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Las consecuencias de la purga en Podemos

martes 21 de febrero de 2017, 08:47h

Tras su victoria en Vistalegre II, ahora Pablo Iglesias enfrenta una tarea urgente: lograr que la purga del errejonismo sea efectiva pero tenga el menor efecto negativo posible en la imagen de Podemos y en la suya propia. Para ello busca contar con dos instrumentos fundamentales: a) dar un perfil de normalidad (democrática) al arrinconamiento de esa oposición; b) contar con la aquiescencia del propio Errejón, ofreciéndole alguna compensación importante.

Ya sabemos que el descabalgamiento del errejonismo ha sido completo. Por un lado, su líder queda colocado en segunda o tercera fila del grupo dirigente (deja de ser secretario político, puesto que desaparece, y portavoz parlamentario); pero, además, en la nueva ejecutiva sólo le acompañan dos de los suyos (de un total de 15 miembros). La caída de los partidarios de Errejón tiene lugar al tiempo que suben a la dirección los fontaneros de Iglesias y Montero. Tal cosa tiene su reflejo en los ámbitos técnicos, donde el errejonismo también es marginado. Es decir, la purga es categórica a lo largo y ancho de la dirección orgánica.

Pero según el círculo de Iglesias ello se corresponde con la derrota de Errejón en Vistalegre II. Como dice Monedero: “la derrota de la corriente errejonista ha sido muy contundente y demoledora”. Entonces ¿Qué tiene de extraño que dicha corriente sea barrida de los puestos de dirección de Podemos? ¿No sucede así en todos los partidos políticos?

Pues lo cierto que así sucede en una buena cantidad de partidos, especialmente en aquellos que practican el centralismo democrático. La cuestión es que se suponía que ese no era el planteamiento de Podemos. Es difícil saber si los llamados a la unidad en Vistalegre se asociaban más a la subordinación del errejonismo o a una solución realmente integradora, pero es probable que se refirieran más a lo segundo. La búsqueda de la unidad arrasando con la oposición resulta una contradicción en un partido que clama por la integración proporcional de sus sensibilidades. Por eso Errejón reclamaba que la composición de la ejecutiva debería reflejar la elección al Consejo Ciudadano: un 60% por 40%. Hoy sabemos que el resultado final ha cambiado radicalmente esa proporción (a un 80% por 20%).

Así las cosas, además de lanzar cortinas de humo ante la opinión pública, Pablo Iglesias quiere evitar una fuerte reacción en las filas del errejonismo. Por ello, ha buscado una compensación que pudiera ser atractiva para su líder. Y así ha reflotado la propuesta previa a Vistalegre: ofrecerle a Errejón la candidatura a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Este paso tiene algunos problemas tácticos, como ya han dejado claro desde la comunidad y desde Anticapitalistas, que ha tildado la oferta de Iglesias de “cambio de cromos”. Pero también supone un problema de fondo: es una operación fenicia de compra-venta de voluntades, esa que Iglesias dice detestar para el resto de la sociedad. En el contexto valórico de Podemos refleja una corrupción propiamente política (de esas que no cuestan muchos euros). Claro, hace falta saber si Errejón muerde el anzuelo. Pero si lo hace, habrá demostrado que prefiere evitar el duelo narcisista antes que mantenerse firme en sus planteamientos dando testimonio de marginación indebida.

Iglesias ha ideado también crear una instancia nueva: la formación de un gobierno en la sombra. Claro, poca gente cree que eso tenga algo que ver con el sentido que tiene en la política británica. Pero posee aspectos nada despreciables para el secretario general. Por un lado, le permite acoger a las figuras que no están en la dirección de Podemos; por otro, ofrecerlo como ámbito de compensación, como en el caso de Errejón, o también para recuperar aliados políticos, como es el caso de Monedero. Pero, sobre todo, significa tener una caja de resonancia política que no dependa orgánicamente del Consejo Ciudadano; dicho de otra forma, que sólo dependa de su voluntad.

El otro argumento usado por Iglesias para disimular la purga es que “ya es hora de feminizar Podemos”. En consonancia, el amplio grupo partidario de Iglesias en la Ejecutiva está compuesto mayoritariamente por mujeres, al igual que ha sucedido con los cambios en los espacios técnicos. En realidad, esta operación táctica no es precisamente nueva. El uso de mujeres para cubrir actuaciones autoritarias es altamente frecuente en los movimientos populistas latinoamericanos. El general Perón marcó un hito en los años cuarenta, pero desde los ochenta se han producido casos notables, incluso por parte de dirigentes machistas consumados (que no reconocen hijos y hacen chistes subidos de tono, como en el caso boliviano), con el efecto inmediato de dividir el movimiento de mujeres. Esa división también se ha manifestado en Nicaragua, donde la Primera Dama inició un fulgurante ascenso institucional (hoy es Vicepresidenta), tras el escándalo surgido con la acusación de su hija de haber sido seducida cuando era menor de edad por el padrastro Presidente Ortega. Todavía hoy sectores del feminismo nicaragüense mantienen la acusación del mandatario, mientras otros sectores sociales de mujeres son cooptados desde la Vicepresidencia. Pero tal vez el caso más grave fue el del populista peruano Alberto Fujimori, que atrajo a su gobierno importantes segmentos del movimiento de mujeres (llevó a la Conferencia Mundial de la Mujer en 1995 la mayor delegación oficial del encuentro). La participación de mujeres en las instancias de gobierno produjo una división del movimiento social de mujeres, que se manifestó dramática en el momento de la caída de Fujimori.

Ciertamente, ante estas situaciones, el feminismo no puede situarse al margen de este dilema moral: aprovechar espacios de participación a cambio de contribuir a camuflar procesos autoritarios. ¿Feminizar Podemos a cambio de disimular una purga política? Además, en este caso, aparece un detalle delicado. La sustitución de Errejón como portavoz del grupo parlamentario se hace por Irene Montero, pareja de Iglesias. Por más méritos que posea Montero, el factor de ejemplaridad debe tenerse en cuenta, ante la necesidad de evitar la imagen del estereotipo: macho nepotista y mujer arribista.

En suma, la purga impulsada por Pablo Iglesias y su entorno en Podemos no parece fácil de manejar. Ausencia de espíritu integrador, oferta de compra de voluntades, sospechas de nepotismo y feminización vicaria, estas y otras evidencias no precisamente edificantes se van sumando a la imagen deteriorada de la formación morada. Puede que Vistalegre II no sea recordada como la renovación de Podemos sino como el cierre en falso de una crisis abierta.

Enrique Gomáriz Moraga

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