día el tamaño de sus atributos íntimos, qué demonios opina de todo lo que está pasando en los Estados Unidos y en Europa. ¿Acaso no advierte en el horizonte los avisos de la tormenta involucionista que se nos viene encima? Ocupados en esa trama grotesca de enfrentamientos internos y disputas estratégicas, involucrados en lo suyo, parecen incapaces de denunciar a los movimientos fascistoides que se desarrollan en nuestro entorno democrático. La extrema derecha europea se ha reunido en Coblenza para saludar la llegada de Trump a la Casa Blanca y proclamar que con él comienza una nueva era en todo el mundo. Pero nuestra izquierda pasa de tan temible declaración. Esperaba de ellos un análisis contundente de la situación, pero continúan silenciosos e impávidos, como si los disparates que Trump comienza a formular fueran un fenómeno localista y aislado. En definitiva me los imaginaba encabezando, juntos y resueltos, una movilización cívica contra los primeros desmadres del Presidente norteamericano. Pero ahí siguen, desunidos y enfrentados, lamiéndose las heridas y acuchillándose los unos a los otros.

Yo pertenezco a una generación progresista que conserva profundos sentimientos antinorteamericanos. Seguramente los heredamos del pesimismo nacional que alentó la pérdida de las provincias españolas de Cuba y Filipinas. A finales del siglo XIX, comenzado ya el siglo XX, abanderados con las enseñas de la emancipación, los Estados Unidos guerrearon contra España y convirtieron aquellos territorios en colonias encubiertas del naciente imperio. Años después, concluida la Segunda Guerra Mundial, los libertadores permitieron que se mantuviera en España el último reducto fascista que quedaba en Europa. El régimen de Franco había sido un aliado político, militar e ideológico del nazismo, pero las potencias vencedoras lideradas por los Estados Unidos permitieron que general español se quedara vivito y coleando en su alcázar de El Pardo. Años después, en plena Guerra Fría con la Unión Soviética, el presidente ‘Ike’ Eisenhower visitó España y abrazó al dictador, apuntalándole en el poder hasta el día de su muerte. A cambio, Franco cedió a los americanos una parte fundamental de nuestra soberanía, permitiéndolos instalar sus bases militares, repletas de armamento atómico, en las proximidades de ciudades tan pobladas como Madrid o Zaragoza. Poco o nada le debemos en este sentido a los Estados Unidos.

La contestación izquierdista aumentó con los desmanes de las tropas invasoras en la Guerra de Vietnam y el acoso permanente a la revolución cubana. Norteamérica probó sus teorías liberales de la Escuela de Chicago en Centroamérica y Sudamérica, llevando la miseria y la ruina a muchos millones de seres humanos. Participó además, directamente o desde la sombra, en los golpes militares que sembraron el continente de dictaduras criminales, campos de concentración y decenas de miles de desaparecidos. Con esas credenciales sobre la mesa, la izquierda criticó siempre con mucha dureza los planteamientos imperialistas e intervencionistas del Tío Sam. A los gritos de libertad y amnistía se sumaban siempre los lemas de “¡Bases no!” y “¡Yankees go home!”. Entiendo perfectamente la actitud del centroderecha, otorgando a Trump cierto voto de confianza, pero me llama mucho la atención el silencio vergonzante de las fuerzas del cambio. La izquierda, de momento, pasa de Donald Trump y sus funestas consecuencias.

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