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Errejón y el dinosaurio

viernes 10 de febrero de 2017, 08:26h

Íñigo Errejón plantea una visión para Podemos que está en su propia esencia genética como partido. Desde su nacimiento de penalty durante el 15 M, Podemos se fraguó como un movimiento transversal y era frecuente escuchar en boca de Pablo Iglesias que Podemos buscaba la centralidad de la sociedad y a una pregunta directa sobre si su formación era de izquierdas o de derechas contestó que eso de derechas e izquierdas era una estafa (sic).

Si Podemos pretende gobernar tendrá que convencer a la mayoría del censo, entre 9 y 11 millones de sufragios y se precisarán dos condiciones, tener un proyecto claro y que fagociten al PSOE. Cada uno de los dos líderes en Podemos está luchando por una condición más que por la otra y eso lleva a planteamientos estratégicos distintos.

Para Errejón, habría que renunciar a lo más duro del marxismo que les barniza para trabajar la transversalidad y establecer un programa de gobierno creíble que atraiga y convenza lo nuclear de la población. Hecho esto, el PSOE se convertiría en comparsa.

Para Iglesias se trataría de posicionarse como gran alternativa de izquierdas que aglutinaría desde el centro izquierda hasta Izquierda Anticapitalista y cuando esto se consiguiera, la mayoría de la población les votaría. En este sentido, todo lo que está pasando en el PSOE, incluyendo la vuelta a los ruedos de Pedro Sánchez, le favorece: los acuerdos constantes entre PSOE y gobierno Rajoy alejan al PSOE del concepto izquierdas; la ambigüedad de Susana Díaz divide a las agrupaciones y la reaparición del actor secundario solo hace que fragmentar aún más el voto socialista.

La coyuntura afecta también a la cuestión del liderazgo carismático de ambos podemiStas. Por supuesto que Pablo Iglesias tiene un magnetismo personal y una inteligencia comunicativa que le convierte en líder natural de cualquier grupo humano en el que esté. Es un don natural en él como en muchos otros, llámesele magnetismo, duende o aje. Errejón también es hombre carismático, menos que Iglesias desde luego. Este punto es conflictivo porque el consenso mayoritario está con el liderazgo y la cara de Iglesias -recordemos que utilizar su foto en vez de un logo en las elecciones Europeas fue lo que les lanzó a la primera línea política- e incluso los errejonistas así lo reconocen: el tirón popular de Iglesias es un activo electoral del que no se puede prescindir así como así.

Pablo Iglesias es perfectamente consciente de esta situación, al igual que todos los demás y entonces anuncia que él estará en Podemos para defender lo que él cree y que resulta absurdo imaginar que puede ser secretario general de un partido que propone las ideas de otro. Esto es retórica huera sencillamente porque en nuestro sistema parlamentario de partidos los líderes defienden, mantienen y respetan lo que dictamina el partido. De ahí los problemas que a Pedro Sánchez le costaron la secretaría general, por ejemplo. En el caso de Podemos, además, está aquello de que el partido es transparente y que se hace lo que deciden las bases (los inscritos y los círculos) mediante votaciones abiertas a toda la sociedad. Es decir, Pablo va contra la esencia de Podemos cuando pretende que se haga lo que él dice, aut Caesar aut nihil, y para ello argumenta, básicamente, que no va a hacer lo que las bases dictaminen sino que las bases deben dictaminar lo que él propone. Es algo muy diferente. Y mucho menos democrático.

En medio de estas dos visiones del partido, cada equipo de fans ha elevado el nivel de ruido ambiental y el razonamiento se ha ido diluyendo entre reproches, cartas cruzadas y testosterona: ya no se reconoce el objetivo común porque llevan las anteojeras de vaqueta y han perdido la visión periférica. Al igual que el dinosaurio de Monterroso, el lunes el problema seguirá ahí y por más palabras y buenos propósitos que oigamos, no va a desaparecer.

Podemos ha traído aire fresco y renovación a la política en España, pero si ahora se resabia como organización y decide adaptarse al “medio antiguo del PPSOE” en vez de ser la mutación triunfante que genere mejores partidos y una democracia más transparente, su esfuerzo habrá valido nada.

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