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Populismo y estatismo

viernes 10 de marzo de 2017, 16:40h

Arturo Uslar Pietri

Habrá que intentar un día la difícil tarea de penetrar la historia de las ideas políticas en la América Latina, que es la de las distintas ideologías que fueron proclamadas y alteradas en su ejecución desde la Independencia, y, particularmente, el confuso contenido de los programas y planteamientos de los partidos dominantes desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo durante los largos años en que se hizo sentir la poderosa influencia deformadora de la Guerra Fría. No sería una historia de manifiestos y programas, que poco dicen sobre la realidad, sino un análisis eficaz sobre lo que, en la práctica del gobierno y de la lucha política, han invocado los partidos dominantes en estos últimos tiempos.

La mayoría de los movimientos políticos que han llegado a dominar en ese tiempo se caracterizan por la vaguedad de sus planteamientos ideológicos y la distancia cada vez mayor entre la ideología proclamada y las peculiaridades de la realidad histórica. Grosso modo, ha habido dos grandes y poderosos núcleos de influencia en lo que podemos llamar la historia de las ideas políticas en la realidad de la América Latina.

Uno, sin duda, fue el ejemplo arrollador y alucinante de la Revolución Francesa y de sus grandes proclamaciones de libertad, igualdad y fraternidad que, en forma muy importante, influyó en la política de la región hasta la época de las Guerras Mundiales. Después del fin de la Primera Guerra Mundial, y particularmente, después de la Segunda, desde el surgimiento de la Unión Soviética como potencia rival de los Estados Unidos, la influencia de las ideas marxistas y de las proclamaciones de la inteligencia soviética adquiere un papel predominante. Con la sola excepción de Cuba, tan significativa y tan excepcional, la ideología marxista real o pretendida no llegó a dominar en ningún país latinoamericano. Sin embargo, no se podría explicar la historia política de la América Latina en ese largo lapso sin tener en cuenta cierta forma de fascinación, adhesión y seguimiento por lo que, por muy distintas maneras, llegó a representar el Mito de la Revolución Mundial, encarnado en la Unión Soviética.

Los dos rasgos más reconocibles y persistentes de los movimientos de masa y de los gobiernos revolucionarios latinoamericanos han sido, sin duda, el populismo y el estatismo. Las raíces del populismo vienen, evidentemente, de la Revolución Francesa, con su exaltación política y social de la idea de pueblo como entidad viviente y agente de la historia. La adhesión al estatismo y al creciente predominio de la intervención del aparato estatal en la vida colectiva viene de la Revolución Rusa y de la tesis marxista de la apropiación por el Estado de los medios de producción. Ha sido evidente y duradera la adhesión fundamental de la izquierda latinoamericana a esos dos grandes temas y no podría entenderse bien la visión política y social de la región en estos últimos años sin tener en cuenta la presencia varia y efectiva de esos dos grandes modelos.

En el caso de Venezuela es evidente, en las proclamaciones y en la práctica del gobierno, la presencia inseparable de esos dos grandes temas. Desde la Independencia, pasando por la terrible experiencia de la Guerra Federal y por los largos años de lucha armada que llenaron nuestro siglo XIX, la idea populista se repite. Se invoca un pueblo abstracto que poco tiene que ver con la realidad efectiva de la composición social y, en nombre de ese principio, se instauran instituciones que, en muchos casos, estaban en abierta contradicción con la realidad histórica de la sociedad. No faltaron quienes alertaron sobre esa peligrosa abstracción simplificadora. El caso más evidente y admonitorio fue el de Bolívar que, desde su admirable Discurso de Angostura hasta los años finales de su vida, no dejó de alertar contra los efectos nocivos de esa insoluble antinomia entre ideales y realidad.

Por lo que hace al estatismo, el inmenso crecimiento de la riqueza petrolera en manos del Estado proporcionó a los ideólogos de los partidos la excepcional oportunidad de llevar hasta los mayores extremos la estatización de la vida colectiva y convertir al Estado en un monstruo que dominaba y deformaba la vida nacional.

La gran crisis ideológica que hoy sacude al mundo debería hacer reflexionar a los latinoamericanos sobre la necesidad de revisar, a la luz de la dura experiencia, el inmenso costo que esos dos polos ideológicos han tenido en el desarrollo de estos países.

No será fácil, y requerirá mucho valor moral e intelectual poderlo plantear en términos útiles, pero no hay otro camino si se quiere salir de los muy costosos errores que nos ha legado el pasado inmediato.
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