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La solidaridad de los robots

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
miércoles 08 de marzo de 2017, 11:53h

Llamó la atención la ocurrencia de Bill Gates de proponer que los robots pagasen en el futuro el impuesto de la renta de las personas físicas. Pero, a mi entender, la idea no era extravagante ni intentaba que estos artilugios fuesen tenidos por personas sino que se basaba en un principio de equidad. Ya que los robots sustituirían a muchas personas físicas en el trabajo era justo que cotizasen por lo que aquellas personas habían dejado de cotizar.

En la sociedad norteamericana quizá ese concepto de la renta sea el razonable. Pero en la sociedad europea y su concepto del Estado de bienestar lo razonable no sería gravar la renta generada por las máquinas robotizadas sino imponerles sus contribuciones a la seguridad social. Cuando un mecanismo es robotizado o cuando se construye un robot más o menos antropomorfo o individualizado se sustituye a uno o varios trabajadores que pierden su puesto de trabajo y pasan a cobrar subsidios de paro o a situaciones de jubilación anticipada. Sería justo, consecuentemente, que el coste de dichos robots viniese incrementado por una contribución proporcional al número de puestos de trabajo humanos que habían eliminado con su incorporación a las actividades industriales.

Quizá alguien pueda oponer que gravar con cargas sociales a la utilización de robots es poner frenos al progreso tecnológico. Pero es un argumento falso. Cuando se sustituye un elemento humano por un mecanismo no se hace por razones de tecnología progresiva sino por razones económicas. El robot nunca resulta más caro que la mano de obra humana y devenga una renta más alta que la que origina el número de personas que elimina. No solo supone la desaparición de unas cargas salariales. Los seres humanos de que se prescinde no solo cuestan unos sueldos a determinada empresa sino todo cuanto supuso la crianza, educación, formación profesional de un número de individuos con sus cargas familiares, necesidades de vivienda y transporte, periodos de vacaciones, alimentación, vestimenta, ocio y participaciones en sistemas de representación sindicales y políticas y los correspondientes impuestos sobre el consumo con que contribuye cada ciudadano al acervo común. Por mucho que suponga la adjudicación de una cuota de cargas sociales a un robot siempre será un incremento menor al coste del trabajo personal que supone prescindir de un número creciente de seres humanos.

Las inversiones en robotización se basan fundamentalmente en cálculos económicos dentro de los cuales también se valoran los cálculos de tiempo, de descanso y de seguridad. La creciente automatización de la producción en nuestra época es un factor que provoca una tendencia inevitable a la desaparición de puestos de trabajo en mayor proporción cuando se trata de actividades más modestas que no son exigentes de imaginación, improvisación o dedicación vocacional. Perjudican, por tanto, a sectores muy numerosos de la población y benefician las actividades elitistas en que la presencia humana es imprescindible e insustituible.

Ningún razonamiento humanista va a frenar el proceso. El afán de lucro que mueve a la historia no va a renunciar a las tentaciones de producir más baratos aquellos bienes que puedan comercializarse y venderse con menores costes y con los mismos márgenes de beneficio. La evolución industrial va por un camino que ya supone hoy una reestructuración laboral que se acrecentará en el futuro. En esa transición es más que conveniente disponer de parte del beneficio provocado por la robotización en favor de los perjudicados en el tránsito. Las pensiones y subsidios de personas sustituidas por los instrumentos robotizados deben pesar sobre el coste del funcionamiento de dichos robots. La solidaridad de los robots no es una fantasía de ciencia ficción sino un factor necesario para mantener la renta de las personas por encima de la valoración de las cosas.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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