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París y el amor, en primavera
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París y el amor, en primavera

viernes 28 de abril de 2017, 16:22h

La ciudad de la luz y del amor – París – está a menos de dos horas de Madrid. No descubrimos nada nuevo al decir que París es una ciudad que brilla con luz propia y con todo su esplendor en cualquier momento del año, aunque como la canción April in Paris, la belleza de la ciudad en primavera es realmente singular.

Proponemos una escapada a la capital francesa con un plan de tres o cuatro días. Tenemos predilección por hoteles en la orilla izquierda, en parte porque suelen ser más baratos y acogedores y hay muchos lugares de interés y restaurantes típicos muy a mano, pero la verdad es que cada rincón de esta gran metrópolis tiene su propio encanto.

Si es su primera visita a París, recomendamos sacar un billete para los autobuses de circuitos turísticos de subir y bajar, como HOP ON - HOP OFF, o algo parecido, cuyo recorrido y explicación en diez idiomas ayuda a obtener una buena perspectiva general acerca de la disposición de la ciudad, a la vez que una breve introducción a su historia. El Metro parisino es rápido y te llevará a cualquier rincón de la capital y los taxis no son muy caros, aunque una buena y económica manera de trasladarse desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad [Plaza de la Ópera] y viceversa, es cogiendo el autobús Roissy.

Como la visita al Museo del Louvre, suele encabezar cualquier lista de sitios para conocer, hay que tener en cuenta que la magnífica pinacoteca, “la maison de la Mona Lisa”, cierra los martes. Como todo gran museo, se puede pasar una semana y no llegar a cubrir sus 41 kms de recorrido, pero en una mañana se puede disfrutar de las más conocidas y apreciadas obras, siguiendo el plano y folleto proporcionado por el museo, como: El arte Egipcio, La Victoria de Samotracia, La Venus de Milo, La Libertad guiando al Pueblo (Delacroix), La balsa de la Medusa (Gericault) y, por supuesto la Gioconda.

Pierre Lescot comenzó la construcción del palacio que aloja el Louvre en 1528 por orden del Rey François I, quien quiso disfrutar de una enorme y lujosa residencia. Cuando fue finalmente terminado en 1670, el Rey Louis XIV, el Rey Sol, lo consideró demasiado “pequeño” y por tanto mandó construir el Palacio de Versalles. La entrada al museo es por la famosa pirámide de cristal terminada en 1988, obra de Ieoh Ming Pei.

Tras recorrer el Louvre y tomar un pequeño tentempié, tal vez en el mismo Museo, se puede visitar la catedral de Notre Dame, situada en la isla de la Cité que era la primera zona habitada de la ciudad por las razones obvias de defensa. Fue el lugar de asentamiento de una antigua tribu celta en 52 a.C. y después fue ocupado por los romanos que fundaron Lutecia. La bella catedral de estilo gótico fue construida entre 1163 y 1330 y destacan en particular la sillería del coro con su gran órgano, las estatuas y esculturas, como la de Juana de Arco, los cuadros como “La Coronación de Napoleón”, de Jacques Louis David, la galería de los reyes y las impresionantes vidrieras, como el rosetón del transepto sur. La entrada es gratis, al contrario que en muchas catedrales de España, a no ser que quiera subir a las torres en busca de vistas… y el “Quasimodo” de la novela de Víctor Hugo, entre las simpáticas gárgolas.

Cercana está la Iglesia de la Sainte Chapelle, construida en 1245, citada además en el best seller de Dan Brown, “El Código Da Vinci”, con un también bello decorado esculpido, espectaculares ventanales y reliquias de la Pasión de Cristo.

Otra ruta nos llevará a la ancha avenida de les Champs Elysses o Campos Elíseos, que comienza con la residencia del Presidente de la República y el Gran Palais donde se celebra la Semana de la Moda de París. En el otro extremo está el Arco de Triunfo, monumento erigido entre 1806 y 1836, para conmemorar las victorias militares de Napoleón, y desde su terraza se disfruta de una bella vista de la ciudad. Es aquí también donde se puede ver las boutiques más exclusivas y caras del mundo. Merece la pena dar una vuelta aunque sólo sea para soñar, y seguir hasta la Rue de Honoré, la equivalente de la madrileña calle de Ortega y Gasset, donde se encuentran las tiendas de Hermés, Prada, Lancôme, Armani, Lanvin, Roberto Cavalli…. Próxima también es la Place de la Vendôme con las joyerías más lujosas y el Hotel Ritz, de donde salió la Princesa Diana con Dodi Alfayed, aquella fatídica noche de su accidente bajo el Puente d’Alma.

Situado entre los Campos Elíseos y los Jardines de las Tullerías, el emblemático obelisco egipcio nos señala desde lejos la Plaza de la Concorde, el lugar donde justiciaron por la guillotina a la realeza -Louis XVI y Marie Antoinette-, la aristocracia y los enemigos de la Revolución Francesa.

Volviendo al Rive Gauche, la Torre Eiffel, con sus 300 metros de altura,fue un inmenso proyecto llevado a cabo por Gustave Eiffel para conmemorar la Exposición Mundial de 1890. La Tour Eiffel, la imagen hoy en día más emblemática de París, fue curiosamente muy criticada por su supuesta “fealdad” por los más clásicos y reconocidos artistas de la época, quienes reclamaban su demolición. Finalmente, fue el apoyo y los elogios de los intelectuales y modernistas parisinos los que salvaron la torre de la destrucción. Para disfrutar de una magnifica vista, se puede coger el ascensor hasta la primera etapa o la terraza de arriba, aunque los más ágiles pueden subir los 1.665 escalones a pie. Para evitar colas, es aconsejable llegar pronto o sacar los billetes con antelación. La torre resulta especialmente “fotogénica” desde el Campo de Marte.

Un largo pero bonito paseo desde el Tour Eiffel, dirección a Notre Dame, a lo largo de la orilla izquierda del Sena nos lleva a Les Invalides, donde está enterrado el emperador Napoleón Bonaparte. Y también al Museo de Rodin donde se ven las famosas estatuas de Auguste Rodin, El Pensador y El Beso, y cuyos jardines son especialmente bonitos.

Hay que seguir un poco más por la Quai Anatole France hasta llegar al Museo D’Orsay, un incomparable templo de arte expresionista e impresionista, instalado en la vieja estación del mismo nombre, construida también para la Exposición Universal de 1900. Las autoridades municipales estaban a punto de demoler la vieja estación hasta que alguien tuvo la feliz idea de convertirla en museo en 1977 para acomodar la magnífica colección que reúne arte realista, modernista y sobre todo impresionista de principios del siglo XIX hasta los años 30 del siglo XX. Su cafetería puede ser otra alternativa para reponer energías antes de seguir el camino turístico.

El barrio de Montmartre es una clásica parada turística sobre el cual preside la Iglesia de Sacre Coeur, de estilo romano-bizantino y de donde se aprecia otra bellísima vista de París. Esta zona popular y bohemia está llena de encanto y merece la pena para los más “atléticos” subir andando por las escalerillas. Existe también la opción de coger el funicular y luego bajar tranquilamente por sus estrechas, empinadas y pintorescas calles, con sus tiendas de artesanía, moda casual y avant-garde, y acogedores restaurantes étnicos. La plazoleta delante de la iglesia se llena de artistas locales para plasmar la visita de los turistas con retratos dibujados a lapicero o pastel. Descendemos hasta la zona de Pigalle, con fama de vida “alegre” (sex shops, bistros, caves, locales alternativos, etc.) y sus teatros y espectáculos, considerados muy risqué en otra época, como el famoso Lido y el Moulin Rouge, donde nació el baile del can-can.

Otra agradable opción en París es coger un barco, bateaux mouches, para navegar tranquilamente por el Sena y disfrutar de unas vistas de los monumentos más destacados desde la famosa vía fluvial. Salen del Pont D’Alma, cerca de la Torre Eiffel, y vale la pena de día o de noche, montar en uno de los cruceros sencillos que hacen el recorrido en una hora, o en otros, más lujosos, donde sirven comidas y cenas; para estos últimos es recomendable reservar.

El barco pasa por debajo de los múltiples puentes sobre el río, algunos más bellos que otros, como el Pont de Alexandre, Pont D'Alma y Pont Neuf. Se verán las barandillas repletas de candados, tradición reciente que según insisten los locales, nació en París. El 14 de febrero, día de San Valentín, las parejas enamoradas van al puente, enganchan sus candados sobre los hierros y tiran las llaves al río, prometiéndose amor eterno. No sabemos si la jura de “amor para siempre” funciona, pero está claro que París es un lugar de lo más romántico, donde el amor y la joie de vie impregnan cada rincón de la ciudad.

P.D. No hace falta muchos más detalles. Como dijo el rey Enrique IV, calvinista, al convertirse al catolicismo para ganar la ciudad: “París bien vale una misa”. Podríamos decir que París sí vale libros para poder descubrir todos sus monumentos y tesoros, pero también aconsejamos que es mejor andar al azar por sus calles y así descubrir sus encantos por uno mismo.

Muriel Feiner

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